Björk: puso a Islandia en el mapa del pop mundial, provocó a la industria con su intervención en los Grammy e hizo de la vanguardia su bandera
La artista se presenta esta noche en el festival Primavera Sound, en Costanera Sur; la preceden Julieta Venegas, Javiera Mena y Feli Colina
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Dice Björk en los versos que abren Fossora (su disco más reciente) que “nuestras diferencias son irrelevantes, que son excusas para no conectar”. Y en los primeros 15 segundos de música de esa misma canción, lo que dura una story en Instagram, conecta las disonancias de seis clarinetes bajos con un ritmo de reggaetón, que primero aparece fragmentado para consolidarse después. Una pequeña muestra de cómo la artista islandesa que se presentará este miércoles en el Primavera Sound ha diseñado parte de su ética estética: más por construcción contrapuntística que por oposición y negación de opuestos. Instrumentos acústicos y programaciones digitales. Vanguardia y accesibilidad. Fantasía y realismo.
Nacida en Reyjavik, Islandia, el 21 de noviembre de 1965, Björk fue desde pequeña una prodigio que llamó la atención en su país natal. A los 11 años grabó su primer disco homónimo y apareció en la televisión local para liderar un villancico navideño junto a sus compañeros de la Escuela Infantil de Música de Reikiavik. Pero la pequeña Björk impondría sus condiciones, o sus disquisiciones, desde entonces. “Sentía que les estaba mintiendo, no era mi música, solo ponía mi cara”, le dijo a Rolling Stone en su última entrevista. Y entonces siguió estudiando piano clásico y flauta. Entre finales de los 70 y durante toda la década del 80, formó grupos punk, otros de jazz fusión y se graduó en el conservatorio. En casi todos sus proyectos editó discos muy en consonancia con el espíritu DIY (Do it Yourself o, en español, Hazlo Tú Mismo) de época e hizo sus primeras apariciones en películas. Incluso en 1990 publicó Gling-Gló, un disco de jazz vocal con mayoría de standards del género cantados en islandés.
Pero todo eso es la prehistoria para ella que, como una toma de posición y de delimitación de su carrera, en 1993 editó un disco titulado Debut. Como si, ya consciente de hacia dónde quería apuntar su carrera, se hubiese dispuesto a construir una trayectoria bajo sus propios términos y condiciones. Una estrella pop corrida de las convenciones, viviendo su propia fantasía de psicodelia digital.
Entre Debut y Fossora, el recorrido de Björk consiste en 10 discos de estudio, en el que cada uno funciona como un escape del concepto anterior, no en tanto negación sino en tanto posibilidad. Si un álbum plantea una fantasía posible, el siguiente plantea otra, igual de posible, pero alejada, al menos, en la concepción. Así, si Fossora es lo que ella llamó “un disco hongo” en tanto y en cuanto su sonido hecha raíces y se asienta en el piso (desde las bases programadas hasta los clarinetes bajos que enfatizan las frecuencias graves), el anterior (Utopia) había sido “un disco nube”, por lo etéreo del sonido, estructurado principalmente a partir de flautas de madera, y una imaginaria que tenía más que ver con una fantasía en el firmamento. La presentación de ese disco, publicado en 2017, tuvo a la argentina Lucrecia Martel como directora integral de la puesta en escena, en un dato que también muestra la amplitud de mirada de la islandesa. Pero a su vez, Utopia era para Björk la reacción natural a Vulnicura (2015), un disco en el que la cantante partía del hiperrealismo de contar su divorcio (en cada letra del disco se aclaraba en qué momento, antes o después, de la separación se había escrito) en un dramatismo conducido por una orquesta de cuerdas bien numerosa y los beats disruptivos del venezolano Arca. Y si así siguiera el retroceso, se podrían desandar las variantes y distancias entre un disco y otro. Es una dialéctica que muestra que a un sonido dado le puede corresponder más de un opuesto, o, mejor aún, más de una respuesta.
Y si vamos a los 90, allí donde Björk estableció obra y persona, tendremos que esos contrapuntos además le dieron sus propios hits. Freak y popular, sus disonancias y extravagancias se paseaban por MTV y nadaban entre tiburones (de Michael Jackson a Madonna) y se abrían aguas para llegar a todo el mundo. “Venus as a Boy”, “Hyperballad”, “It’s Oh So Quiet” y “Army of Me” fueron el manojo de gemas de pop bastardo con el que se convirtió en una estrella internacional. Detrás de su voz afectada y con un inglés rústico en el que las R y las T suenan más fuerte de lo que deberían, se sucedían arreglos de jazz, vestigios de beats industriales, secuencias bailables, enjundia post punk y hasta detalles de música dodecafónica, todo llevado a la alta rotación. En 2000 cantó en los premios Oscar y en 2001, su aparición en una entrega de los Grammy fue también una toma de posición para ella. Su vestido con forma de cisne y la repartija de huevos por la alfombra roja fueron su forma de hacer de la exposición masiva una performance con un concepto y un mensaje. “Era muy consciente de que esa podía ser mi primera y última vez en una entrega de premios. Así que pensé que mi entrada debía ser sobre la fertilidad”, contó sobre la ceremonia. La fertilidad de esa acción se vio confirmada con las varias reproducciones posteriores del vestido, el rebote que tuvo en los medios y su permanencia en el imaginario pop como una de las grandes apariciones en un evento semejante.
Björk se asentó entonces como un faro para cualquiera artista. Muchas veces un faro al que venerar más que al que utilizar de guía. Como había pasado con Bowie, eran la muestra de cómo un artista podía ir del hit a lo inexpugnable muchas veces en el mismo disco, y muchas veces también en simultáneo. Como si el abordaje y sobre todo el resultado final fuese más risomático que afín a la dinámica tesis-antítesis.
De padres hippies y espíritu punk. Björk supo hacer de su crianza y de su recorrido un sincretismo y una cosmovisión que lejos de negar y contraponer ambas posturas, las puso a dialogar y construir algo tan único y singular como su propia carrera. Una de las grandes artistas de la historia de la música popular, dueña de una obra difícil de comparar o emparentar. Sus discos ya son acontecimientos en sí mismos, formas deformadas de atravesar la realidad para devolver una imagen que nadie más que ella pudo haber imaginado. Si la originalidad es lo primero que se le pide a un creador para evaluar la relevancia de un artista posmoderno, Björk ha hecho escuela en poner esa categoría como prioridad en su carrera. Y para ello no hizo más que construir desde las diferencias, desde la unión de sonidos que nadie imaginó factibles de unir. Todo lo que sucede a partir de ahí es la magia de una alquimista que, además, nunca dejó de ser pop, aunque la popularidad a veces le haya sido esquiva. Dato menor para alguien que nunca centró su búsqueda en ello.
Primavera Sound. Apertura de puertas, 16.30; Feli Colina, 17.15; Javiera Mena, 18.15; Julieta Venegas, 19.30 y Björk, 21. En Costanera Sur. Entradas en AllAccess.
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