Mordisco
Desde el título, un guiño a una de las primeras publicaciones de rock argentino –luego convertida en sección musical de expreso imaginario–, Emmanuel Horvilleur juega a traficar símbolos escudado en la dualidad que ofrecen las palabras y sus múltiples significados. Ni por asomo Mordisco rinde culto al viejo rock, y mucho menos a un pasado precoz junto a los Illya Kuryaki. Después de dos tibias aproximaciones a la canción pop con guitarras de prueba y afectaciones típicas de un cantante hedonista, el tercer trabajo solista de Horvilleur es un cachetazo a las ideas gastadas que suenan en la radio. En once tracks queda claro que la materia pop-rock sigue siendo un campo dócil para los domadores de melodías, pero no es fácil desentrañar el misterio y transformarlo en un objeto perdurable. Esa clase de canciones sostienen un disco instantáneo, son pulsaciones sexuales atentas a los estímulos de seducción. Vale todo: engaños, fantasías de pornoshop y esa dulce banalidad que gobierna el ego. Detrás de la vidriera de encuentros fugaces y romances de media hora, se esconde un disco de divorcio, tal vez el álbum de ruptura más efervescente de un subgénero proclive al desgarro y la tristeza infinita. El ex rapper no finge dolor, sublima la pena con arranques bailables ("Radios"), practica la perfección pop ("Pago la noche"), es un amante del eurobeat ("Tu hermana") y sólo sufre un poco los efectos de la melancolía ("Hola"). Y hay más: Gustavo Cerati, un especialista en desengaños amorosos, pone su voz y guitarra en el bellísimo cool blues "19" ("nena, 19 son tus años y tu colección/ tienes tantos novios como novias ha tenido dios"). Sólo por estas canciones, Mordisco merece un lugar entre lo mejor de un año flaco, pero incluso así sería injusta la elección porque ningún tema sobra, es más, parecen expuestos para ser apreciados a largo plazo, como sucedía con la revista que dirigía Jorge Pistocchi, los álbumes iluminados de los Beach Boys o las dos o tres canciones invencibles que contienen los discos de Phoenix.