
Sarmiento y la prima de sus sueños
La popularidad en tiempos de los próceres
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Con 29 años, Domingo Faustino Sarmiento fue alcanzado por la flecha de Cupido. En realidad, las flechas de Cupido siempre alcanzaban a Sarmiento. En este caso se trataba de una prima, Elena Rodríguez, sobrina de su maestro, del hombre que le enseñó a leer y escribir al mismísimo Sarmiento: don Ignacio Fermín Rodríguez.
El sanjuanino no quiso dejar en manos de la improvisación este asunto de tanta importancia. Por ese motivo decidió emplear un método empírico que le permitiera deducir los sentimientos que él despertaba en la primorosa prima Elena. Nos referimos al viejo truco de sondear el terreno con cuidado antes de lanzarse a una pileta que pudiera estar vacía. Él la saludada, Elena le respondía el saludo. Hacía un chiste, ella lo festejaba. La observaba, la prima lo espiaba. La piropeaba, Elenita se sonrojaba. La acumulación de pruebas no daba margen de dudas: la prima estaba vencida, derrotada, aniquilada por el amor. Tanto como él, por supuesto. Sin embargo, ella parecía no animarse a dar el paso. ¡Qué dulce! ¡Cuánta inocencia! Fue entonces cuando Domingo Faustino, que se desintegraba en deseos, acudió a Tránsito Oro, madre de la criatura y hermana de fray Justo, diputado de la Independencia. A la dama -candidata a suegra- le escribió una carta más que elocuente, cuidando cada palabra, cada verbo:
"Mi mala estrella, señora, y un sentimiento que se ha hecho irresistible en mi corazón me fuerzan a aventurar hoy un paso, que creí tener fuerzas suficientes para haberlo diferido por largo tiempo, al menos hasta cuando un mal éxito no pudiese traer nada de desagradable." Domingo Faustino fue preparando el ambiente con su prosa recargada.
Luego de un par de vueltas sin ir al punto, el galán anunció de una buena vez: "No quiero tenerla suspensa por más tiempo. Este paso, que debe influir poderosamente en mi suerte futura, es pedir a usted la mano de su digna hija".
Acto seguido se apresuró a señalar: "Para justificar esta pretensión que usted tachará de osada, no tengo ni fortuna que ofrecerla ni nada de lo que puede halagar las solícitas aspiraciones de una madre, pero sí el deseo de hacer la felicidad de este caro objeto de su tierno interés y el mío. Unido a una comportación sin mancha y las esperanzas de un joven, pueden de algún modo suplir a los dones que la naturaleza y la fortuna me han negado".
Y redondeaba: "Espero que usted tenga la condescendencia de hacerme conocer su modo de sentir a este respecto, suplicándole que sea siempre un secreto entre usted y yo. Con el temor de haberle dado un mal rato, soy de usted su obsecuente servidor".
La respuesta de Tránsito no se hizo esperar. Domingo Faustino podía ir a picotear por donde le plazca, menos con Elenita. ¿Pero acaso tía Tránsito podía censurar el vuelo fantástico de estos dos seres por los cielos de la dicha? No, el problema era que la joven prima no sentía nada de lo que Sarmiento imaginaba. La pileta estaba recontra vacía. Elena se casó con Sarmiento: con José Antonio Sarmiento, otro primo.
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