
Osvaldo Berlingieri: un espíritu libre con la improvisación como motor
En música, como en todo arte que se precie de auténtico, la originalidad es el gran desafío. Y para alcanzarla, es preciso, ineludible, que el artista, creador o intérprete, sea dueño de un espíritu libre. Ambas cualidades adornaron la trayectoria del pianista y compositor Osvaldo Berlingieri, que anteayer por la tarde se despidió de todos nosotros
, a los 86 años, luego de luchar durante largo tiempo contra un cuadro respiratorio que lo mantuvo fuera de los escenarios.
Cuando nos toca recorrer el itinerario de un músico, no dicen tanto los análisis de lo que puede considerarse un estilo, como el dato preciso de quienes rodearon su vida artística. El "dime con quién andas" es aplicable también en el campo del arte. En tal sentido bastaría recordar quiénes compartieron los inquietos dedos de Osvaldo Berlingieri.
Alcanzará con advertir que el gran, el enorme Aníbal Troilo lo convocó para integrar su orquesta cuando se le fue ese mago del piano llamado Osvaldo Manzi. Ocurrió en 1957. Berlingieri se quedó con Pichuco nada menos que durante once años, hasta 1968. Esto es por demás elocuente. Troilo necesitaba genios a su lado. Si bien no revolucionarios, ya que tuvo que detener los avances vanguardistas del "Gato", como llamaba el Gordo al atrevido de Astor Piazzolla.
Y como si fuese poco, también es por demás significativo que Berlingieri fuese coprotagonista de sendos grupos de cámara para el tango, que por sí mismos señalan exigencia de originalidad y excelencia musical. Primero, el Cuarteto de Troilo, con el imponderable Ubaldo de Lío en guitarra y Rafael del Bagno en contrabajo. Luego el Trío Los Modernos, el Cuarteto Los Notables del tango, con Leopoldo Federico en bandoneón, Leo Lipesker en violín y Omar Murtagh en contrabajo, y también en dúo con Ernesto Baffa. Baffa-Berlingieri sonó siempre como una marca inextinguible.
Si sólo nos quedásemos en lo más recóndito del espíritu Berlingieri y sus dedos, ingresaríamos en un universo colmado de sorpresas. Porque formaban parte del espíritu libertario y original de Osvaldo su virtuosismo y su inventiva. Una rara conjunción que le permitió volar en toques y cabriolas jazzísticas nada condicionadas y mucho menos aferradas a la ortodoxia tanguera. La mano derecha que recorría el teclado como un corcel inquiet y raudo; la mano izquierda generosa en mil armonías insólitas, las síncopas jugando con implícito humor, tanto como los rubato. Y la capacidad improvisadora, tan afín a la estética del jazz, y por lo tanto tan reluciente para dar resplandores al tango desde su raíz.
También la capacidad proteica de Berlingieri fue admirable. Y hasta desconcertante. Como el hecho de haber acompañado a cantantes de la talla de Edmundo Rivero, Roberto Goyeneche y Libertad Lamarque. Y de pronto convertirse en director musical en giras de la española Nati Mistral. Haber compartido con estilos tan disímiles como los de Héctor Varela, Edgardo Donato, Lucio Milena, Héctor Stamponi, Emilio Balcarce, Atilio Stampone. Fue un recorrido ascendente y por lo mismo, ejemplo de esa gran ambición musical: la de superarse y enriquecerse con diversos aportes.
Quizá nos faltará mencionar algunos de sus tangos, casi como anécdota: "Ciudad en gris", "A mis viejos", "Ritual", "Tango imaginario", "Ciudad dormida"… Nos quedan en la memoria el sonido claro y la creatividad de su piano.





