Fue un patriarca del teatro
Fomentó la escena independiente
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"Siempre sentí que el teatro es, primero, un acto de amor; luego, un hecho político y, además, un fenómeno cultural", nada mejor que sus propias palabras para definir la esencia de Pedro Asquini, quien falleció anteayer, a los 88 años, en el Hospital Francés, donde estuvo internado desde el 26 de agosto último. Fue un hombre de teatro que, entre sus muchos méritos, tuvo el orgullo de haber construido varias salas de teatro independiente -de las que ni él mismo recordaba cuántas habían sido-, entre las que se destacaron Nuevo Teatro, Planeta, Apolo.
Hablar de Pedro Asquini es referirse a una parte muy importante del teatro independiente porteño y nacional, y no sólo por la apertura de salas en su aspecto físico, que es apenas un detalle. Para él, el teatro independiente era la forma de reunir a un grupo de artistas que no perseguía fines de lucro, que ofreciera al público un repertorio identificado con la sociedad,y que permitiera una renovación técnica, a precios accesibles. Pero por sobre todo, el director se proponía jerarquizar la profesión actoral y perseguir la elevación moral y la capacitación teatral y cultural de sus integrantes.
Abandonó sus estudios en la Facultad de Ciencias Económicas e ingresó, en 1941, en el Teatro La Máscara, que conducían Ricardo Passano y Alvaro Yunque. Allí interpretó autores como Luis Ordaz, Pablo Palant, Moliére, Clifford Odets. En 1943, los tres grandes grupos Teatro del Pueblo, La Máscara y Juan B. Justo, por disposición del gobierno militar del general Ramírez, fueron cerrados.
Pero el grupo no cedió y se multiplicaron los éxitos de La Máscara. También lo hicieron las dificultades económicas; montar cada obra se hacía más oneroso, hasta que pusieron "El puente", de Carlos Gorostiza, pieza que marcó un hito en la escena independiente. Pero nuevos aires creativos caían sobre Buenos Aires. "En esta época -dijo Asquini- consideré que finalizaba una etapa para comenzar otra de más aliento. El público había cambiado, lo integraban estudiantes y una clase media culta, y nosotros decidimos experimentar sobre la base de nuevas técnicas actorales y escenográficas. El estrecho tablado quedó atrás e ideamos el escenario circular."
En 1950, junto con Alejandra Boero, creó Nuevo Teatro, ubicado en Maipú 28, espacio que atrajo el interés de jóvenes actores como Héctor Alterio, Onofre Lovero, Carlos Gandolfo y Walter Soubrié, entre tantos otros que vieron en la escena independiente la forma de encauzar una vocación artística. Se pusieron obras como "El alquimista", de Ben Jonson, puesta que cosechó un éxito sin precedente en el circuito off; "El casamiento", "El aniversario" y "El oso", de Chejov, autor que consolidó el prestigio de Nuevo Teatro, y con "Bajo fondo", de Gorki, se distinguió al grupo liderado por Asquini con una posición estético-filosófica que se fue afirmando con el tiempo. La sala se trasladó hasta Corrientes al 2100 y ahí continuó la racha de éxitos con títulos como "Medea", de Anouilh; "El amor al prójimo", sobre un cuento de Andreiev. En 1953, no fue renovado el contrato de alquiler de Nuevo Teatro y el grupo decidió comprar el teatro Patagonia, en Montevideo al 300, década en la que dio a conocer "Madre Coraje", de Brecht, con una muy buena recepción por parte del público y de la crítica.
Esto compensaba los desvelos, esfuerzos y las angustias de todos los que participaban. "La pasamos muy mal en muchas circunstancias -dijo en una oportunidad-, pero tuvimos tantas satisfacciones que aún hoy seguimos peleando con el teatro para hacer una sociedad mejor. Nosotros tenemos una voz que pueden oír 100, 200 personas, si es un éxito tal vez muchas más. Entonces, ¿nos vamos a callar? No, eso es cobardía, es complicidad con la situación que estamos viviendo."
Nuevas salas
En 1960, el teatro se demolió y, previa indemnización, el grupo alquiló un espacio en Suipacha 927 (denominado Planeta, hoy desaparecido), donde continuaron su ininterrumpida labor. En 1964, y durante tres años, obtuvieron el éxito más recordado con "Raíces", de Arnold Wesker, que permitió comprar el predio donde funcionaba el teatro Apolo (Corrientes al 1400) y construir una nueva sala, donde hoy está el Lorange. Es en ese grupo en el que se gestaron las vocaciones de Enrique Pinti, Víctor Laplace, Tato Pavlovsky, Agustín Alezzo, Augusto Fernandes, Conrado Ramonet, Rubens Correa, quienes dieron sus primeros pasos sobre un escenario.
En esa década aumentó el movimiento independiente y nuevas salas invadieron la ciudad, y aunque el grupo llegó a disolverse, él siguió con su tarea como director y como docente, trabajos en los que invirtió tiempo y esfuerzos hasta el último de sus días.
Fue un empecinado defensor del estilo realista. "Sigo defendiendo el teatro realista, y eso quedará muy claro para quienes vengan a ver nuestros espectáculos. Yo defiendo una ideología, que no tiene que ver con ningún partido político: el realismo. Soy un fanático, porque creo que escaparse de la realidad es una cobardía. La realidad está, es fea, desagradable; pero, terca, está. Lo que vale a estas alturas de la civilización es luchar, tener ideas claras, tener una conciencia."
Desde 1966, como director se hizo presente en diferentes escenarios del país.
En 1979 se radicó por dos años en La Paz, Bolivia, donde multiplicó su actividad en el Teatro Municipal de esa ciudad, en la Universidad y en la televisión, alternando esta actividad con sus giras por el interior.
En 1992 fundó el teatro Ricardo Passano (Lima 411), como un homenaje a quien fue su maestro.
El Instituto Nacional del Teatro le otorgó, en 1999, el premio a la trayectoria teatral y editó este año "El teatro, ¡qué pasión!", donde Asquini repasa su vida como actor y director.
Pedro Asquini llegó a decir: "Siento que he cumplido. Y aún tengo proyectos y sueños: voy a vivir toda la vida". Y lo hizo, haciendo teatro hasta que su físico le falló, porque ésa fue la razón de su vida.
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