
La lección de Aleandro
Luego de sus problemas de salud, la actriz regresó a la actividad con un taller de actuación y con los ensayos para volver al teatro con Alfredo Alcón.
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Norma Aleandro está radiante, con un brillo vital en sus ojos que revelan las ganas de hacer cosas.
Es un estado de ánimo que se justifica después de haber superado un problema de salud -una operación de vesícula que se complicó- que le restó tres meses de actividad. "Lo curioso es que no me molestaba -explica ya sonriendo-. Sabía que tenía una piedra, una sola, y que mejor era sacarla antes de que me provocara problemas. Bueno, la cosa se complicó con una peritonitis y esta operación simple se multiplicó por cuatro y me obligó a dos meses de internación. Después vino la recuperación."
Pero ya está de vuelta y con una agenda que la mantendrá ocupada durante los próximos meses. Por un lado, un taller de actuación, y por el otro, los ensayos de "Largo viaje del día hacia la noche", que interpretará junto con Alfredo Alcón, en la sala de la calle Esmeralda. Lo único que lamenta es el proyecto de su película, del cual es autora y directora, que debió postergar.
En esa sala, la del Maipo, Norma Aleandro realiza un taller de actuación de tres meses para actores con alguna experiencia.
La cita son los lunes, a las 20.30. A esa hora, los fantasmas del teatro se reúnen. Las luces de la sala se encienden, pero no es para recibir a un público entusiasta ni para subir el telón ante un nuevo espectáculo.
En esta ocasión, sus asientos vacíos acunan los sueños de un centenar de personas que aspiran a concretar una vocación que los llevará a sentirse dueños de un escenario: la actuación. Son alumnos, de ambos sexos y de todas las edades.
Recuperada, Aleandro vuelve a impulsar el dinamismo sobre los alumnos. Lo hace desde la actitud serena de alguien que hace de su experiencia un campo fértil para la docencia. "Hace tiempo que no hacía un taller. Como dura tres meses, no lo planteo como clases regulares. Trabajo con gente que tiene una mínima experiencia."
Y esta condición se nota en la sala, en la actitud de ese alumnado, que se divide entre participantes activos, más de 40 (que pondrán el cuerpo sobre el escenario, con un trabajo establecido), y los oyentes.
"El trabajar con oyentes siempre me dio resultado. Tal vez porque a mí me hizo mucho bien ver y oír lo que hacían otros actores. Me crie en el teatro viendo y escuchando, además de las clases que tomé, pero me formé mucho más observando y pisando el escenario, combatiendo el miedo, tirándome a las fauces del león."
Maestra en acción
Y casi con estas palabras, la actriz inicia la clase ante un auditorio cohibido y, al mismo tiempo, fascinado. Cuando invita a subir a algún participante no son muchas las manos que se levantan ansiosas. Por el contrario, uno que otro brazo se eleva lenta y tímidamente.
Una elección al azar convoca a Alicia, una joven que, tras recorrer el escenario, se siente en el país de las maravillas; algo similar a lo que le sucede a Marcela, que transmite su emoción a través del nerviosismo. En cambio, Lucas se instala sobre el escenario de una manera más segura. Es hijo de un maquinista del teatro Coliseo de La Plata y, aunque declara que ha transitado ese espacio desde su infancia, es la primera vez que se enfrenta a un auditorio.
Prueban, caminan el escenario, salen entre bastidores, vuelven a ingresar. La maestra observa en silencio las diferentes reacciones de cada uno, que, más allá de un aparente desparpajo, en algún momento terminan por parecerse. Hay cierta vergüenza en ese exponerse.
"La mejor manera de dar una clase de teatro es en el teatro. Tenés ese lugar del pánico, donde todos pasamos por él, pero que no lo vive el alumno que sale del aula. Cuando sube a un escenario, el choque es muy fuerte; hay quien no puede superarlo y así se pierde gente con talento. Si una puede usar los escenarios para dar las clases de interpretación, se puede trabajar con todo tipo de dificultades, porque cada uno tiene las suyas."
Y para demostrarlo, suben a escena Melina y Matías, dos jóvenes que tienen a su cargo los personajes de Laura y Jim, de "El zoo de cristal", de Tennessee Williams.
La maestra pide una "adaptación", un acercamiento desde los personajes. Es la única consigna que establece. Después de unos segundos de concentración, comienza la acción, ante un auditorio respetuoso. El silencio se acentúa; se cumple una de las reglas del teatro.
El método Aleandro
La voz de la maestra interrumpe el trabajo, del cual obtiene una lección. "Este tipo de ejercicio muestra cómo trabajar, qué técnicas usar, cómo focalizarlas, para luego ir ingresando en los textos. Es algo que nos va a ayudar a trabajar los problemas. Casi siempre vemos los textos y los personajes como una dificultad más. No uso un método solo y hay diversas técnicas para trabajar. Con los años he ido tratando de abrir mi percepción para descubrir qué necesita cada uno. Hago hincapié sobre la forma de elaborar ese mundo fantasmagórico que es un personaje. Un mundo que, leído, es pura literatura. En cambio, en el escenario, hay que ponerlo de pie, tiene que tener un alma, un comportamiento, una manera de pensar. Hay que hacer un trabajo de Sherlock Holmes, descubrir los datos que te da el autor o la obra, y si no están, hay que desentrañarlos."
Esta es la mayor inexperiencia, la de llegar al personaje. En un momento de la clase, Aleandro invita a subir al escenario a todos los participantes activos, que se instalan en un semicírculo. La tarea es tratar de resumir, a la manera de un cuentito, el tema de "El zoo de cristal". Este es el momento de mayor duda y confusión, que la mano experta de la docente va dilucidando a través de sus preguntas.
Después de clase
"Hay un mundo que remite a lo poético, que es el que más cuesta abrir, donde uno se tiene que atrever -contando con una técnica donde sujetarse- a volar sin droga. Se puede hacer, armando estas tiras del personaje que forman parte de uno mismo: los sentimientos, la memoria."
Cerca de la medianoche, se da por terminada la primera clase. Un clima diferente queda flotando en la sala, como si los fantasmas aprobaran con su silencioso aplauso las nuevas sanas ambiciones de las noveles camadas de actores.
La excitación por la experiencia vivida y el entusiasmo por la próxima clase son los temas que dominan la conversación en la calle.
Adentro, la actriz, que después de transformarse en docente recupera su identidad personal, también está satisfecha. "Me hace mucho bien dar clases y ahora tengo tiempo de prepararlas. Esto me anima para poner en práctica otro proyecto. Estamos armando con Alcón una escuela de teatro. Es ponerme en marcha otra vez con la enseñanza. Hace rato que lo tenemos pensado y hace rato que lo queremos hacer, pero ninguno de los dos estábamos seguros de darle el tiempo que necesita. Ahora sí."
Su postergado debut como cineasta
Otra de las funciones que desarrolla la actriz es la dirección, y en estas cuentas pendientes que le quedan está la de dirigir "Los sueños de un poeta", de O´Neill.
"Me encantaría dirigirla", confiesa Norma Aleandro. Confesión extraña en boca de una actriz. "Si la interpreto, no la dirigiría. Lo hice una sola vez, con "Medea", de Eurípides, en el Uruguay, cuando estuve exiliada. Por un lado, fue maravilloso, pero no tuve la contención del director frente al estreno y las inseguridades. Los actores nos transformamos en chicos que necesitamos afectos. Yo tuve que contener a los actores, pero no la tuve para mí. Nunca más lo hice."
En "Escenas de la vida conyugal", de Bergman, actúo como codirectora. "La pudimos montar con Alfredo (Alcón) porque era una obra que se monta sola. Está focalizado en el trabajo actoral y esa permanente relación que tiene un actor con el otro. En ese trabajo, la fuimos montando. Era casi un ejercicio actoral ."
Pero hay otro proyecto, esta vez cinematográfico, del cual es autora e iba a ser directora: "Dios duerme en Buenos Aires". "Tuve que dejarlo encajonado -admite Aleandro-. El año último teníamos con Lino (Patalano) una parte de coproducción con Italia y con España también. Pero tuvimos que parar porque no había dinero. Entonces, cómo ibas a pedirle a alguien que pusiera mínimamente un centavo en una producción que resultó ser más cara de lo que yo quería. No me di cuenta. Cuando vuelva a encarar otro proyecto de cine, lo voy a hacer pensando en lo económico, lo cual no es bueno. Pero en estos países nuestros lo tenemos que hacer así, o no hacerlo."
"La acción se desarrollaba en Buenos Aires, en 1945. No es posible hacerlo si no hacés un enmascaramiento de calles. Es carísimo hacer eso. Y no hablo del vestuario, que no es tanto, pero sí una ambientación de la ciudad de aquella época, donde no ha quedado prácticamente nada más que casas más antiguas, del siglo pasado, reliquias. La producción llegó a los dos millones de pesos. Era como imposible. Pero es un proyecto que me gustaría dirigir, alguna vez."






