
Un musical digno de Fellini
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"Nueve (Nine)", musical basado en el film "8 y 1/2", de Federico Fellini. Libro: Arthur Kopit. Música y canciones: Maury Yeston. Traducción: Fernando Masllorens y Federico González del Pino. Dirección: David Leveaux. Escenografía y vestuario: Anthony Ward. Coreografía: Jonathan Butterell. Diseño de luces: Paul Pyant (recreadas por David Howe). Sonido: Gastón Brisky. Dirección musical: Omar Cyrulnik. Dirección vocal: Miguel López Carrillo. Orquestación: Mark Warman. Con Juan Darthes, Sandra Ballesteros, Luz Kerz, María Florencia Aragón, Patricia Browne, Andrea Cantoni, María S. Ceva, Georgina Frere, Lucila Gandolfo, Iara Lublinsky, Conie Marino, Ligia Piro, Elena Roger, María Rojí, Julieta Ruiz, Mirta Wons y, alternando, los niños Nicolás Asprella, Nicolás Ruiz Moreno y Federico Salles Gribodo. Duración: 110 minutos más intervalo. Teatro Metropolitan II, Corrientes 1343.
Nuestra opinión: muy buena
Riguroso, potente, original y con momentos muy bellos. En pocas palabras, ése es el resumen de lo que despierta "Nueve (Nine)", una comedia musical que encierra muchas otras historias y referencias.
Al bueno de Guido Contini, álter ego de Federico Fellini, la vida se le pone cada vez más complicada. Tiene un compromiso firmado para rodar una película. ¿Qué hacer? ¿Un western, una superproducción sobre epopeyas bíblicas, un musical? Todas esas salidas no son otra cosa que coartadas frente a su absoluta falta de inspiración. Ocurre que la libido de este caballero cuarentón esta ocupadísima en cuestiones pasionales.
El mujerío lo mantiene atrapado en el juego de la seducción. No sabe decirles que no y, tal como suele pasarle a todo Narciso Bello enamorado de su propia imagen, lo pagará caro. Porque ellas embisten con fuerza peleando por llevarse el trofeo de esta guerra amorosa. Transcurre en la atmósfera irreal de un spa veneciano o en los recuerdos de esa infancia perdida donde hunden raíces sus conflictos religiosos. Madre, esposa, prostituta, productora, actrices, paparazzi, y sigue lista de féminas que le arman un irresistible coro a este solista de la desesperación y, a la vez, del pavoneo.
"Nueve (Nine)" está basado en el film "8 y 1/2", de Fellini. La primera fidelidad de este musical con respecto a la película y a su creador aparece en la enseñanza que desliza: la creación artística está amasada sobre sufrimientos muy personales. Lo demás es puro espejismo, como en aquella escena de "Ginger y Fred" donde, desde lejos, la cámara muestra una esplendorosa cascada que, después, vista de cerca, no es otra cosa que una tira de celofanes sucios manipulada a manija por un aburrido operador.
Muestrario femenino
Cuando las quince damas del elenco ingresan en el escenario cortan el aliento del público. Las hay rubias y morochas, altas y bajas, gordas y espigadas. Cada una tiene un look cuidadosamente estudiado, un toque distintivo y singular. En el atuendo y en el peinado; en los registros y en los timbres, con algunas voces más educadas que otras, y en el carácter y en el temperamento de cada uno de los personajes, aun los que son pequeños y se funden en la densidad de semejante coro, al que sólo cabe objetarle que no se le entienden algunas letras cuando las melodías empinan hacia las zonas más agudas.
El tránsito del elenco es intenso, pero nunca confuso ni bochinchero. Y eso que, por dimensiones escénicas y aun de arreglos orquestales, se trata de un musical de cámara. Lo cual habla de las bondades de la puesta del inglés David Leveaux, comprada por la producción local llave en mano. La escenografía de Anthony Ward es de una sencillez cuidadosamente elaborada, con un diseño muy contemporáneo o -como se dice ahora- net. Así, hay una suerte de óvalo cavado en el piso del escenario, una enorme mesa, sillas, escaleras, pasarelas metálicas en lo alto, la orquesta ubicada en un lateral y un espejo funcionando como tramoya que a veces refleja al escenario y a veces deja ver lo que hay detrás.
La versión y la puesta
La representación alterna escenas actuadas y cantadas. Las traducciones de las letras, a cargo de Federico González del Pino y Fernando Masllorens, no son todas igualmente felices, pero se sabe lo endemoniada que es la tarea de hacer coincidir los acentos musicales con los de una lengua que no es la original en las que fueron escritas las canciones. En líneas generales, el trabajo llega a buen puerto, también en un par de temas en los que se juega deliberadamente con el clásico truco de apretar velozmente los versos para que entren en la rítmica de la melodía.
La partitura de Maury Yeston tiene un estilo muy original. No es un musical blanco ni de melodías pegadizas, salvo un precioso aire de tarantela que da ganas de hacer palmas y de bailar. Las nuevas orquestaciones de Mark Warman, realizadas para la versión inglesa estrenada en 1996, tienen un tono más íntimo que las del original estrenado en Broadway, en 1982. Lejos de la grandilocuencia de Andrew Lloyd Webber, la música toma elementos de la ópera y de la opereta, utiliza formas corales y dúos, abreva en la música clásica y hasta se carga de alguna pátina propia de Nino Rota e incluso del gran Stephen Sondheim, un autor de musicals muy poco conocido por estos lares. La orquesta dirigida por Omar Cyrulnik tiene un sonido precioso y una afinación perfecta, y hay que agradecerle a Gastón Brisky su mesura y buen gusto en el diseño de sonido.
Una por una
Sobre esa textura escénica y musical se irán desplegando las individualidades. Sandra Ballesteros sorprende meneándose y entonando en el estilo rubia Marilyn. Baja el nivel cuando le canta las hurras a Guido, ya sobre el cierre del espectáculo, padeciendo algún desfallecimiento vocal. El mismo desbalanceo aparece en Andrea Cantoni (la paciente esposa del director). Es una actriz interesantísima que sale airosa de su primera canción y que tiene algunos problemas de emisión en las zonas bajas de su registro cuando entona el tema en el que manda a pasear a su marido.
En una de las escenas más logradas y emotivas de la noche, la rubicunda (por saludable) Mirta Wons carga de climas fellinescos a esa situación siempre presente en el imaginario del cineasta: la de la mítica iniciación en el amor por parte de una prostituta de silueta contundente. El halo del gran Federico también sobrevuela al cuadro "Folies Bergére", en el que una afrancesada Luz Kerz se florea en sones propios del cabaret galo (con bajada a la platea y todo), mientras sus compañeras le hacen coro moviendo sensualmente los brazos. Ambos momentos son excelentes.
La refinada Conie Marino, María Ceva (como la madre), Ligia Piro, Lucila Gandolfo, Patricia Browne, Elena Roger, María Rojí, sus interminables piernas y el resto de las chicas tienen partes de mayor o menor protagonismo. Eso es lo que menos le importaría a Fellini; si las viera en acción, avanzando en un solo frente, seguramente sentiría cumplido su anhelo de disciplinar al mujerío. Sólo faltaría que cuiden un poco no perder la línea de entonación cuando parodian modulaciones de otros idiomas, como el francés o el italiano.




