Kurt Sutter, la historia de un duro
El guionista y productor de Sons of Anarchy vuelve a la pantalla chica con The Bastard Executioner, un nuevo relato de violencia, intensidad y hombres de armas tomar
Kurt Sutter, creador de Sons of Anarchy y de la flamante The Bastard Executioner (que se estrenó anoche por el premium Fox Action y se repite hoy, a las 23.35), es un orgulloso integrante de la lista de los tipos difíciles de Hollywood. En su cuenta de Twitter (@sutterink) suele despacharse, sin el mínimo atisbo de autocensura, contra todo lo que le molesta: de periodistas que critican sus decisiones estéticas a los shows que compiten con el suyo ("A la mierda con Glee. Detesto a esos insufribles niñitos cantores que lloriquean diciendo: «Por favor acéptenme por lo que soy»").
Su aspecto refuerza el mito: un cuerpo que parece aún fibroso a los 55 años, pelo atado en una cola de caballo, brazos cubiertos de tatuajes tribales rematados por gruesas pulseras y anillos, siempre jeans y botas. Está claro que no desentona ni en el mundo de los motoqueros californianos de Sons of Anarchy ni en el de los guerreros medievales de The Bastard Executioner. Sin embargo, Sutter no siempre tuvo esa imagen ideal para su encarnación del escritor-estrella de rock: durante su adolescencia llegó a pesar 190 kilos, producto de una incontrolable adicción a los hidratos de carbono que pronto suplementó con un alcoholismo rampante. Cuando llegó a la universidad se le hizo evidente que un borracho de casi 200 kilos nunca iba a acostarse con nadie. ¿Su truco para adelgazar? Ejercicio y cocaína.
Una vez superadas sus adicciones, éstas le proporcionaron material para escribir. Tras dos años de enviar guiones a productores de Hollywood, recibió una llamada de Shawn Ryan, showrunner de The Shield, la serie sobre un grupo de choque de la policía de California para el que la barrera entre el deber y el delito era asombrosamente porosa. Ryan consideró que la calidad de su escritura, pero también su pasado de adicto, podrían aportar una perspectiva diferente al programa. En 2001, pasados los 40 años, con un hijo, un divorcio, un par de años recorriendo los Estados Unidos en moto, una carrera fallida de estandapero y otra de actor, Sutter empezó a convertirse en lo que siempre había querido ser: alguien.
Tras seis años en The Shield, vendió su propia idea al canal FX. Esta fue Sons of Anarchy, una historia de ribetes shakespearianos ("Hamlet en una Harley", la define Wikipedia) sobre un club de motociclistas del imaginario pueblo de Charming, quienes se vuelven los garantes de la pacificación del lugar. Con su machismo sensible, su violencia desatada, sus altas dosis de melodrama y su romantización de la vida del motociclista forajido, SOA conquistó a una audiencia fanática y se convirtió en el título más exitoso de FX en los Estados Unidos.?
Su nueva serie, The Bastard Executioner, sucede setecientos años antes, en medio de una de las revueltas galesas contra Inglaterra y sigue a un caballero del ejército de Eduardo II, traicionado y convertido en verdugo contra su voluntad, pero no es un programa completamente distinto. De hecho, los diálogos grandilocuentes y los personajes duros y monolíticos de Sutter se sienten más en casa en una historia del siglo XIV que en una del XXI. Ambas presentan a un antihéroe que intenta salirse del ambiente salvaje en el que se ve atrapado, aunque debe hacer cosas igualmente bestiales.
El motor de la venganza
El protagonista, Wilkin Brattle (Lee Jones), no sólo es engañado por su señor, también recibe un mensaje místico para alzarse en armas y, como si faltara algo, sus seres queridos son masacrados. A Mel Gibson se le haría agua la boca. Entre intrigas palaciegas, revueltas y batallas sembradas por géiseres de plasma humano no se muestra nada que no hayamos visto. Corazón valiente es una referencia muy clara aquí, como lo es Game of Thrones, dado que parece que el apetito del público por historias violentas vagamente medievales es inagotable. Aquí, la implacable realpolitik de la historia de George R. R. Martin es reemplazada por una más elemental lucha de buenos y malos, y la dinámica kármica de "quien la hace, la paga". Los personajes femeninos resultan más elaborados y misteriosos que los masculinos, que suelen caer en el trazo grueso: para enfatizar la perversidad del villano Milus Corbett (Stephen Moyer) se lo muestra teniendo relaciones homosexuales, un recurso auténticamente medieval.
Aunque todo el planteo inicial para ubicar a los personajes en el lugar del tablero que los define (el verdugo reticente y de identidad falsa, el noble de crueldad descontrolada, etcétera) lleva su tiempo, a partir del tercer episodio la serie toma ritmo y se hace difícil de soltar. Como SOA, no es el lugar para buscar sutilezas, que no son la marca personal de Sutter, sino una historia intensa, de una violencia perturbadora, con personajes duros que pasaron por el infierno y eso los convirtió en lo que son. Acaso, la historia de su autor.
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