Hace tres décadas, los Moura sacudieron la agonía de la dictadura con un disco que llegó para cambiarlo todo; este domingo lo celebran en el Teatro Ópera
Por Oscar Jalil
Todo empezó el 11 de enero de 1981 en un club barrial de la ciudad de La Plata. En las instalaciones de la Asociación Universal, sobre la avenida 25, funcionaban los bailes de Musicomanía, fiestas con sabor social donde las madres que acompañaban a sus hijas mataban la espera mirando películas de Sandro y Palito Ortega en el salón del primer piso. Abajo, la cancha de básquet se convertía una vez a la semana en una pista gigante de música disco. Nunca antes había tocado un grupo en esas reuniones festivas y por esas cosas del azar y los buenos oficios de un discjockey de moda, Gustavo Z, una banda desconocida subió al escenario ante un público atónito. Primero sorpresa, luego rechazo y después de unas cuantas canciones tocadas a una velocidad inusual para la época, los saltos contagiosos de seis pibes flaquitos enfundados en unas remeras ajustadas ganaron la primera partida de una larga temporada ante audiencias hostiles. Ese día, la banda platense estrenó nombre y cantante. Así Virus, con la voz de Federico Moura, inició una carrera loca repleta de acciones de cambio, gestos estéticos cercanos a la modernidad y un coraje rockero a prueba de inquisidores, esclarecidos y tibios. Nada volvería a ser igual en el rock argentino, mucha ironía en tiempos solemnes y una máquina de rock al servicio de la fantasía. Eso inventó Virus en el ocaso de la dictadura, y Wadu-Wadu fue su arma de despabilamiento masivo y narcótico art-pop para combatir tantos años de represión interior.
"Sólo quiero sacudirte para que veas las cosas como son, sólo quiero sacudirte para que dejes la vacilación", imponía Federico a un ritmo infernal durante todo el 81. En fiestas privadas, festivales masivos o shows para unos pocos, los Virus volaban a la velocidad de los yeites de Chuck Berry, la energía de Dr. Feelgood o la sensualidad atrevida de Ney Matogrosso; por ahí pasaban sus gustos y esa mezcla de estilos para adelantar el futuro. "Es el rock rock rock en mi forma de amar, es el rock rock rock en mi forma de ser", cantaban. Pero casi nadie los aceptó en los territorios ganados por el rock, tal vez porque le hablaba a las entrañas mismas de nuestro monstruo aletargado. Algo pasó durante ese año. Las primeras notas en la revista Pelo mostraban a Federico como el vocero inteligente de una banda nueva y aún sin disco: "Hay que tomar el ejemplo del cine, que es un arte muy completo: hay música, textos, actuación, color, etcétera. Cada actuación debe ser un todo. Fantasía, diversión, realidad. Cada canción es una cosa distinta. Me parece muy importante la fantasía, porque a los argentinos es algo que les falta". El disco llegó en diciembre, gracias a un cazatalentos de la época: Horacio Martínez, del aCBS, había hecho lo mismo con Los Gatos en 1967. ¿Pero de dónde venía esa estética de pelo corto y remeras a rayas? Era new wave como Blondie y The Police, pero a la vez conectaba con el aquí y ahora de una banda nacida en una ciudad universitaria, culta y arrogante.
Puta, ninguno salio gerente de coca-cola", era la frase favorita de Pico Moura cada vez que se refería al rumbo elegido por sus hijos. Ni uno de seis salió abogado como él, pero tres se acercaron a los gustos de su esposa, Velia Oliva de Moura, maestra y pianista vocacional. Federico (1951), Julio (56) y Marcelo (60) empezaron a tocar distintos instrumentos desde muy chicos, pasión que, junto al fútbol y al rugby, formaban la trilogía lúdica de una típica familia platense de clase media. Gina (47), Jorge (49) y Estela (50) completaban el cuadro familiar de los Moura. "Cuando nos decidimos a hacer música, mi padre nos dijo: «Olvídense de mí». El tipo tenía una cabeza genial, porque armó una familia y la vida de una manera tal que... para los años 70, trabajaba muchísimo, y eso nos permitió acceder a cosas que hasta ese momento no teníamos. Era lógico que se opusiera a nuestros gustos, pero nunca desde un lugar jodido", explica Julio y los recuerdos se disparan a la casa familiar de la calle 53 entre 3 y 4, un punto estratégico dentro del cuadrado fundacional de La Plata, cercano al Colegio Nacional, donde estudiaron los Moura, el Bosque platense y también la cancha de Estudiantes. "Imaginate, yo tenía 12 años y Estudiantes sale campeón del mundo", recuerda el guitarrista. Marcelo aporta sobre ese costado oculto de la banda más glamorosa que produjo el rock nacional: "El fútbol fue el lenguaje de nuestra niñez. Volvíamos del cole y estábamos cuatro horas jugando, todos los días, lo cual nos llevaba a una conexión que se trasladó al campo de la música: Federico, Julio y yo no necesitábamos ni mirarnos para entendernos".
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