El rapero acentúa el período más controvertido de su carrera con un álbum salvajemente desparejo de 23 minutos
Kanye West - ‘Ye’
GOOD - Dos estrellas y media
Ha sido un año enormemente desalentador para ser fan de Kanye. Para mucha gente, este tipo es sólo un tarado famoso que incursiona en la música ocasionalmente. Pero, por primera vez, suena como si Kanye estuviera de acuerdo con ellos. Siempre pareció cultivar esa imagen de tarado a tiempo completo como para esconder su genio detrás de ella. Se sentía más seguro ahí, con una pantalla de arrogancia para esconder la vulnerabilidad y la melancolía de su música. No tenías que cavar muy hondo para encontrarla: estaba por todas partes, en canciones como “Bound 2”, “We Major” y “All of the Lights”.
Pero, en 2018, se mantuvo ocupado haciéndose el payaso, buscando las controversias más fáciles, y logrando que sus adherentes más antiguos se sintieran como unos tontos. Se esforzó para adular a sus amigos de derecha, posteando con orgullo una selfie con una gorra de “Make America Great Again” autografiada por su amigo personal, el presidente, o yendo al programa TMZ para compartir sus ideas acerca de la esclavitud. (“Cuando escuchás acerca de la esclavitud durante 400 años... 400 años suenan más bien como una elección”). A los fans se les hacía difícil simular que sus diatribas políticas eran una suerte de impulso inconsecuente, y no una declaración totalmente consistente que ya lleva dos años defendiendo. (O más, según cuánto le dejaste pasar la misoginia de The Life of Pablo).
Su último disco no es el desastre arruina carreras para el que muchos fans se estaban preparando, pero seguramente no resultó ser la historia de redención conmovedora que quisiera ser. “Fue un año muy tembloroso”, se queja Kanye al principio de Ye, y no está bromeando: logró comprimir los últimos 25 años de la carrera de Morrissey en un par de meses. Lanzado casi exactamente cinco años después de que su obra maestra, Yeezus, se filtrara y prendiera fuego el verano de 2013, Ye invita a la comparación: tiene la mitad del título de Yeezus, la mitad de su duración y la mitad de su confianza. No es una experiencia musical, y no pretende serlo. Es apenas un artefacto más en la saga interminable de los Agonistas de Kanye.
Durante varios años, West fue la drama queen más controvertida y de ánimo más cambiante de todo Estados Unidos. Pero después perdió la corona, y no se lo tomó a bien. Tras su internación en noviembre de 2016, luego de rogarle a Jay-Z que no lo matara, emergió para lanzar sus brazos sobre el presidente electo, por lejos la celebridad de perfil más alto en hacerlo, un trofeo que aún sostiene. Después desapareció durante un tiempo, lo cual parecía una buena jugada. Despertó las esperanzas de que se estaba limpiando la cabeza, quizás usando Wyoming como Bowie usó Berlín, como un escape del infierno de la fama y como un taller para probar nuevos experimentos musicales. Tristemente, no parece haber sido el caso, a juzgar por los resultados. Es una declaración atribulada de una estrella que actualmente siente que sentirse atribulado es lo que lo vuelve interesante.
Si le dedicás un tiempo en serio a Ye, lo cual probablemente sea más que lo que hizo su propio autor, vas a encontrar que no es tan flácido como suena al principio. El disco se extiende por 23 minutos, un tercio de la duración de My Beautiful Dark Twisted Fantasy, dándote la impresión de que está jugando en una liga más baja que la suya, y aún así se siente demasiado largo. “Ghost Town” es la que más se destaca, con su protegida 070 Shake cantando su estribillo rockero, incluso si recuerda un poco demasiado a glorias del pasado como “Runaway” y “Otis”. La forma en la que ella canta “me siento un poco libre” brilla más que cualquier otra cosa en el disco. Es una canción con un corazón genuino, suficiente para hacer que desees que Kanye encuentre una salida de su encerrona creativa actual.
Pero Ye se abre torpemente con “I Thought About Killing You”, una caricatura demasiado obvia, y termina aún más torpemente con “Violent Crimes”. El tipo que hace años fue a Twitter para decir que Bill Cosby era inocente ahora decidió que es padre de dos hijas, lo cual lo transforma en un experto en determinar si las mujeres deben o no hacer yoga. (Spoiler: no, porque sus cuerpos les pueden dar ideas equivocadas a los hombres). Dejó afuera las canciones fallidas que lanzó en abril, la potencial novedad escatológica de “Lift Yourself” y el dueto filosófico con T.I., “Ye vs. the People”. Pero tiene listas unas quejas aún más pesadas en “Yikes” y “Wouldn’t Leave”. “Mi mujer me llama, me grita, me dice: ‘Vamos a perderlo todo’” podría pasar por una línea entendible en 2018, pero la posible identificación se rompe cuando te enterás de que las preocupaciones de la mujer tienen que ver con que las diatribas de Kanye en TMZ pueden afectar el valor de marca de un reality show producido por Ryan Seacrest. ¿A dónde puede ir él desde ahí? En ese sentido, ¿a dónde podemos ir el resto de nosotros?
En The Life of Pablo, que solía ser su disco más débil, la vieja vulnerabilidad de Kanye aparecía en el excelente final, “Fade”, donde Kanye sampleaba la voz de un hombre vigoroso que canta: “Tu amor se desvanece”. Era del clásico de Motown “(I Know) I’m Losing You”. No el original de The Temptations ni la versión de Rod Stewart, sino el cover de Rare Earth, los rockeros de Detroit. Era una forma atemorizante de hacer sonar un eco de la alienación que sentía Kanye, un turista hostil encerrado en su propia vida, sintiendo que todo se le desvanecía. The Life of Pablo era caótico, inseguro, pero en muchos momentos brillante. Ye es más caótico, menos seguro, con los suficientes brillos esporádicos como para dejarte con ganas de mucho, mucho más. Podría haber sido peor. Pero ¿alguien pensó alguna vez que esa iba a ser la vara para medir a Kanye West?
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