Tame Impala no pierde el tiempo y arma un artefacto casi perfecto
Nuestra opinión: muy buena
Cuenta Kevin Parker que siempre fue una persona nostálgica, relacionada invariablemente con el pasado: "Cuando era adolescente guardaba todos mis teléfonos móviles viejos. También unas cuantas piedras y un trozo de árbol que había en una casa que alquilé una vez. Creo que con tantas mudanzas perdí casi todas esas cosas, apenas me quedan una caja con algunos teléfonos y otra llena de frascos de desodorante vacíos". Pero lo más interesante del caso, sobre todo en atención a su obra, es que ese vínculo con lo que ya pasó (reflejado de manera evidente en la letra del flamante track "Lost in Yesterday", donde sobrevuela orgulloso el fantasma de Daft Punk, instalado también en "Is it True") no obturó el desarrollo de otros lazos con el presente y con lo que viene. De eso se trata un poco The Slow Rush, el nuevo álbum de Tame Impala, la banda que lidera este australiano que se ha transformado en menos de diez años en una de las estrellas más brillantes del pop contemporáneo: pasado, presente y futuro hilvanados con elegancia por un arquitecto sonoro voraz y dueño de una gran inventiva.
Parker es un galán codiciado, luce siempre fresco y casual, sabe de memoria cómo explotar su perfil melancólico y consiguió llegar al tope de la programación de los grandes festivales internacionales sin perder el favor de la crítica especializada y despertando, también, el interés de colegas de la talla de Kanye West, Lady Gaga y Mark Ronson. Su receta es el crossover sofisticado de diferentes tendencias de otras épocas -el sonido limpio de Fleetwood Mac, el punch irresistible del laboratorio de Quincy Jones en los hits de Michael Jackson, la psicodelia de los 60 que revivió con mayor intensidad a través de los dos primeros discos de Tame Impala, Innerspeaker (2010) y Lonerism (2012)- con su propia interpretación de las actuales. Su estilo como compositor es realmente heterodoxo, como ya había quedado demostrado con "Let it Happen", odisea lisérgica de casi ocho minutos que fue el cenit de Currents (2015), el disco en el que empezó a patentarse la amplitud de miras de Tame Impala. Y como ratifica ahora "Posthumous Forgiveness", una pieza de seis, con dos momentos completamente distintos, cuyo punto de partida fue la unión arbitraria de un par de secciones musicales que Parker tenía abandonadas en el disco rígido y recuperó para darle vida a un tema de aire ensoñador que por momentos recuerda a Yes.
La música de Tame Impala ha evolucionado del psych-rock recargado de fuzz de los inicios a un pop multisensorial e hiperproducido que dialoga sin prejuicios con el soft rock de los 70, el R&B y la música disco: "Hace unos años, si venías del indie, tener buenas melodías estaba mal visto. Había dos mundos: el del pop pegadizo y de la música alternativa que presumía de su inaccesibilidad. Una separación estúpida con la que ya casi nadie concuerda", declaró Parker hace poco, más seguro que nunca de cada paso que da y, a sus 34 años, plenamente consciente del veloz transcurso del tiempo -un tópico muy transitado en las letras de este nuevo disco- y de la importancia capital de aprovecharlo confiando en los instintos más auténticos.