Universal
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A mitad de camino entre un Pete Doherty con moderación tóxica y un Alex Turner sin catarsis eléctrica, Jake Bugg pinta viñetas de la vida joven en los suburbios ingleses. Las canciones de su debut homónimo siguen el derrotero de un pibe de 19 bastante curtido, que puede llegar a exclamar que a su edad ya lo vio todo, que fuma para recordar y chupa para olvidar. Al igual que el primer Dylan, aborda el rock desde su guitarra acústica pero reemplaza la protesta por relatos de su vida cotidiana, como clavarse un par de pastillas o armar un porro bien gordo entre amigos a espaldas de la yuta. En la segunda mitad, el álbum se vuelve lánguido y melancólico, como si, después de una noche de joda, Bugg apoyara la cabeza en la almohada y enumerase sus fracasos sentimentales hasta conciliar el sueño.
Por Joaquín Vismara





