En la puesta dirigida por Jorge Suárez, algo de la vitalidad, de una posible mirada más cercana al presente, se vislumbra en el duelo de dos grandes actrices: Eleonora Wexler y Mara Bestelli
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Autor: Henrik Ibsen. Versión: Jorge Suárez, Juan Carlos Fontana, Martín Seefeld y Carolina Solari. Dirección: Jorge Suárez. Intérpretes: Martín Seefeld, Eleonora Wexler, Mara Bestelli, Gerardo Chendo, Edgardo Moreira, Pablo Finamore, Antonia Bengoechea, Alfredo Castellani, Daniela Catz, Susana Giannone, Gilda Scarpetta, Agustín Suárez, Lolo Crespo, Fernando Sureda, Luis Longhi y Donata Girotti. Vestuario: Laura Singh. Escenografía: Marlene Lievendag y Micaela Sleigh. Iluminación: Ricardo Sica. Música: Diego Vila y Betty Gambartes. Sala: Teatro Alvear ((Av. Corrientes 1659). Funciones: miércoles a sábados a las 20 h y los domingos a las 19 h. Duración: 100 minutos. Nuestra opinión: buena.
Cuando el realismo apareció en el teatro, a mediados del siglo XIX, fue una verdadera revolución y Henrik Ibsen, su principal exponente. Si hasta ese momento las historias que se contaban respondían a una mirada idealizada, romántica, que planteaban hechos elevados, de héroes y reyes, la escena dio un volantazo para mostrar un fragmento de la sociedad de aquel momento.
La conmoción fue absoluta: en el escenario aparecía el ciudadano común, con sus problemas económicos, la condena de las apariencias, la obligación a ocupar roles que no se eligen y la subordinación de las mujeres dentro de la casa. Todo el drama que el público vivía puertas adentro en sus hogares, comenzó a plantearse en espectáculos teatrales. La adhesión a esta forma de contar fue tan enorme que todavía hoy, a casi 150 años del estreno de Una casa de muñecas (la obra insignia de este género) el realismo todavía es la estética hegemónica en las artes escénicas y, sobre todo, en el lenguaje audiovisual.
De este contexto viene el actual estreno en el Teatro Alvear de la obra Los pilares de la sociedad, un texto de Ibsen que se estrenó en 1877, dos años antes de Una casa de muñecas, y que en esta versión es dirigido por Jorge Suárez y con las actuaciones de Martín Seefeld, Eleonora Wexler, Mara Bestelli y Gerardo Chendo, en los personajes principales.
En la trama, Ibsen ya articula lo que desarrollaría luego con maestría en Una casa de muñecas y es la oposición entre el individuo y el ciudadano. El primero es el que lucha por la propia verdad personal y se impone a los imperativos sociales, políticos y morales, mientras que el segundo es el hombre domesticado, que funciona como un referente de las instituciones.
El problema en Los pilares de la sociedad es que el ejemplo moral es, además, un hipócrita. Karsten Bernick, interpretado por Martín Seefeld, es un poderoso empresario dueño de un astillero y alcalde de su pueblo. Se lo considera un “pilar de la sociedad” por su rectitud y filantropía. Pero todo es una fachada: su vida se construyó en base a negocios turbios, engaños y estafas.
La tarea de desenmascarar al mentiroso, con la llegada de los personajes del pasado que buscan delatarlo es el progreso de la obra. En este sentido, la pieza trabaja con uno de los procedimientos típicos del realismo que es la gradación de conflictos y que en la puesta de Suárez se enfatizan con una lectura melodramática, que implica que el cierre de cada escena sea enunciado con cierto suspenso, una parada en el proscenio, una música elocuente, una luz cenital y el anuncio de cierto “principio discursivo”, por ejemplo: “sin justicia y sin amor, no hay sociedad posible”. Es que el drama realista de Ibsen también implicaba el desarrollo de una tesis: historias que son escritas para exponer una idea y que buscan una transformación social; en el caso del autor noruego era la consolidación poética de los valores de la modernidad.
Incertidumbre y escepticismo
Pero estos tiempos no son los de Ibsen. Si en 1870 se confiaba en el valor de lo nuevo como cuestionamiento y superación de lo viejo, se apostaba al progreso ilimitado de la educación y la supremacía de la razón, que permitía enunciar verdades universales, ¿qué queda de eso en tiempos de posverdad, incertidumbre y escepticismo? No es un mal ejercicio preguntarse qué tienen para decir las obras de Ibsen a esta época, porque como todo clásico responde a una médula respecto a la condición humana que puede adaptarse y mutar en el tiempo, pero se necesita una transformación, una lectura desde el territorio y la contemporaneidad, que en esta puesta, con personajes que funcionan como tótems discursivos de palabras encumbradas, no aparece.
Algo de la vitalidad, de una posible mirada más cercana a nuestro presente se vislumbra en el duelo de las hermanas (Wexler y Bestelli), las dos grandes actrices que en una discusión que mencionan envidias y enojos del pasado podría tener cierta lectura un poco más irónica, cínica, corrida de un naturalismo forzado. Lo mismo con el personaje del diácono interpretado con mucho humor por Pablo Finamore, que en su afán de ir con la Biblia y la moral bajo el brazo, hoy solo lo podemos observar con sarcasmo. Tal vez actuar lo ridículo de creer es el realismo de estos tiempos.
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