
Un almacén que por viejo no es pasado
Berlingieri: el reconocido pianista y compositor continúa la rica tradición tanguera del solar de Balcarce e Independencia.
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En "Canto a San Telmo", Tomás García dijo: "Me acerco a Balcarce, corazón del alto/donde existen puertas centenarias con fuertes aldabas/y tejas rojizas que ofician de manto".
Tal el clima que envuelve al solar del siglo XIX, esquina sin ochava de esa calle e Independencia, donde años atrás existió un acreditado restaurante ruso: El Volga. Y a partir de 1969, gracias al esfuerzo de Edmundo Rivero con Carlos García, hoy de Luis Veiga, una de las más célebres casas de tango porteñas: El Viejo Almacén.
Dos grandes escenógrafos del Teatro Colón se sacaron chispas en su tiempo: Saulo Benavente a un par de cuadras, intersección con el pasaje Giuffra en "Malena al Sur", y Fidel Scillone en este predio, creando un ambiente de viejo boliche, adosándole en la planta superior rejas antiguas con vestigios de barrio moreno y mazorquero. Su fundador, Rivero, señaló que el lugar "parece tener invisible duende tanguero", y eso experimentamos, "pues se respira hasta con el escenario vacío" junto al piano que hizo "hablar" allí por primera vez Horacio Salgán.
Uno de los platos fuertes del show está a cargo del pianista, compositor y arreglador Osvaldo Berlingieri, de vasta e intensa trayectoria, nacido en el barrio de Flores, hijo de un siciliano empleado ferroviario y madre aragonesa. Ese cóctel explosivo de linajes se refleja en el estilo del intérprete de ojos irónicos y expresivos protegidos por finos anteojos, y su sonrisa, de la que emana un bigotito entrecano.
Ya de chico, quince años apenas, comenzó aporreando "el dientudo" en la orquesta estable de Héctor Mauré para unos carnavales en Quilmes. Después se incorporó a la de Domingo Federico, por entonces un ídolo, autor de "Saludos" y "Yuyo verde".
El cantor Raúl Iriarte, promediando el cuarenta, lo convocó a una gira por toda América, y se vistieron de gauchos para actuar. Un par de años después pegó la vuelta y se incorporó a la agrupación de Roberto Caló en una inolvidable confitería de Lavalle y Suipacha, La Nobel, frente a la memorable mansión de Dardo Rocha.
También en cabarets, por caso el Novelty, en la cuadra del Maipo, con su pista bordeada por virola de bronce, haciendo "cambios" con Ernesto Franco y Roberto Medina.
En los intervalos de las secciones, Osvaldo convocaba a algunas de las chicas alternadoras, vestidas de raso y fragancias francesas, a bailarse un par de piezas en otro establecimiento, porque desde sus picardías en Villa Insuperable, junto a Virulazo, gustó entreverarse en las milongas.
Antológicos establecimientos en sus recuerdos: el Charleston de la Boca, con Tito Martin, émulo de D`Arienzo, y esas bajadas de la tapa del piano cuando llovía porque se inundaba el local.
En 1958, estando en La Paz, Bolivia, lo convoca Aníbal Troilo para ser el continuador en el piano de Orlando Goñi y otros grandes.
Diez años largos con Pichuco, que llevó al surco tres composiciones de Osvaldo: "A mis viejos", "Tamar" y "Compadrita mía", compartiendo largas maltas de recalada con quien trataba de "usted, gordura".
Cuando El Polaco Goyeneche se convirtió en solista, lo dirigió musicalmente con Baffa. Después conformó un trío con Leopoldo Federico y Cabarcos en distintos locales de San Telmo. Grabó dos importantes álbumes como solista, y también recorrió el mundo con Tango Argentino, y con la cupletera Nati Mistral.
Singular arquetipo de porteño, su perfil se confunde con inolvidables mojones de nuestra crónica. Y ese fraseo, "que se va del tema y vuelve", siempre fresco, no repetitivo e improvisador, como el de sus maestros del jazz, Oscar Peterson y Bill Evans, llamó la atención de las nuevas generaciones. Así el grupo rockero "Divididos" lo convocó para grabar y actuó en Obras para la purretada que lo aclamó.
Es que más allá de sus propios códigos, los que llegan intentan surcar los ríos subterráneos, cuando de navegar por nuestra identidad se trata. De ahí que eligieran a Osvaldo como timonel, por sabio y baqueano, que los espera noche tras noche sonriente desde el piano de El Viejo Almacén.
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