Dejó Nueva York para regresar a su ciudad natal y revela las tres cosas que extraña de la Gran Manzana
La mujer contó todas las cosas que le faltan de la gran ciudad; también destacó ventajas claves de haberse mudado
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La decisión de abandonar una vida consolidada en Nueva York no fue sencilla para Emma Guillen. Después de tres años en la ciudad donde había construido una “carrera soñada como escritora”, tomó una determinación que modificó su rutina y sus expectativas laborales. Armó las valijas y regresó a Rochester, su ciudad natal, pero hay cosas que no deja de extrañar de la Gran Manzana.
El transporte y la cercanía de todo en Nueva York
Guillen recordó que, en su primer día de trabajo en Manhattan, caminó una hora desde su departamento en Upper East Side hasta su oficina en Flatiron. “Simplemente porque podía”, explicó.

La mujer describió que, durante los fines de semana, solía deambular sin rumbo fijo por las calles: observar vidrieras en Midtown, fotografiar brownstones en West Village o perderse entre jardines comunitarios del Upper West Side.
A esa libertad que experimentaba en Nueva York se sumaba la comodidad de la red del metro, que le permitía visitar diferentes lugares a un bajo costo. “Por 2,90 dólares podía probar un restaurante griego en Astoria, ir a Coney Island o disfrutar un mochi doughnut en Williamsburg”, describió en Business Insider.
Ahora, tras mudarse de Nueva York, su vida depende del auto. Aunque agradece cargar las bolsas del supermercado sin caminar “diez cuadras bajo la lluvia congelada”, reconoció que eso no reemplaza la vitalidad de transitar a pie.
La abundancia de experiencias culturales e internacionales en Nueva York
Guillen señaló que en Nueva York la variedad cultural era inmensa: “No hay nada como saber que la mejor comida, cultura y entretenimiento están justo afuera de la puerta de tu departamento”.
Según comentó, la Gran Manzana “podía satisfacer cualquier antojo que tuviera”. Desde el Comedy Cellar para tener una noche de risas hasta la Biblioteca Pública para un “momento tranquilo para leer y escribir” o el club de jazz Village Vanguard para “viajar al pasado”.
A esto se sumaban museos, musicales y charlas en centros culturales como el 92nd Street Y. Todas esas experiencias, según aseguró, justificaban su alquiler “ridículamente alto”.

Un ecosistema laboral en la Gran Manzana que impulsaba su carrera creativa
Guillen sostuvo que la Gran Manzana fue decisiva para su desarrollo profesional como escritora: “Para mí, Nueva York es la meca de las carreras creativas”.
En ese sentido, señaló que las oportunidades eran reales y frecuentes, respaldadas por un flujo constante de búsquedas laborales en publicidad, medios y otras industrias a las que podía trasladar sus habilidades.
Qué no extraña de Nueva York: altos costos, departamentos mínimos y la cultura del desgaste
Al margen de las cosas que añora de Nueva York, también destacó otras por las que no siente ni un poco de nostalgia. Por ejemplo, los altos precios de la Gran Manzana. “Un café frío me costaba US$7,50 antes de dejar propina. Ahora pago solo US$4”, comentó.

Tampoco extraña los departamentos diminutos. Aunque disfrutó su vivienda en un viejo edificio preguerra, las subas anuales de alquiler la llevaron a tomar la decisión definitiva de volver a Rochester.
Ahora vive en una casa de cuatro habitaciones, con patio, oficina y cocina amplia, todo eso mientras paga “aproximadamente US$1500 menos por mes”.
Por último, valoró haber dejado atrás lo que describe como una cultura laboral que exigía largas horas y sacrificios permanentes para progresar. “Quiero trabajar para vivir, no vivir para trabajar”, enfatizó.
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