Un suceso de apellido Avalos
COSQUIN. - Dice un cuento popular en Santiago del Estero que el Tata Dios sólo sale a bailar truncas cuando las canta Alfredo Abalos. Alguien lo definió hace tiempo como el mejor cantor de chacareras del mundo y hasta ahora nadie se anima a contradecirlo. Sobre todo cuando escuchan ese fraseo inconfundible, el tono sentencioso de sus definiciones y esa poesía honda y tajante en la que se refugia para disparar sus verdades, y que puebla su última producción "Una quimera más", una joya folklórica.
Esta noche subirá al escenario de Cosquín como en el 80, cuando estuvo por primera vez. Significará un nuevo acto de justicia a esta figura emblemática del canto criollo. "Nunca pedí estar porque no soy de pedir limosna. Así fue hasta que ellos tuvieron que llamarme. A partir de ahí volví todos los años", memora el cantor.
Abalos tiene 60 años, alrededor de quince producciones, y es músico desde que abrió los ojos. "Creo que uno viene predestinado. Nací en San Fernando en el medio de una familia de musiqueros, tanto de parte de madre como de padre, que eran cantores, músicos y bailarines. Mi tía me enseñó los primeros acordes y el resto lo aprendí escuchando la radio todos los días. Después, tuve la suerte de encontrarme con mucha gente que admiraba de chico. Troilo, por ejemplo, que para mí era un gigante. También tuve la suerte de conocer esa bohemia del tango que yo había descubierto en las transmisiones. Mi padre nos sentaba alrededor de la radio a la hora del mate y nos hacía escuchar distintas músicas", dice el barbado hombre, que una nena señala como Papá Noel.
Un día el músico huyó del bullicio capitalino y recayó en Santiago del Estero, donde vive actualmente. Pasaron 30 años y no piensa marcharse. Se siente parte de ese paisaje donde puede respirar el mundo. Allí lee y escucha música todo el día, cuando no está subido a un escenario, "agitando pañuelos" o sembrando chacareras. Para quien todavía no se enteró, Abalos es una inclaudicable figura del panorama nativo, defensor del arte de cantar, un personaje en toda su humanidad y, sobre todo, un hombre que no sabe ni quiere callarse la boca.
-¿Cómo ve al Cosquín de hoy comparado con el de otras épocas?
-Antes el que pedía palmas, gritaba y corría por el escenario era una vergüenza para la gente. No se puede cantar así nomás. Yo tuve la suerte de tener cerca a mucha gente que me marcó el camino. Siempre me lo decía Edmundo Rivero: "Usted salga, párese y cante, nada más". Ahora hay muchos jóvenes dando vueltas que tienen mucho desparpajo, el mismo que nosotros teníamos a su edad. En esa época éramos muy criticados por gente como Don Ata, que nos miraba mal porque poníamos algún rulo en la percusión o metíamos acordes más del jazz. Y a mí me pasa lo mismo con esta nueva generación de folkloristas que trato de entender. Lo único que me interesa es que encaren su trabajo con seriedad y que conozcan toda la parte tradicional. Una vez que se empapen en las raíces pueden hacer lo que quieran.
Al cantor también le tocó aprender y se introdujo en diferentes estilos hasta forjar una propuesta, que tiene una marca propia. Al igual que el "vamos muchachoooooos" con el que empieza cada tema, Abalos es personal y tiene un swing para cantar las chacareras que dentro de los cantores no tiene superación. Ese gesto personal lo coloca por encima del resto de los intérpretes de este repertorio. "Tuve muchas cosas que me marcaron como el son cubano, la samba de Vinicius de Moraes, la chacarera y la tonada y, por supuesto, la manera de cantar del polaco Goyeneche, que fue toda mi escuela", confiesa el músico, ganado por el recuerdo.
Al cantor se le hincha el pecho cuando habla de la chacarera, ese vital combustible de su vida musical que empieza a generarle de a poco un reconocimiento tardío. "Cuando estoy cantando chacareras es el momento más sublime de mi vida. Todo lo malo queda abajo del escenario y siento un placer enorme de cantarla, de jugar con ella."
Corporizado en esa música salavinera los duendes quichuistas se le despiertan. Si tiene que darle una síntesis a esa música embrujadora prefiere hacerlo cantando. "La chacarera no sólo es nostalgia y consuelo, es familia, identidad y un sentimiento, pasión, dolor y raíz para el santiagueño". Con el tiempo, Alfredo Abalos ha conseguido convertirse en un sinónimo de esa definición.
Apostillas
El chaqueño Palavecino, quien durante la jornada del jueves llevó el climax de Cosquín a uno de sus puntos más álgidos, casi no participa. Los tejes y manejes del festival relegaron a todos los artistas que pertenecen a Nazer producciones, de la que el salteño es parte. La actuación del músico sólo fue posible por la intervención de su sello, que hizo pesar su influencia por la cantidad de artistas y convenios que tiene con ATC. El músico finalmente se presentó por el 10 por ciento de su cachet. Fue la única manera, ya que su productor no pudo colocar oficialmente a ninguno de sus números en el festival. Nazer fue consejero artístico de Héctor Cavallero, concesionario de Cosquín 98, lo que le valió que la nueva empresa no lo viera con buenos ojos y que Julio Mahárbiz le bajara el pulgar.
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