Jacob Collier, el prodigioso hombre orquesta que hace cantar a todo el mundo
En dos vibrantes conciertos, el carismático artista londinense mostró todo su carisma y transformó al Gran Rex en un coro multitudinario
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¿Qué debería pasar para que el mensaje musical de Jacob Collier llegue a ser escuchado en vivo por audiencias multitudinarias en un estadio? El multiinstrumentista londinense tiene todo para lograrlo. Es dueño de un carisma extraordinario, le sobra habilidad para adaptarse a cualquier etiqueta de la música pop de estos tiempos (y de los pasados) como si cada una de ellas formara parte de su propio ADN y sobre todo posee un talento inusual, casi único en estos tiempos, para dialogar desde el escenario con el público y hacerlo sentir de manera genuina participante y protagonista a la vez de cada uno de sus shows.
¿Por qué, entonces, no vemos todavía a Jacob Collier como lo hacen Lady Gaga, Dua Lipa o Coldplay, que llenan estadios con ese mismo magnetismo de alcances ilimitados? Porque, como pudieron comprobarlo quienes acaban de presenciar los dos magníficos conciertos que ofreció en el Gran Rex, Collier todavía siente la necesidad de vivir la música (y sobre todo compartirla) como si estuviera en un patio de juegos. Para hacerlo tiene que estar cerca de la gente. O, como hizo en un momento, desplazar al centro del escenario el banquito del piano y sentarse allí para hablar un buen rato del valor de la música como instrumento para abrir fronteras, integrar al mundo y ayudar a que nos llevemos mejor.

El repertorio que trajo en su segunda visita a Buenos Aires (recordó en un momento la primera, casi inadvertida, en 2017) es propio de un artista consumado, dueño de un mundo propio y único. Surge de Djesse, el ambicioso proyecto en el que viene trabajando (y grabando) desde 2018, plasmado en cuatro álbumes.
A partir del último de ellos, publicado en 2024, se diseñó buena parte del set porteño. Pero detrás de la novedad y de la madurez artística expresada en esa obra integral, Collier transmite en sus shows una certeza profunda, definitiva: no quiere apartarse del espíritu intimista del que nació su álbum-símbolo: In My Room. Desde ese lugar, que se adapta mucho mejor a espacios con la capacidad que tiene el Gran Rex, Collier construye sus innovadoras ideas musicales con los materiales y los resultados que más lo satisfacen.
El resultado es prodigioso, como lo pudo comprobar el público que llenó las dos funciones del Gran Rex con un entusiasmo desbordante desde el primer hasta el último minuto. Son muy pocos los artistas capaces de elaborar desde la intimidad una idea musical que no para de crecer hasta convertirse en un asombroso fenómeno de comunión casi absoluta, algo de lo que muy pocos artistas consiguen hacen. En medio de la interpretación de un tema, Collier empieza con una nota o un acorde y desde allí invita al público a acompañarlo, transformando al teatro entero en un inmenso coro.

Hubo varios de esos momentos a lo largo de dos horas. Collier introdujo hábilmente esos formidables ejercicios colectivos entre los momentos más sutiles y delicados (fue admirable la versión con guitarra y voz de “Little Blue”, una bellísima canción de cuna) y los más vibrantes (del rock sinfónico al funky, todo lo que pueda imaginarse).
En términos estrictamente musicales, lo mejor de Collier pasa por la impresionante aptitud que muestra para tocar (literalmente) cualquier instrumento, su increíble habilidad para las armonías vocales y los inspirados (y complicadísimos) arreglos a través de los cuales Collier recorre una larga línea histórica que empieza en la música clásica coral y culmina en el jazz vocal cultivado por grupos como The Manhattan Transfer y Take 6.
En sus manos, acompañado por una ajustada banda, el vocalese (arreglos vocales que imitan y reproducen notas originalmente ejecutadas por instrumentos) alcanza una nueva dimensión. Y la cumbre llega cuando lo único que se escucha es la voz de Collier acompañada por el Harmonizer, un asombroso instrumento inventado por Collier y el ingeniero del MIT Ben Bloomberg, en el que cada nota cantada suena igual que la nota ejecutada en el teclado.
A partir de cada tecla pausada es posible crear desde allí un coro virtual de video capaz de generar una increíble versión de “Can’t Help Falling in Love”, el clásico de Elvis Presley. Allí, el hombre orquesta que es Collier se convertía además en un verdadero ensamble vocal… de una sola persona.

Hubo más covers durante el concierto. Como una sentida versión de “El día que me quieras” cantada a tres voces por Collier, Parijita Bastola y Erin Bentlage, dos de las integrantes de su ajustada banda. También la introducción del “Libertango”, de Astor Piazzolla, en medio de una frenética improvisación al piano. El concierto se cerró con una muy original versión de “Somebody to Love”, de Queen, un gran fin de fiesta coronado por una nueva transformación de las tres bandejas repletas del Gran Rex en un coro de afinación casi perfecta.
Jacob Collier se metió literalmente al público argentino en el bolsillo. Hasta podemos disculparle que por momentos se deje llevar por un virtuosismo a toda prueba y termine endulzando sin necesidad algunas interpretaciones con notas de más. Cuando vuelva a presentarse entre nosotros (no pasará mucho tiempo seguramente para que eso ocurra), quienes asistan al show volverán a sentirse, como acaba de ocurrir, verdaderos protagonistas de un concierto que difícilmente olvidarán.
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