
Iggy Pop, sangre, sudor y energía
El músico, de 69 años, con la voz impecable y una vitalidad a toda prueba, conquistó a todos a puro hit en la primera jornada del encuentro en el que también brillaron los ingleses The Libertines en su debut en la Argentina
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Seguidilla de muy buenos conciertos en un mismo escenario de la primera jornada del Festival BUE. A las 19.30 El Mató a un Policía Motorizado empezó a calentar el ambiente con un show potente, efectivo y lleno de esas melodías melancólicas y adhesivas que ya son marca registrada de la banda platense.
Fue un muy buen preludio para la primera presentación de The Libertines en el país. La de los ingleses fue una gran performance. Siempre al borde del descalabro, la banda timoneada a los ponchazos por Pete Doherty y Carl Barat volvió a editar un disco en 2015 (Anthems For Doomed Youth), con un productor impensado (Jake Gosling, conocido por sus trabajos con Ed Sheeran y One Direction) y después de un paréntesis de once años provocado por la extensa soap opera protagonizada por Doherty, un auténtico rocker indomable.
Aun habiendo tenido que lidiar con los repetidos desplantes de los hermanos Gallagher o los delirios exóticos de Kevin Shields (My Bloody Valentine), el curtido manager escocés Alan McGee dijo alguna vez que los Libertines fueron la banda más extrema con la que trabajó. Pero esta versión del grupo -la del show del viernes en Tecnópolis, al menos; mañana quién sabe- fue la mejor que uno pudiera imaginar antes de verlos cara a cara. Bajo la superficie desaliñada de un repertorio de pub-punk atrevido y tan beodo como el de los Pogues hay unas cuantas grandes canciones -¿Qué otra cosa son "Can't Stand Me Now?", "Time For Heroes", "Horror Show" y "Don't Look Back Into The Sun"?- que dialogan abiertamente con la rica tradición del rock & pop británico. Los Libertines condensan el sonido de varias décadas (british invasion + mod + punk + britpop) con gracia y desprejuicio. Le deben mucho a The Jam, pero sobre a todo The Clash: desde los préstamos notorios en el sonido -aún sin incluir en la lista "Tomblands", quizás su tema más clashero- hasta el criterio para el equilibrado reparto de roles que Doherty y Barat emularon de Joe Strummer y Mick Jones, quien no por casualidad produjo sus dos primeros discos.
Cuando no ceden por completo a la resaca colectiva, sus shows suelen ser una celebración inflamable y contagiosa. Y felizmente fue el caso de esta primera visita a Buenos Aires, que para evidenciar referencias insoslayables arrancó con una introducción grabada -"Power to the People" de John Lennon- y después los encontró sueltos, entregados y encantadores. Suele haber más corazón y más verdad en la imperfección que en muchos ademanes atildados.
Se fueron ovacionados apenas un rato antes de que Iggy Pop, con 69 años y una escoliosis que le provoca serias dificultades para desplazarse, ametrallara a la multitud que fue a su encuentro con un set robusto y explosivo que hilvanó una montaña de clásicos. Ya desde el arranque, con "I Wanna Be Your Dog" y "The Passenger", el veterano músico de Michigan planteó un concierto retrospectivo que incluyó grandes canciones de los Stooges ("1969", "Raw Power", "No Fun") y versiones menos sutiles que las originales de "Sister Midnight" y "Nightclubbing", los dos temazos de apertura del disco The Idiot, resultado de su provechosa sociedad con Bowie a fines de los años setenta.
De Post Pop Depression, el muy buen álbum que editó este año, hubo sólo una canción: "Gardenia". Antes del cierre con una versión un poco desteñida de "Candy", inoxidable hit de los años noventa, Iggy derrochó vitalidad y energía rockera, demostró que su voz conserva cuerpo y profundidad y arengó a sus fans hasta que su propia invitación para que invadan el escenario terminó mal, cuando un exaltado abocado a la seguridad decidió bajar a las trompadas a uno de los que aceptó el convite.
Con la piel súper curtida, un espíritu envidiable y una banda de apoyo seca, efectiva y también algo desprovista de inventiva (Kevin Armstrong, Seamus Beaghen, Ben Ellis y Mat Hector), Iggy lució como lo que es: un sobreviviente -en los 70, la combinación de depresión crónica y adicción la heroína lo puso al borde del abismo- que como pionero del punk pinchó sin culpa el globo del hippismo. Sangre, sudor y una energía brutal son parte esencial de su receta, eficaz, provocadora, abrasiva y siempre vigente.




