Los Diálogos de las Carmelitas, en sus sesenta años
Anticipamos en nuestra columna anterior referida a Francis Poulenc, que otra es la personalidad que nos entrega este músico francés, diferente a aquella fácil y feliz a la que nos referimos en esa ocasión, si la juzgamos ahora desde la óptica de Diálogos de las Carmelitas (1957) por cuanto su inmersión en el mundo de Georges Bernanos le exige bucear en la profundidad de los enigmas y dolores del ser humano. A ella nos referiremos en esta segunda entrega por cumplir en este 2017 sus sesenta años de existencia.
El cruento episodio histórico de las dieciséis carmelitas de Compiègne, guillotinadas en París el 17 de julio de 1794, durante los últimos días del Terror, da pie a Bernanos para escribir su tragedia Dialogues des Carmélites, den 1948, el mismo año de su muerte. Para ella se inspiró en una novela corta de Gertrude von le Fort, Die Letzte am Schafott (La última en el cadalso), que narra aquel impresionante episodio de la historia de Francia. Pero lo que ofrece en primer plano Bernanos es un drama humano, por cuanto el miedo que inmoviliza a dos de sus personajes, Blanche y la primera Priora, es el mismo terror que él siente en su propia carne, frente a la enfermedad y la muerte, que lo espera, precisamente, al terminar de escribir esta obra. Sin embargo, Diálogos de las Carmelitas expone también, y sobre todo, un tema teológico, el de la Comunión de los Santos y el de la transferencia de la Gracia.
La historia en sí puede decirse en escasas palabras. La esposa del marqués de la Force ha muerto al dar a luz una niña, Blanche, horas después de haber experimentado una acción violenta en manos de una muchedumbre enardecida. Esas circunstancias que rodearon su nacimiento justifican que la muchacha crezca dominada por el miedo, lo que la lleva a ingresar en el Carmelo, con la esperanza de encontrar allí seguridad y paz. Finalmente, cuando el vendaval revolucionario invade la seguridad del Carmelo, Blanche, a diferencia de sus hermanas religiosas que prefieren el martirio, no puede ocultar su terror. Las monjas, expulsadas, se dispersan, y Blanche se transforma en la criada de sus antiguos servidores. Finalmente, las restantes carmelitas son detenidas y condenadas a la guillotina. La última, impresionante, escena de la pieza muestra el cadalso en la Plaza de la Revolución de París, en momentos en que, ante una multitud, las carmelitas ascienden a él cantando el "Salve Regina" y el "Veni Creator". Pero el coro disminuye a medida que se escucha el golpe de la guillotina. Y cuando sólo queda una, entonces desde otra esquina de la Plaza surge una nueva voz, que avanza con decisión, serenamente, libre de todo temor. Es Blanche que ha asumido la muerte digna.
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La exigencia primera de Francis Poulenc reside en que cada palabra del texto sea bien comprendida, que los cantantes sepan articularlas, porque es la suya una escritura vocal que encuentra en la declamación su terreno más propicio. De un silabismo estricto, tanto la melodía, que avanza del recitativo al arioso, como la orquesta, que no debe jamás cubrir, todo debe estar al servicio del texto y de la acción, a menudo interior. A ello contribuye el lenguaje musical mismo de Poulenc, resueltamente tonal o modal, con modulaciones refinadas y recursos disonantes a los que confiere un sentido expresivo muy particular.
El compositor dedicó esta obra, escrita entre 1953 y 1956, a "la memoria de mi madre, que me ha revelado la música; de Claude Debussy, que me trasmitió el gusto de escribirla, y de Monteverdi, Verdi y Musorgsky, que me han servido aquí de maestros". Su estreno se realizó, en italiano, en la Scala de Milán, en enero de 1957, por haber sido el director de Ricordi, Guido Valcarenghi, quien en 1953 le habría sugerido poner música a la obra de Bernanos. Meses después de aquel estreno, en junio, se la ofreció en la Opera de París, en versión francesa, con Denise Duval como protagonista, Regine Crespin como la nueva Priora y dirección de Pierre Dervaux. Buenos Aires conoció la obra en mayo de 1965. Sus principales intérpretes en aquel brillante momento de la vida musical del Colón fueron el director Jean Fournet, Denise Duval, la intérprete por excelencia de Poulenc, Hélène Bouvier y Gabriel Bacquier, entre otros.
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