La judoca argentina, campeona olímpica y mundial, divide sus días entre la residencia en traumatología en el Hospital Central de San Isidro y su fuerte entrenamiento en el Cenard
La cita era a las cinco de la tarde en la puerta del Hospital Central de San Isidro. Pero, minutos antes del horario pautado, Paula Pareto (31) avisa que está demorada. Una hora después, nos encontramos y no se cansa de pedir disculpas: “A veces tengo que quedarme por mis pacientes. Y ahora no tengo mucho tiempo para las fotos… ¡Me tengo que ir a entrenar!”. Los horarios de la judoca argentina siempre fueron complicados, incluso antes de convertirse en residente de primer año en el área de traumatología. Antes, cuando estudiaba Medicina –se recibió en enero de 2014–, viajaba todas las mañanas desde San Fernando, donde vive, para entrenar en La Plata y a la noche, en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard). Ahora que logró alcanzar el momento más alto en su carrera –tras coronarse campeona olímpica en la división hasta 48 kg en Río 2016, además de tener una medalla de bronce por Pekín 2008 y el oro en el último Campeonato Mundial de Yudo 2015, entre otros trofeos–, la “Peque”, como la apodan, está más enfocada en su carrera de médica. “Necesitaba empezar con la residencia. Por eso, ahora, el judo estará en un segundo plano. No voy a dejar de entrenar ni de competir, pero serán sólo cuatro torneos en el año, sin demasiadas exigencias porque el entrenamiento no puede ser el que necesito”, cuenta Paula, que en marzo tendrá la Copa Panamericana en Perú, en abril el Panamericano de judo en Chile, en septiembre un Grand Prix en Croacia y a fin de octubre el Grand Slam en Abu Dabi.
En un momento, mientras es fotografiada, se encuentra con algunos compañeros, que la observan desde las escalinatas del hospital. “Me da un poco de vergüenza, principalmente porque acá no soy más que un residente ¿Cuáles son mis funciones? Atiendo a los pacientes de sala y soy un poco el nexo con los especialistas. A veces preparo a un paciente para operar o hablo con el cardiólogo, el clínico… Hago la parte administrativa. Y la verdad, aprendo muchísimo”. Como si fuera poco, se hace el tiempo para dedicarse a la filantropía: colabora con el programa Huella Weber, creado por su sponsor, Weber Saint Gobain, y que propone, a cada embajador –todos deportistas nacionales–, elegir una organización con necesidades y mejorar su infraestructura. “Yo colaboro con un comedor en Tigre que es para doscientos chicos”, detalla.
La charla con ¡Hola! no puede extenderse más. Después de catorce horas de trabajo, corre a tomarse el colectivo para llegar al Cenard, donde la espera su equipo de trabajo para otra jornada de entrenamiento.
- Fotos: Matías Salgado y Getty Images
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