El fenómeno de WhatsApp y por qué todas las redes sociales necesitan sus propias estrellas
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En 2014, el micrófono que WhatsApp agregó al lado del teclado volvió a modificar nuestro comportamiento como especie, sumando una más a las cientos de miles de tecnologías disponibles para calmar nuestra necesidad de comunicarnos. Durante el último año nos la pasamos mandándonos mensajes de voz, un eslabón perdido entre la llamada y el mensaje de texto que nos evitó la incomodidad de encorvarnos sobre nuestros teléfonos para escribir en esos teclados hormiga mientras caminamos distraídos por la calle, y que tuvo como efecto colateral la viralización de los audios de Agustín Porras, un pibe que trataba de convencer a un amigo de irse de joda el fin de semana y le enumeraba con nervio actoral y minuciosidad ensayística sus planes.
Todas las redes sociales tienen a sus propias estrellas. Personas que encuentran en esas herramientas de socialización asistida un catalizador para algún tipo de creatividad que tenían dormida, sólo usaban en los asados o hasta entonces les había resultado inútil y, de pronto, a través de Twitter, Vine, Facebook o Instagram se convierten en fenómenos de rating de likes o retweets sacando fotos en el colectivo o inventando un personaje de ficción para tweetear. Sin dudas, Porras era un talento que necesitaba que alguien inventara los mensajes de voz para aflorar.
En el primer mensaje, el tono camaleónico con el que le habla a su amigo muta de la canchereada a la súplica y después a la charla motivacional de fin de semana y después al descontrol. La mejor parte es cuando se pone analítico y dice: "Lo que yo pienso hacer es esto", toma aire y suelta un crescendo narrativo perfecto: "Llegar allá, ponerme en pija, ponerme en pedo mal, colarme una pepa, estar re loco, ir al boliche, tomarme una pasti, escabiar, escabiar, escabiar, volver a la casa, hacer un poquito de quilombo sin romper nada, un poquito de gira, si estoy muy manija me voy a buscar una prostituta, paga…" Y lo remata con una línea perfecta: "Nos hacemos pija, imbécil".
Ese remate, se convirtió en un hit instantáneo. A Porras lo empezaron a reconocer por la voz rota, le regalaron hamburguesas en McDonald’s, lo buscaron de Bailando por un sueño y su coronación fueron las réplicas que salieron para imitarlo. Desde audios con la voz de Homero hasta réplicas como los audios de una chica de un colegio católico de Zona Norte que contaba con detalles porno en su grupo de amigas de Whatsapp la noche que acababa de tener en un boliche swinger rodeada de cuatro o cinco hombres, había perdido la cuenta… Pero ya no fue lo mismo, tal vez porque nuestro machismo no esté preparado para cosas así, pero sobre todo porque quedó claro el talento de Porras para la narración oral, esa tradición atávica que los griegos convirtieron en arte y que sigue más vigente que nunca.
Por Juan Morris
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