Woody Harrelson, Meryl Streep, Lily Tomlin
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Un estreno póstumo que busca homenajear a los viejos programas de radio
Puede sonar algo malhumorado y hasta fuera de lugar, pero Robert Altman es sin duda uno de los directores estadounidenses de la generación post clásica más sobrevalorados, al menos para quien esto escribe. Su fama está cimentada fundamentalmente en títulos como MASH (1970), Nashville (1975) y, más recientemente, Ciudad de ángeles (1993), film al que le corresponde el dudoso honor de iniciar la fiebre de las películas corales con inquebrantables mensajes existencialistas y morales. Se trata, de una manera u otra, de filmes atendibles, a los que habría que sumar las hoy olvidadas –pero para nada olvidables– McCabe y Mrs. Miller (1971) y Un adiós peligroso (1973), dos de sus mejores obras. Lo cierto es que, más allá de la consabida facilidad para lograr que estrellas famosas trabajen por el cachet mínimo (lugar común repetido hasta el hartazgo, como también ocurre con cada nuevo proyecto de Woody Allen), casi todas sus películas estrenadas durante los últimos tres lustros tienden a dejar un regusto a medianía, a falsa promesa de gran película.
Noches mágicas de radio es, indefectiblemente, el esfuerzo que cierra su extensa filmografía. Altman falleció hace escasas semanas, dejando como legado este trabajo póstumo, suerte de homenaje a los programas de radio de antaño y a la música country en general. La historia, melancólica y agridulce, transcurre durante una única noche, con el trasfondo de la últimaaudición de un anacrónico show radial. Así, se suceden los recuerdos, el amor por la música y el mundo del espectáculo, las esperanzas de una nueva generación. Pero el realizador parece filmar en piloto automático, con ese zoom que entra y sale de los decorados sin saber muy bien cómo ni qué encuadrar, con poca fuerza y algo de desgano. ¡Esta historia de pasiones y anhelospedía a gritos amor por los personajes y sus avatares! Poco ayudan las inclusiones del elemento fantástico –en la forma de un ángel algo abúlico–, del empresario "moderno" y capitalista interpretado por Tommy Lee Jones o la muerte física de un personaje como metáfora de la extinción artística. Un gran reparto y pocas ideas para la despedida final de Altman. Eso sí, la música (lo poco que se deja escuchar, en fin) bien vale una vuelta por el departamento de bandas de sonido.
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