
La música programática y la absoluta
Dos conceptos que remiten uno al otro
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¿Qué diferencia hay entre la "Toccata y fuga en re menor", de Bach y "Noche transfigurada", de Schönberg? Muchas, muchísimas. Y entre todas las disparidades podría agregarse que la primera es una obra de música absoluta en tanto que la otra es de música programática. Habitualmente, estos dos conceptos son presentados como antónimos irreconciliables aunque, al mismo tiempo, son también mutuamente dependientes. Hasta tal punto que es casi imposible o, por lo menos, sumamente dificultoso, definir a uno de ellos sin traer a colación al otro. En principio, cabe recordar que ambos tienen que ver con música instrumental pura, sin textos cantados. Cuando se habla de una obra programática se está haciendo mención de una pieza instrumental que intenta narrar o describir alguna idea o programa no musical, el cual es referido, por lo general, en el título. Un ejemplo sencillo y muy conocido es "Cuadros de una exposición", de Mussorgsky, en la cual, sólo por medio de sonidos, se pretende relatar una visita por una muestra de pinturas a través de una melodía establecida para el paseo de un cuadro a otro y de descripciones sonoras apropiadas para los contenidos de cada pintura. En otras palabras, aquí se trata de contar una historia.
Una obra de música absoluta, por el contrario, es aquella que está liberada de implicancias extramusicales como, por ejemplo, los cuartetos de Beethoven o las sinfonías de Brahms, cuyos discursos, planeamientos formales y búsquedas estéticas sólo responden a lógicas estrictamente sonoras y musicales.
Si bien ambos tipos de creaciones musicales, las absolutas y las referenciales, tienen varios siglos de existencia, los conceptos se pusieron en boga en el siglo XIX cuando los compositores románticos hicieron avanzar a la música programática con paso triunfal. Liszt decía que el programa era un prólogo que el compositor añadía para dirigir la atención del oyente hacia la esencia poética de una obra o de parte de ella. Y sostenía, incluso, que "las búsquedas musicales deben subordinarse a los dictados del programa escogido". Si bien Liszt fue quien impuso el término, la música programática ya existía en obras tan disímiles como las "Sonatas bíblicas", de Kuhnau, "Las cuatros estaciones", de Vivaldi, algunas de las oberturas operísticas de Mozart o la "Sinfonía Pastoral", de Beethoven, en las cuales alguna idea extramusical subyace a los sonidos. El período de esplendor de la música programática fue el del romanticismo. Aunque en aquel período también fueron escritas infinidad de sonatas, conciertos y sinfonías de alta emocionalidad romántica y, a la vez, tan absolutas y abstractas como habían sido las sonatas barrocas de Bach o los quintetos clásicos de Mozart.






