A cuanto camarín va, la actriz lleva consigo sus amados quelonios
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Actualizado el 12 de junio de 2020
Susana Rinaldi mira a un costado del escritorio y dice: "¡Mirale la cara! ¡Es de una ternura impresionante!" Pero el objeto de tanto cariño no es una mascota de carne y hueso, sino una ínfima tortuga inanimada, una privilegiada de su colección de quelonios que se originó en sus días de teatro, años antes de dedicarse al canto profesional.
Así, Rinaldi confirma un viejo mito: en la soledad del camarín es normal tejer alianzas con una larga sucesión de amuletos. "Es muy raro que un actor no tenga amuletos. Quien lo niegue es un mentiroso", afirma y se ríe. "Los artistas tomamos la cábala como algo definitivo: si me falta esto, si hago esto..." Y en su caso, las tortugas resultaron las compañeras más fieles. "Cuando llego al camarín siento que me están esperando", expresa.
Las tortugas de Susana Rinaldi se destacan por sus colores; aún más por su material: son de madera, cobre, cerámica, ébano; de rodocrosita, malaquita, lapislázuli; también talladas en piedra. "Me gusta tocarlas –explica–. Me ayudan a recuperar la sensualidad que da el tacto. Yo soy una artista muy sensual y me atrapa la sensualidad en la gente. Y creo que cada una tiene un alma, que la da la textura con la que están hechas."
"A mí se me dio por las tortugas, pero otros coleccionan lechuzas o, algo que es más común, elefantes –explica–. Son especies milenarias que acompañan el derrotero de un actor, quien pretende interpretar la vida. Hay tortugas ínfimas, chiquititas, que incluso están hechas para viajar con uno, en el bolsillo."
De las tortugas que pasaron por su vida, sólo una, la primera, fue real. Se llamó Lily, pero todo el mundo la conoció como Manuelita. "Lily fue la inspiración de María Elena Walsh –revela Rinaldi–. Su historia es muy rara, porque así como llegó de la calle un día se fue. Mamá era amiga de María Herminia Avellaneda, y un día nos visitó con María Elena, que quedó encantada. Lily era muy veloz. Mamá la llamaba y ella corría atravesando los 25 metros del patio. María Elena se quedaba mirándola, totalmente fascinada."
Al principio, las tortugas se arremolinaban en la biblioteca y Susana las cambiaba siempre de lugar ("para que no se cansaran", explica). Con el tiempo, la familia creció tanto que se dispersó por la casa. "El coleccionismo era la excusa de compañeros y amigos para regalarme algo", recuerda. "Me decían: ésta se suma a tu colección. Además, yo aprovechaba mis viajes al exterior para traer tortuguitas. Siempre hurgué mucho en los anticuarios, porque ahí siento que me buscan para ser su intermediaria. Tienen una personalidad muy fuerte", agrega.
"Un día me cansé y regalé mi colección, hasta que alguien me obsequió una tortuga y me encontré de nuevo buscándolas en las vidrieras. Hoy, soy consciente de que las tortugas son la expresión más acabada de la tenacidad. Y como eso tiene mucho que ver conmigo, volví a coleccionarlas –reflexiona–. Así como aparecen, porque te están buscando, desaparecen cuando no te quieren más. Y a lo mejor aquel día fueron ellas las que se cansaron de verme."