Remake a la deriva
"El caso Thomas Crown" ("The Thomas Crown Affair"/1999), producción norteamericana en colores presentada por UIP. Hablada en inglés. Guión: Leslie Dixon y Kurt Wimmer. Fotografía: Tom Priestley. Música: Bill Conti. Intérpretes: Pierce Brosnan, Rene Russo, Denis Leary, Faye Dunaway, Ben Gazzara y otros. Dirección; John McTiernan. 112 minutos. Para mayores de 13 años. Nuestra opinión: regular.
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Multimillonario irresistible para las mujeres y hábil para los negocios, Thomas Crown llega a un punto de su vida en que se queda sin desafíos y decide, gracias a la agudeza de su mente, transformarse en un caballeresco ladrón.
Su meta es un valiosísimo cuadro de Monet que se exhibe en un museo neoyorquino y pone en práctica un hábil plan para quedarse con esa obra de arte y, al mismo tiempo, desconcertar a la policía. Tranquilo y audaz, Thomas Crown se adueña de la tela, aunque una brillante investigadora sospecha que detrás de ese robo por el que se ha detenido a varios delincuentes de poca monta hay un cerebro dispuesto a borrar toda pista de tan audaz golpe.
Si bien en su comienzo el relato apunta a cierto interés basado en el plan puesto en práctica por el millonario, no se tarda mucho en comprobar que la espiral argumental baja su tono y se inserta en una implacable monotonía en la que los diálogos, las convenciones y la falta de rigor en la narración, a la que se asocia el director John McTiernan, hacen que el film pierda emoción e interés.
Escaso ingenio
A estas alturas ya puede comprobarse que algunos productores norteamericanos se creen ingeniosos apelando a las remakes (esta historia fue rodada en 1968 con Steve McQueen como protagonista), y esperan que las segundas partes sean iguales o mejores que las primeras. En esta oportunidad se equivocaron, ya que la antigua versión poseía lo que le falta a ésta: ímpetu, fuerza y convicción.
La anécdota, forzada en todo momento, se encamina a los saltos hacia un final adivinado, y a medida que transcurre su acción (muy poca, en verdad) se asemeja a un barco a la deriva que nunca equilibra esa aventura de a ratos soporífera y convencional.





