Daniel Toro y la historia de la zamba perfecta: el canto a la soledad que reclama su lugar en el podio de la música argentina
La grabó en 1976, tiempo antes de ser incluido en la listas negras de la dictadura militar; “Zamba para olvidarte” o “Zamba para olvidar” se convirtió rápidamente en una exitosa canción folklórica interpretada por cientos de voces y resignificada con cada versión
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“Esta noche soñé con vos viejito, igual estabas enfermo, como allá cuando me dejaste para siempre, estabas en tu cama con la radio al lado, aquella donde tantas veces me pusiste esta música cuando estudiaba y hacía los deberes, tampoco pude despedirme de ti esta vez, pero te vi y estoy triste porque me quedé sin oír tu voz, que ya casi no recuerdo”. Los comments en YouTube se disponen en una panorámica que recuerda la contemplación a velocidad de ruta de esas piedras (en Córdoba, por ejemplo) que dicen cosas: amores que llegaron; amores que se fueron; una cruz, un nombre y una fecha. El testimonio de arriba no es un golpe bajo es una reflexión sobre el recuerdo que se pierde, se diluye en los sentidos (“tu voz que casi no recuerdo”) estimulada por una canción que, escrita para conjurar el olvido, no hace más que provocar su propio recuerdo (las veces escuchadas en la radio). Es su fatal contradicción: “Zamba para olvidarte”, escrita y grabada por Daniel Toro en 1976 es inolvidable.
La canción es indeleble, una vez que ha sido escuchada se queda para siempre dentro de uno, como bien lo canta Toro: “Mi zamba vivió conmigo, parte de mi soledad”. El cuerpo hueco de madera de la guitarra criolla deviene acá ese espacio inalcanzable del alma en el que estamos siempre incompletos.
Del cancionero nacional y popular, “Zamba para olvidarte” es como esos hits crossover que pegan en rankings estratificados al mismo tiempo. Como en Argentina nunca existió esa forma Billboard de medir la música diremos de esta zamba que es una de las mejores en su género pero también una de las mejores en esa categoría difusa a la que llamamos “canciones de amor” y, además, una metacanción que se refiere a sí misma y a la vez se libera del autor y de sus intérpretes. Tiene vida propia. ¿Es Toro o es la zamba quien extraña? Mientras el autor escribe y canta para exorcizar el dolor de la pérdida y poner en marcha el mecanismo del olvido, la “pobre canción que da vueltas” en su guitarra parece regodearse en el recuerdo de la relación rota. La escribió para olvidarse, sí, pero la canción es una trampa porque, en su paradojal refinamiento rústico, el recuerdo siempre estará al acecho. Qué maravilla.
El disco en el que Toro (Salta, 1941) grabó “Zamba para Olvidarte” se llama igual que esta zamba que también lidera el ranking entre las más tocadas por los músicos ambulantes y se editó en 1976 después de ganar el concurso de mejor canción inédita en Cosquín. La tapa muestra un retrato tornasolado, cromo-disonante del cantor, contra una suerte de puesta de sol un poco pop, un poco folk. Una estética que recuerda a los afiches que el peruano Jesús Ruiz Durand hizo entre 1968 y 1973 como propaganda para la reforma agraria en su país.
A Toro lo prohibió la dictadura (que se ensañó sobre todo con el folklore) que lo incluyó en sus listas negras acaso pensando que el cantor de “Cuando tenga la tierra” sería alguna vez olvidado. Si bien esta canción dista en la superficie de ser considerada política es la misma censura imbécil de la dictadura la que la resignifica. “Zamba para olvidarte” se convierte, sin querer, en un ejercicio de memoria, de lo que nunca más hay que olvidar de aquellos años. No poder cantar, no poder ser oído se le hizo tumor a Toro (que, como un guerrillero, se hacía llamar Casimiro Cobos) que por un cáncer de garganta se quedó sin voz entre 1979 y 1985. Una brutalidad, entre tantísimas, del régimen que hizo caer al país en un pozo del que todavía no aprendió a salir. Lastimar a un cantor popular cuya voz de tenor clara, conmovedora, había sido capaz de conjurar en el ritmo más característico del país el sentimiento confuso, ambiguo, de esos amores que al mismo tiempo necesitan terminarse y no pueden irse del todo. El abordaje de temas sentimentales, cercanos al género melódico, le había costado a Toro antes el señalamiento de los mismos folkloristas embarcados en la ola revolucionaria que tiñó a la cultura de principios de los 70. Toro utilizó la contratapa del LP Canciones para mi pueblo (1971) para contestarles: “Para aquellos que duden de mi proyección eterna como folklorista tal vez les basten mis bagualas y mi rostro (escuchadas unas, observado el otro con atención y detenimiento) como ejemplos concretos que demostrarían el error sostenido (…) Desde este país indio y moreno quiero lanzar el torrente de mi hurgar en todos los cancioneros sin desprestigio para mi condición de artista nativo”. Suficiente.
“Zamba para olvidarte” ( a veces acreditada con el más metafísico “Zamba para olvidar”) tiene todos los elementos característicos para reclamar su lugar en el Olimpo del folklore. El fraseo de las guitarras en la intro de la primera y la segunda vuelta, el bombo acoplado atrás como la voz interna de la zamba y el uso en contrapunto del coro que se hace unísono en ese vacío antes de la segunda vuelta donde se oye vibrante, inolvidable, el nombre mismo de la canción: “Y hace rato que te extraña/mi zamba para olvidar”. Al mismo tiempo que característica, tradicional, es distinta. Su estructura evoluciona con la lógica del drama y lo que en otra guitarra y otra voz podrían haber sido clichés románticos (“No sé si ya lo sabrás/lloré cuando vos te fuiste”) en Toro se vuelven verdades esenciales, indelebles.
La zamba fue registrada el 8 de marzo de 1976 con cuatro nombres distintos (“Zamba para olvidarte”, “Zamba para olvidar”, “Mi zamba para olvidar”, “Mi zamba para olvidarte”) por Toro, Julio Fontana (autor de la magnífica letra) y Casimiro Cobos. En el LP editado por Microfón ese mismo año aparece como Zamba para olvidarte, ya en el título del disco como de la canción que abría el lado 1. En la grabación original, según consta en la contratapa del LP, Toro fue acompañado por el Cuarteto Urpillay y el trío vocal Las Voces del Tiempo Nuevo. Una segunda edición cambió la ilustración pop-folk por una fotografía más clásica de Toro. “Zamba para olvidarte” se editó también como simple con “Canta enamorada” en el lado B.
Mercedes Sosa la revisitó en su álbum de duetos Cantora (2009) acompañada por Diego Torres. La autoridad de Mercedes en frases como “Mis manos ya son de barro, tanto apretar al dolor” es absoluta y Torres hace bien su parte (difícil cantar al lado de semejante monumento), pero la estilización de la versión (acordes disminuidos, la aparición de un piano como interludio entre las dos partes) diluye el poder mineral de la versión original.
Es que no hay con que darle a esos tres minutos con diecinueve segundos perfectos. Nada se puede mejorar en “Zamba para olvidarte”: ni siquiera sus silencios y ni hablar de ese muro de voces que se plantan ante el oído como un mural mexicano de Orozco o Siqueiros.
Parece escrita y grabada en esas piedras donde los que aman o dejaron de amarse dejan mensajes acaso eternos. Como el de esta canción imposible de olvidar.
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