A un año de la muerte de Jorge Lanata, Elba Marcovecchio habla sobre el duelo, el peso de la exposición y su legado
En su estudio jurídico, en Retiro, la abogada y viuda del periodista se entregó a una charla íntima con LA NACION y recordó a su marido
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Es una tarde de un diciembre agotador. Como todos. Como ninguno. El calor aprieta y la feria judicial se acerca, pero en el estudio de Elba Marcovecchio se respira cierta calma. Apenas termina su última audiencia del año -Mauro Icardi y Yanina Latorre son algunos de los famosos que representa-, “Elbita”, como la llaman sus allegados, le abre las puertas a LA NACION dispuesta a recordar a su marido Jorge Lanata, a un año de su muerte.
El encuentro se prolonga durante cuatro horas, entre una larga sesión de fotos, recuerdos y momentos especiales vividos junto a “Jorge” y a sus hijos, Allegra y Valentino. La decoración de su elegante estudio habla de su historia: se puede ver un cuadro de Benito Quinquela Martín, un pequeño muñequito de Yoda -“porque las fuerzas del bien siempre vencen”, acota con una sonrisa al mostrarlo-, varias sencillas lapiceras descansando sobre su escritorio y una gran biblioteca. En la conversación también hay lugar para referencias a Hannah Arendt y su libro La banalidad del mal -un concepto que le “encanta”- y comentarios sobre los problemas de la Argentina y del mundo -“Cómo necesita el país el análisis de Lanata”, no puede evitar resoplar-. Recién después de una cortés charla inicial y de acomodarse junto a un mate, la abogada y viuda del periodista y escritor se siente lista para abrir su corazón y recordar a su marido, con quien compartió un breve, pero intenso matrimonio desde su boda el 23 de abril de 2022.
Una vez que el grabador se apaga la letrada se relaja y no se priva de dar detalles sobre cómo atravesó las turbulencias y los desencuentros familiares durante el duelo, vivencias que por el momento prefiere conservar en la intimidad “por respeto a la dolorosa fecha de aniversario”.
Sentir la ausencia
-Pasó un año desde la muerte de Lanata, ¿cómo estás?
-Es muy difícil verbalizar. Muy difícil. Traté de dedicarme mucho al trabajo, que además de ser lo que me gusta es el sostén de mis hijos. A mí me apasiona mi trabajo, pero no deja de ser una gran anestesia. También me dediqué mucho a los chicos porque me necesitaban. Son chicos y perdieron dos padres. [Valentino tiene 17 años y Allegra 16]. Me cuesta hacer el análisis sobre cómo me puedo sentir. Ni siquiera me sale hablarlo en primera persona. Todavía no lo puedo verbalizar.
-¿Vas a terapia?
-Un montón. Desde hace mucho tiempo. Soy muy pro terapia, creo en la terapia. Mi analista es espectacular, muy formada. También tengo mucha filosofía y mucha religión encima. Me pasa algo que es tremendo: lamentablemente ahora puedo entender un montón de cuestiones difíciles que solo podés entender cuando las viviste. Cosas que sentís en el cuerpo.
-¿Cómo cuáles?
-Habló de él y se me eriza la piel [muestra el brazo]. Es una de las cosas más difíciles que me tocó vivir y me pasó también en otras dos oportunidades [tras la muerte de su padre y la de su primer marido]. Es mucho más que la ausencia. Es la presencia de la ausencia. Es la silla vacía en el desayuno, en el almuerzo. Es el abrazo sin destinatario. Todo el tiempo soy yo sin él. Nosotros éramos uno, sin perder la identidad, pero éramos uno. Si pasaba algo lindo o algo feo yo siempre corría a contarle y él a mi. Siempre juntos. Un equipo.
-¿Y qué hacés cuando brota esa angustia de la ausencia?
-Nada, no tengo opción, es irremediable, es irreversible. Es la vida. No hay marcha atrás. No hay curita, no hay absolutamente nada. Por otro lado, así Dios lo dispuso. Ahí se me mezcla el análisis, la filosofía y la religión.
-Sos muy creyente.
-Sí, soy muy católica.
-Enviudaste dos veces. ¿Nunca te enojaste con Dios o con la vida?
-Es difícil porque me ha pasado de tener que explicar lo inexplicable, por supuesto que a veces tengo reacciones, pero el tema cuando vos te enojás es que no solo soy yo, soy yo y los chicos. Entonces, me acuerdo cuando falleció el papá de los chicos, yo les decía que era lo que Dios había dispuesto. Me tocó dos veces y a los chicos también, pero el enojo te separa del dolor y ¿cómo hago para sostener a mis hijos si yo me enojo con Dios?
-¿Quién te sostiene a vos?
-Él me sostiene.
-¿Lanata?
-Sí.
-¿Lo sentís?
-Sí. Me peleo con su ausencia. Me cuesta muchísimo aceptarlo. No puedo con lo tangible. No puedo ir al cementerio. No puedo, no puedo, no puedo. No es para mí.

-¿Ni una sola vez pudiste ir en este tiempo?
-No, yo no puedo ver la... no puedo ver el nombre de él con la fecha. Por eso solo fui al homenaje al que quisieron ir los chicos y a los otros no. Para mí es muy fuerte lo evidente. No lo soporto. Transitar el dolor no es fácil, pero más tarde o más temprano hay que transitarlo.
“Le gustaba la vida en familia”

-¿Este año se te pasó rápido o lento?
-El tiempo es muy relativo, hace muy poquito tiempo que... y por otra parte, pasaron tantas cosas que me hubiera gustado que él viera.
-¿Cómo que?
-La graduación de Valentino... Yo no tengo la lágrima fácil, pero cuando Valentino terminó su secundario me emocioné mucho. Él y Allegra estudiaban muchas veces con Jorge y a él le hubiera encantado verlo. Los quería mucho. ¡Charlaban tanto! Valen y Allegra son los dos muy intelectuales, con distintos intereses, pero leen mucho. Un día le compré a Allegra una esculturita de Helena de Troya y le dije: “¡Mirá te compré una diosa!”. Y ella me dice: “¡No, mamá, no podés ser tan bruta. Helena no era diosa, era mortal" [se ríe]. Ellos dos son muy unidos. Yo trataba de no llorar adelante de ellos, pero me acuerdo que una vez eran chiquitos y Valen se acercó, me secó una lágrima y me dijo: “Mami, vos podés llorar con nosotros”. Evidentemente hay cosas que no les podés ocultar, pero de todas maneras yo soy la mamá: ellos no están para sostenerme a mí. Son chicos.

-La gente recuerda a Jorge con mucho cariño...
-Jorge amaba a su público. Jamás iba a decirte que no a una foto o a un saludo por más que estuviera cansado. Me acuerdo que una vez en Uruguay se acercó un matrimonio grande a saludarlo y los invitó a comer con nosotros. Cuando digo que amaba a su público, es así. Cuando Jorge decía que no quería vivir en un país con un 80% de pobres, lo decía porque amaba a la gente. Por ahí no le divertía una fiesta con 200 personas, pero tampoco tenía problemas con los chicos, si hacía una fiesta de cumpleaños con 30 chicos, él estaba todo sonriente. Y eso que a él antes no le gustaba festejar su cumpleaños.
-¿Antes de salir con vos?
-Claro, él decía que no le gustaba festejar sus cumpleaños porque tenía una historia bastante dura con los cumpleaños. Su padre, que estaba muy dedicado a la mamá, le decía que iban a festejar su cumpleaños cuando la mamá se curara. Pero la mamá no se curó, la mamá vivió 40 años con él y con el problema que tuvo. Entonces, a Jorge le quedó esa cuestión. Yo le decía: “¿Y qué te detiene ahora para festejarlo? ¿Por qué no podemos festejarlo? ¿Qué te detiene?” Y resulta que un día vio que yo, que soy mala en la cocina, para mí es un deporte de riesgo, le había hecho una torta decorada con granas como si fuera una canchita de fútbol a mi hermano. Y Jorge la ve y me dice: “Yo quiero una así para mi cumpleaños”. “¿Esta canchita hecha con granas?" ¡Y se la hice! Había mucha ternura entre nosotros. Hubo un 12 de septiembre [el día del cumpleaños de Lanata] que fuimos con los compañeros de colegio de los chicos a la radio y le cantamos el feliz cumpleaños de sorpresa. Fue hermoso. Le gustaba la vida en familia. Salíamos un montón a comer afuera, al Colón, al teatro, a ver un recital, invitábamos amigos. Él quería divertirse. Él quería vivir.
Prejuicios
-¿Sobre qué conversaban?
-Hablábamos, por ejemplo, de la coherencia. Los dos creíamos mucho, mucho en que cuando hay necesidad económica no hay libertad. Es decir, la necesidad y la libertad no se llevan de la mano. A veces la gente busca el malo como si hubiera un antagónico. En la vida real tenés mayormente gente buena y también hay gente que obviamente actúa desde el mal, pero desde la banalidad del mal.
-Mucha gente a vos te tildó de “mala”...
-Primero, creo que vos podés tildar a alguien conociendo todas las circunstancias, es decir, a partir de las cuestiones que hacen o que no hacen, más que con prejuicios.
-¿Hubo un prejuicio hacia vos?
-Sí, un prejuicio por ser la esposa por ahí un poco más joven, pero eso habla de no conocerme a mí. Es muy difícil conocer a todas las personas de las que uno habla o de las que la gente habla. En general cuando hablás de alguien, de quien fuere, tomás determinados aspectos o cosas que se hicieron o que viste o determinás, y el resto lo componés. Lo completás. Yo sé quién era Jorge. Habiéndolo conocido a Jorge, ¿cómo no me iba a enamorar de él? ¿Cómo no me iba a enamorar de semejante ser maravilloso?
La etapa final

-¿Cómo recordás sus últimos momentos?
-[Se angustia]. El primer año es difícil porque es el primer día de todo sin él. Yo creía que iba a salir. Nunca dejé de creer eso hasta que antes de Navidad, yo estaba muy angustiada porque sentí que él estaba en paz y me di cuenta que... Le pregunté a la médica qué tenía y me dijo “nada”. “¿Entonces no se puede hacer nada?“. ”No”, me respondió. Ese día fue muy duro. Hasta ese momento yo siempre pensé que íbamos a salir. La negación es espectacular. Ya habíamos pasado otras internaciones y habíamos salido.
-¿Tenían planes?
-Sí, Jorge quería escribir. Y teníamos pensado pasar más tiempo en nuestra casa de Uruguay.
-¿Qué sentís ahora cuando vas a la casa de Uruguay?
-No, no voy. No soporto su ausencia. No soporto que Jorge no esté ahí en su lugar.
-¿Pensaste en mudarte de casa?
-No, eso no porque están los chicos y los podría afectar. Hay cosas del dolor que hay que transitar, pero a Uruguay puedo elegir no ir.
“Nos cuidábamos mucho”
-¿Cómo era ser su pareja?
-Éramos muy pareja, hacíamos tantas cosas juntos... Jorge no tenía necesidad ni de estar con alguien ni de casarse, ni de acoger a los niños, ni nada, no tenía necesidad. Y yo tampoco tenía necesidad porque toda mi vida fui independiente y fui libre. Esa no necesidad lo hacía muy atractivo. Nos cuidábamos mucho. Jorge a mí me cuidaba mucho y yo lo cuidaba mucho a él. Fue una experiencia de adultos, no era la primera vez. Cuando él me propuso matrimonio me dijo así: “¿Querés pasar el resto de nuestras vidas juntos?" Mirá, lo cuento y me vuelvo a emocionar... y yo le digo que sí. Y me dio un anillo, este de acá, este hermoso que encima es una esmeralda [lo muestra]. Me dijo que lo eligió porque era el anillo que él quería ver. Él era de Virgo, muy meticuloso, organizaba todo. No fue una propuesta espontánea, la venía planeando. De hecho, un mes antes de hacerme la propuesta me hacía chistes con una canción que se me había pegado de Maluma “Hawái”.
-¿Escuchaban ópera y también Maluma?
-¡Sí! Y además a Jorge le gustaban los chismes también. Nos divertíamos con todo el chisme de que la exnovia de Maluma salía con Neymar y toda esa cuestión. El chisme le encantaba.
-Ahora estaría contento cenando con vos y preguntándote por tu cliente Mauro Icardi...
-Sí, sí [risas] Me decía que tenía una sorpresa para mí y me daba a entender que era un viaje a Hawái. Y yo estaba medio preocupada porque me parecía un viaje demasiado largo, pero era todo un chiste por la canción que yo tenía pegada. La sorpresa era la propuesta de casamiento.
El legado de Lanata
-¿Cuál creés que es su legado?
-Creía en la Argentina, en que nuestros chicos vivieran acá y se desarrollaran acá, que estuvieran acá, eso era para él ser patriota. Eso a mí me encantaba. Y también su gran lucha por la verdad. Creía en la verdad como valor y esa fue su gran batalla.
-¿Qué sentís cuando pensás en tu historia con él?
-Dios me regaló la maravillosa posibilidad de haberme enamorado otra vez. Con lo difícil que es enamorarse y ser correspondido y querer una vida juntos. Todavía no puedo creer que ya no esté.
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