El reproche: un duelo verbal donde la ironía desnuda paradigmas
El debut de Víctor Hugo Morales como comediógrafo es auspicioso, con una obra que conduce de la risa a la reflexión
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★★★★ Dramaturgia: Víctor Hugo Morales. Dirección: Julieta Otero. Intérpretes: Malena Figó, Claudio Da Passano y Mayra Homar. Escenografía: Ariel Vaccaro. Vestuario: Ruth Fisherman y Andy Piffer. Música: Mariano Otero y Tomás Merello. Voz en la canción: Carlos Casella. Coreografía: Anita Gutiérrez. Asistente de dirección: Camila Sartorio. Producción: Marina Glezer. Teatro: El Picadero. Funciones: Jueves, a las 20. Duración: 60 minutos.
Nada mejor que el misterio del teatro para el espectador desprevenido. Quien esto escribe no quiso enterarse nada de lo que iba a ver, la sorpresa es un riesgo pero puede ser también la vía al deleite. Y la primera pieza de Víctor Hugo Morales es muchísimo más inteligente que esa legión de comedias dramáticas que suelen inundar la calle Corrientes. A través de un conflicto matrimonial que se desencadena con mucha gracia, logra verter conceptos sobre los nuevos paradigmas y el amor monogámico en un crescendo que en ningún momento cae en la obviedad. El matrimonio en cuestión entra en una especie de juicio propio, juicio interno, en el que ambos son fiscales y acusados. Allí aparece una vertiente riquísima que provee a los intérpretes y al público de unos conceptos tan agudos como inteligentes o cuestionadores sobre las inseguridades y los celos, rémoras aniquiladoras de parejas.
El reproche es el duelo de la ironía porque hay un contrapunto magistral entre estos personajes, donde cada disparo es ácido, pícaro, con ese doble sentido que da un texto reforzado con un gesto preciso. Es que se trata de un gran trabajo en equipo. Los tres artistas que están sobre el escenario nutren cada frase, cada palabra, cada situación con el oficio de los grandes. Ellos son Malena Figó, Claudio Da Passano y Mayra Homar, conocedores eximios de la comedia y del drama, capaces de dirigirse al momento más hilarante y, luego, sumergirse en la profundidad del dolor, de la frustración. En este aspecto, es fundamental la conducción de Julieta Otero, con una mirada precisa y un manejo contundente del timing del género. Se descubre en su puesta la indicación exacta, la guía que necesita no sólo el intérprete si no la obra. Porque el espectador no parará de reírse... hasta que la risa se vuelva mueca incómoda.
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