King Krule, 26 años, un pasado difícil y un presente como revelación inglesa
Man alive! "Cellular", "Supermarche", "Stoned Again", "Comet Face", "The Dream", "Perfecto Miserable", "Alone, Omen 3", "Slinky", "Airport Antenatal Airplene", "Don't Let The Dragon (Draag On)", "Theme for the Cross", "Underclass", "Energy Fleets", "Please Complete Thee" / Nuestra opinión: muy buena
Para tener apenas 26 años, no es poco lo que ha logrado King Krule. Nacido como Archy Marshall en Southwark (sudeste de Londres), creció en un ambiente familiar cargado de tensiones entre sus padres, aunque también recibió de parte de ellos constantes estímulos para su creatividad artística, lado B de su indisciplina persistente en la escuela. A los 15 años editó dos singles como Zoo Kid y pronto cambió su identidad, transformándose en King Krule en homenaje a un disco de Elvis Presley de fines de los 50 y no por devoción a un personaje del videojuego Donkey Kong de Nintendo, como se ha dicho más de una vez.
De 2013 hasta hoy editó cuatro discos -uno como Archy Marshall, A New Place 2 Drown (2015)-, fue comparado con Joe Strummer y Billy Bragg (por sus agudas observaciones sobre una sociedad inglesa marcada por la desigualdad, como todas las del capitalismo) y elogiado por Beyoncé y Kanye West. Logró todo eso con un estilo muy particular: canciones de aparente austeridad pero generoso regusto generalmente construidas con materiales económicos (una guitarra eléctrica con reverb, básicamente) pero bien sólidos y una voz de barítono llena de asperezas que no parece hacer juego con su aspecto (otro caso análogo, para darse una idea: el de Rick Astley).
Las temáticas de las canciones de King Krule suelen tener relación con la doble angustia que le provocan la realidad en la que vive y sus propios dilemas existenciales, en general derivados de ella. En Man Alive! la novedad es el ingreso a la zona de la paternidad, que dejó menos margen para pasar horas y horas tirado en un parque con amigos o encerrado en una habitación en soledad siempre tomando cerveza y fumando marihuana, la vida cotidiana de Marshall durante muchos años.
King Krule tenía medio disco terminado cuando se enteró del embarazo de su pareja, la fotógrafa Charlotte Patmore, y su reacción fue ambigua, como lo reflejan las letras de las canciones: por un lado, sobrevive el abatimiento que le produce el tedio de la vida urbana (ahora en Manchester, igual que antes en Londres); por el otro, la expectativa de una nueva rutina, la del padre de familia.
El ambiente general es denso, salvo en cuatro primeros tracks de espíritu punkie con una energía algo diferente que probablemente fueron pergeñados en un mismo período. Y una vez más hay más contenido que el sugerido a primera vista (o escucha): muchos detalles sonoros en cada track de un álbum ideal para escuchar con auriculares. Una música muy singular salpicada por intermitentes interjecciones de jazz, post-punk, soul y dubstep (con muy buenos aportes del saxofonista argentino Ignacio Czornogas, exintegrante de Hermanos Mackenzie ahora rebautizado Ignacio Salvadores) y que desde siempre causa tanta fascinación como desconcierto. Y en la que deambulan los fantasmas ilustres de Chet Baker, Tom Waits, David Sylvian y Bowie. Y que también le hizo perder la paciencia a un sector (amplio) de la prensa inglesa urgido por ver una cara más amable que King Krule no quiere mostrar.
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