Regreso con gloria de los chicos malos
Guns N' Roses / Músicos: Axl Rose (voz y piano); Slash (guitarra y coros); Duff McKagan (bajo, guitarra y coros); Dizzy Reed (piano y coros); Richard Fortus (guitarra y coros); Frank Ferrer (batería); Melissa Reese (sintetizadores, coros y programaciones) / Lugar: Estadio Gigante de Arroyito (Rosario) / Nuestra opinión: muy bueno
Veintitrés años habían pasado desde la última vez que Axl, Slash y Duff pisaron suelo argentino al comando de Guns N' Roses. En el medio, las visitas en 2010, 2011 y 2014 fueron esfuerzos -con distintas formaciones y resultados dispares- de mantener viva la marca más por una cuestión de orgullo de su líder que por desafío artístico. Axl Rose parecía querer demostrar a sus entonces ex compañeros que él solo podía cargar sobre sus espaldas con el nombre de la banda más peligrosa que dio el hard rock en su historia. Una vez consumado el regreso de sus antiguos laderos, todo está armado para que el cantante de pelo cobrizo pueda disfrutar de la banda que le concretó sus mejores sueños y sus peores pesadillas.

El comienzo del show, sin embargo, estuvo lejos de ser condescendiente para con las masas. "It's So Easy" (el single maldito que fue opacado por "Welcome to the Jungle) y "Mr. Brownstone" (también de Appetite for Destruction) arremetieron de entrada para que Axl corriera desde el centro del escenario como un guerrero medieval que se enfrenta a la tropa enemiga y sus primeros alaridos dejaran en claro que su voz está en su mejor momento después de mucho, mucho tiempo. Al mismo tiempo, Slash, Duff y Fortus usufructuaban cada rincón de las escaleras y plataformas sobre el escenario. Entre un sonido que no terminaba de ajustarse y el viento que hacía lo suyo, "Chinese Democracy" pasó todo lo inadvertida que tenía que pasar hasta que el riff atropellado de "Welcome to the Jungle" despertó definitivamente al estadio. "Bienvenidos a la jungla, Rosario", anticipó Axl en una de sus pocas intervenciones con el público.
"Live and Let Die", con su clásico final caribeño sucio y desprolijo, trajo las primeras explosiones pirotécnicas y tuvo a Slash haciendo gala de su expertise a la hora de exprimir las escalas pentatónicas heredadas del blues electrificado que nunca estuvo dispuesto a negociar (ni dentro ni fuera de los Guns). Una vez que Axl recuperó el aire, las versiones sólidas de "Rocket Queen" y, sobre todo, de "You Could Be Mine" le devolvieron al grupo todo el salvajismo de pub rockero que los diferenció de sus coetáneos glam. A partir de allí, entre baladas ("Civil War", "November Rain"), canciones ("Sweet Child O' Mine", "Knockin' on Heaven's Door") y pasajes instrumentales (el solo de Slash con cita obligada al leitmotiv de El Padrino y "Wish You Where Here") los Guns N' Roses alternaron momentos de alquimia con raptos de dispersión. "Nightrain", el cierre antes de los bises, retomó por fin la senda demoledora de ir directo al grano sin demasiados rodeos.
Con el grupo nuevamente sobre el escenario, Axl se permitió primero reírse de sí mismo cuando su tos se escuchó desde el micrófono y después disfrutar la coda de "Patience" chocando espaldas con Slash sentados sobre uno de los monitores. Una versión de "The Seeker", de The Who, hizo de puente entre la balada a tres guitarras y el desenfreno -con fuegos artificiales y papel picado incluidos- de "Paradise City". Desde la introducción arpegiada que pide, casi de manera inocente, volver a la ciudad paradisíaca "donde la hierba es verde y las chicas son lindas" hasta el desenlace con un riff machacante al doble de tiempo y Axl gritando como un gato que estuvo encerrado el tiempo justo para no morir asfixiado, pero sí para soltar un maullido ensordecedor y temerario, los Guns N' Roses concluyeron un show de esos que se debían para estar en paz con ellos mismos. Porque los niños malos de Los Ángeles también aman los finales felices.
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