Don Quijote, un elegido del arte sonoro
Más de doscientas obras constituyen el legado que la música lleva realizado sobre el tema de Don Quijote, un número increíble que empieza a tomar volumen a partir de la segunda mitad del siglo XVII, no obstante lo cual en el extraordinario trabajo de recensión realizado por Elisabeth Giuliani (en L'avant-scène opéra Nº 93, de diciembre de 1986) se encuentran dos ballets sobre el tema, sin nombre del autor de la música, ofrecidos en París muy tempranamente. El primero en 1614 (¡cuando aún no había aparecido el segundo volumen de la obra de Cervantes, que es de 1615, mientras el primero es de 1605!) y el segundo ballet, titulado L'Entrée de Don Quichotte de la Manche, en 1626. Entre las primeras obras dramáticas vocales aparecidas más adelante, en ese mismo siglo, se encuentra The Comical history of Don Quixotte, de Henry Purcell, estrenada en Londres en 1694.
El siglo XVIII se nos presenta riquísimo en obras vocales, instrumentales y coreográficas en torno de nuestro tema de hoy. Entre la gran cantidad de música sobre la genial creación cervantina, y dentro de ese lapso, aparecen grandes nombres de autores, como Jean-Philippe Rameau, con dos óperas cómicas, Antonio Caldara, Telemann, Paisiello, Piccini, Antonio Salieri o Ditters von Dittersdorf con su ópera de 1795.
El siglo XIX es más que pródigo en música sobre el Quijote. Allí están Carl María von Weber, con su Preciosa, estrenada en Dresde en 1820; Saverio Mercadante con dos títulos; Félix Mendelssohn (Die Hochzeit des Gamacho, de 1827); Donizetti, Asenjo Barbieri, Offenbach, Anton Rubinstein y tantísimos más, entre ellos (y que motiva nuestra nota de hoy) Richard Strauss. Por cierto el siglo XX siguió rendido antes los atrapantes encantos del Caballero de la Triste Figura, su escudero Sancho Panza y la impar Dulcinea, como lo evidencian las obras de Amadeo Vives, Jules Massenet (comedia heroica en cinco actos), la maravilla de El Retablo de Maese Pedro de Manuel de Falla, de Rodolfo y Ernesto Halffter, una joya como Don Quichotte à Dulcine de Maurice Ravel, Joaquín Rodrigo, Jacques Ibert y decenas de otros compositores.
Y además, también en ese siglo XX el Caballero de la Triste Figura, ese poeta, ese loco, ese soñador impenitente que creía en el amor y la justicia, con ese "sentimiento trágico de la vida" como decía Unamuno, se introduce con todos los honores en el nuevo arte de la centuria, el cinematógrafo. Es bajo la dirección de uno de los maestros del cine expresionista, George Wilhelm Pabst cuando Chaliapin, en 1932, o sea en sus 59 años, ofrece a través de la pantalla la imagen fiel de ese Don Quijote que llevaba en su corazón, después de haberlo representado por vez primera en la Opéra de Monte-Carlo con la obra de Massenet, en sus jóvenes 37 años. Es ese mismo Chaliapin quien asegura que "la imaginación, el candor, los gestos amplios de un matamoros, la debilidad de un niño, la fiereza de un caballero castellano, la bondad de un santo" es lo que él descubre en el fondo interior de Don Quijote, y lo ha llevado a imaginar su "exterior", tal como lo ha mostrado en el teatro de la ópera y el cine.
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Y todo esto, sólo para recordarles que no se pierden esta noche, a partir de las 20.30, el concierto (y su transmisión por Radio Nacional) de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, que, dirigida por Arturo Diemecke y el cellista Antonio Meneses, nos invita a escuchar Don Quijote Op. 35, de Richard Strauss, acompañado por la Sinfonía N» 6 "Pastoral" de Beethoven. ¡A gozarlas!
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