El nuevo auge del jazz: quiénes son los “Coltrane” y “Miles Davis” del siglo XXI
En 2015, Robert Glasper, una de las flamantes estrellas de Blue Note, le decía a LA NACION que no entendía "la idea de que un músico de jazz actual tiene que vestirse de saco y corbata". Mientras caminaba por las calles de Buenos Aires antes de presentarse en el Teatro Coliseo en formato de trío clásico, parecía estar describiendo y reformulando la actualidad del género, un género que ha vivido y edificado su razón de ser en esa reinvención constante. Un año más tarde, de regreso a Buenos Aires pero con una formación eléctrica de R&B moderno, el pianista iba un poco más allá y, también en diálogo con LA NACION, disparaba: "A veces siento que el jazz se preocupa demasiado por la tradición y poco por el presente. Está bien tocar standards, lo disfruto y los incluyo en los shows con mi trío, pero nunca vas a ser vos mismo, para eso hay que componer". Inmersos en el mismo estado de situación, pocos meses atrás la revista Playboy había publicado un informe titulado "Cómo el jazz salvó al hip-hop, una vez más".
El punto de partida de la nota era contundente, una cita del tema "Black Friday", de Kendrick Lamar (Nada es más influyente que el rap / Yo combino jazz y trap) y una foto de apertura con dos de los jazzeros más sobresalientes de la década: Terrace Martin y Kamasi Washington (ambos, junto a Robert Glasper, parte activa de To Pimp A Butterfly, el ineludible disco de Lamar que contiene "Black Friday"). Pensar que el jazz, una música poco asociada con la juventud puede haber salvado al hip-hop, el género más convocante y excitante del momento, puede parecer una hipótesis descabellada, pero los argumentos para defenderla no son pocos. Si hacia fines de los 60 Miles Davis se metió en las aguas revueltas del rock para llegar a grandes audiencias (y también para darle al jazz un baño refrescante), hoy, al menos en Estados Unidos, el cruce con el rap parece seguir esa lógica de retroalimentación y fusión eterna. "Un músico de jazz para la generación hip-hop", es el lema con el que José James es definido por su sello discográfico. Y de eso parecen estar hechas las estrellas de jazz actuales.
En Playing Changes: Jazz For The New Century, libro imprescindible para entender este nuevo mapa sonoro, el crítico Nate Chinen analiza la actualidad del género en relación a los nuevos modos de escucha y producción. Y asegura, de modo entusiasta, que tanto los nuevos oyentes como los nuevos artistas "recorren la historia del jazz no como una narrativa lineal, sino como una red de posibilidades". El capítulo dedicado a The Soulquarians, el colectivo de músicos de fines de los 90 que contaba entre sus filas a D’Angelo, Questlove, J Dilla y Roy Hargrove, deja bien en claro de qué se trata el entramado musical. El flujo continuo de artistas de distintos estilos hace que en lugar de operar como "facciones opuestas y rígidos binarios" el jazz sea más "una mancha borrosa de alineaciones contingentes", explica Chinen. El siglo XXI ofrece, entonces, "una nueva fase evolucionaria" del jazz.
El célebre historiador Ted Gioia, crítico de jazz de The New York Times, se suma al análisis en su libro Cómo escuchar jazz (que cuenta con edición en español de editorial Turner y se consigue en la Argentina). En el último capítulo, define cuatro ejes que dan cuenta del gran momento del género en la actualidad: globalización, fusión, profesionalización y rejuvenecimiento. "Los jazzistas reciben un nuevo impulso de los sonidos nuevos y las nuevas herramientas tecnológicas –afirma–. Los artistas comerciales, a cambio, obtienen el beneficio de todo lo que el jazz les puede ofrecer". Allí también arriesga a proponer una nueva etiqueta: el Nu Jazz, que se caracteriza por inspirarse "en la gama completa de sonidos e instrumentos de la escena musical contemporánea (…). El grupo puede tocar con los instrumentos de jazz usuales, pero no hay que sorprenderse si vemos a DJ y programadores participando también".
De Bird a Tarantino
"Somos la generación de Quentin Tarantino y Beck y de todo ese tipo de collages", explica el pianista Brad Mehldau en el libro de Chinen. "Escuchamos a Bird, Monk y Coltrane, pero también salimos de gira escuchando a Soundgarden y Alice in Chains, o íbamos a ver a Sonic Youth en vivo". No renegar de la tradición, pero tampoco cerrarse a ella, esa es la forma de entender y hacer jazz hoy. De hecho, solo basta con escuchar Heaven and Earth, el reciente disco del saxofonista Kamasi Washington, para dar cuenta de que no hay allí ansias de vanguardismo, sino de repensar el pasado, una suerte de neoclacisismo tan cerca de los delirios espaciales de Sun Ra como de la lógica efectista de Instagram. En palabras de Alexis Petridis (The Guardian), Washington "conecta la política con el jazz del pasado para crear una nueva visión airadamente inclusiva". No se trata, entonces, de cancelar lo establecido, sino de renegociar los términos. El caso de Trombone Shorty resulta elocuente en este sentido, al mando de un instrumento cuya edad dorada se remonta a los años de las big bands, se ha convertido en una figurita visible en festivales masivos, no solo por su calidad técnica sino por su actitud rockera difícilmente rastreable en un trombonista.
No renegar de la tradición, pero tampoco cerrarse a ella, esa es la forma de entender y hacer jazz hoy
Con perfil más bajo, pero haciendo sus aportes en el siempre difícil terreno del jazz vocal, Gregory Porter (que el año pasado cantó en Buenos Aires) y la excepcional Cécile McClorin Salvant (de 29 años) son dos de los referentes que redefinen la imagen de crooner y lady-crooner en la actualidad. El primero, con su impronta gospel, es capaz de colaborar con el dúo británico de música electrónica Disclosure en el tema "Holding On" y al año siguiente editar un disco enteramente conformado por clásicos de Nat King Cole. McClorin Salvant, por su parte, se ha establecido como la gran referente de su especialidad. Un Grammy en 2016 y otro en 2018 por sus discos For One To Love y Dream and Daggers, respectivamente, le han hecho ganar visibilidad en todo el mundo. Sobre ella y su estilo, que suma elementos del folk e incluye versos en francés y español, Wynton Marsalis le dijo a The New Yorker: "Cantantes así aparecen uno solo por cada generación, o dos".
En el plano de las fusiones y las búsquedas más experimentales, el bajista Thundercat y el DJ Flying Lotus ofrecen sendas propuestas alejadas, no de la historia de jazz, pero sí del canon. Durante su show en el Teatro Vorterix en mayo de este año, el músico que heredó su alias de la serie de dibujos animados entregó su lectura virtuosa y explosiva del jazz-rock adaptado a los tiempos que corren. Entre solos intempestivos en la primera parte del repertorio y una seguidilla de canciones en modo soul avant-garde en el final, dejó en claro que las incursiones pop de vestimentas coloridas que motivaron a Miles Davis a volver a los escenarios en los 80 hoy pueden ser actualizadas y vehiculizadas de una forma mucho más fácil de ser aceptadas por la crítica y el público, sin relegar ambiciones artísticas. A Flying Lotus también le han llegado comparaciones con el trompetista creador de Kind of Blue. Sus composiciones, repletas de melodías fragmentadas y beats enrevesados, lo han transformado en un referente de la música electrónica más cerebral –estilos conocidos como IDM (Inteligent Dance Music) y wonky–. Trazando puentes con la lectura del funk que Miles Davis hizo en On the Corner (1972), algunos críticos y músicos han arriesgado que si aún estuviese vivo, estaría haciendo una música similar a la del DJ que también pasó este año por Buenos Aires, como telonero de Radiohead.
El momento europeo
Pero si hay un músico de jazz que suena a Radiohead, ese es Jakob Bro. El guitarrista danés, deudor del sonido de Bill Frisell, ha desarrollado un estilo ambiental, a menudo adjetivado como "otoñal", que le ha valido reconocimiento en todo el mundo. Los introspectivos Time (2011) y December Song (2013), por ejemplo, lo tienen sumando el saxo de Lee Konitz, uno de los grandes referentes del cool jazz de las décadas del 40 y el 50. Es que en las últimas décadas el jazz europeo se ha ganado un lugar de relevancia en el mapa global. Tantos años de recibir a las grandes figuras de Estados Unidos (las giras de Miles Davis y Thelonious Monk por el viejo continente aún hoy generan material para nuevas ediciones), dio como resultado una larga camada de músicos formados y ávidos de originalidad. Sin relegar el color local, los jazzeros europeos parecen haber hecho de cada singularidad su propia trinchera, y así hoy se pueden rastrear propuestas atractivas en países como España, Italia, Francia e Inglaterra, pero también en Suecia, Finlandia, Austria, Portugal y Eslovenia.
Fallecido en 2008 a los 44 años, el sueco Esbjörn Svensson junto a su trío fueron el primer grupo no estadounidense en llegar a la tapa de la prestigiosa revista especializada Downbeat, en 2006. La combinación de arrebatos noise y algunos destellos electrónicos con armonías impresionistas y melodías cuasirrománticas se convirtieron en una fórmula reconocida a nivel mundial y le valieron una alta estima como referentes del jazz contemporáneo. Tal es así que su influencia hoy puede oírse en los pianistas Tord Gustavsen (Noruega), Joe LoCascio (Estados Unidos) y el argentino Marco Sanguinetti, tanto como en el trío belga Too Noisy Fish. Otra de las grandes pérdidas para el jazz europeo ha sido sin dudas la muerte del trompetista polaco Tomasz Stanko, en julio de este año. Activo desde la década del 60, fue uno de los grandes referentes del free jazz y grabó con músicos de la talla de Jack DeJonette, Dave Holland y Cecil Taylor. Entre el lirismo de Miles Davis y los desbordes angulares de Ornette Coleman, forjó una marca de estilo que actualizó hasta sus últimos discos.
La gran presencia de músicos europeos en las últimas ediciones del Festival Buenos Aires Jazz pueden funcionar como termómetro. Si se toma como marco los últimos cinco años, la apertura del Festival en 2013 fue con la International Composers Pool, el colectivo experimental liderado por el baterista holandés Kank Benning, y el cierre del año pasado fue con el dúo conformado por el pianista alemán Jacky Terrason y el trompetista francés Stephane Belmondo. Experimentales hasta el borde de lo inasible los primeros, y lúdicos y de fácil acceso los segundo, muestran que el jazz europeo vive un momento de alta prolificidad y alcance. Pero también hay buenas noticias por estas latitudes. Sobre el final de su libro, Ted Gioia recomienda 150 músicos de jazz en actividad de todas partes del mundo, y en el puesto 71 aparece el pianista argentino Guillermo Klein.
"Buenos Aires ha evolucionado en un colectivo inteligente de músicos versátiles", afirma la reseña del disco Vidas Simples, de Juan Bayón, publicada en el número de octubre de la revista Downbeat. Y la mirada externa no es nada equivocada: la escena argentina cuenta con expresiones de todo tipo y en alto nivel. Desde expresiones más ligadas a la tradición (Adrián Iaies con su Colegiales Trío acaba de editar La paciencia está en nuestros corazones, en donde combina aires telúricos con su consabido clasicismo a la Bill Evans), a otras que retoman la black american music y se cargan de vocoders y sintetizadores (los discos de Fernández 4 se alzan como unos de los más disruptivos de la música popular argentina en el último lustro), los clubes de jazz porteños y los festivales que se extienden por todo el país ofrecen una paleta sonora apta para todo tipo de oídos. Escalandrum con Studio 2 y Mariano Otero con Danza, solo por nombrar los más resonantes, son otros de los grandes referentes del jazz local que han lanzado discos de alto vuelo este año.
Otra forma de escuchar
La prolificidad del jazz a nivel global, junto a las nuevas formas de escucha, propician sin duda la llegada del género a un nuevo público. Ya no se trata de un secreto a voces ni de un género que se transmite como legado, sino de un sonido que recobra energías en la medida en la que dialoga con su propio tiempo y lucha por hacerse su lugar en los algoritmos que rigen plataformas como Spotify y YouTube.
La retroalimentación entre los nuevos exponentes, los consagrados (Diana Krall, Ravi Coltrane y el ya mencionado Brad Mehldau, por citar algunos) y las leyendas aún en actividad (Wayne Shorter, Chick Corea, Sonny Rollins, Keith Jarrett…), se da también en el plano digital. La posibilidad de escuchar un disco de Thundercat seguido de uno Herbie Hancock beneficia al oyente pero también a los artistas. Este "momento de abundancia", como lo dice Chinen, exige una reconfiguración a la hora de consumir y pensar el jazz. El auge de las playlists como contenido curatorial, las radios especializadas y las escuchas en modo aleatorio pueden ser grandes aliados para quienes se interesan por ampliar sus horizontes: la diáspora del jazz no es solo geográfica, sino también sonora, técnica y generacional. Es "el destino manifiesto del jazz –en palabras de Gioia–. Un movimiento expansivo que en realidad no se ha terminado nunca".
IMPRESCINDIBLES DEL SIGLO XXI
The Epic (2015). Uno de los álbumes de jazz más aclamados de los últimos años, este disco triple es la gran obra maestra de Kamasi Washington junto al colectivo West Coast Get Down. En él se advierten una fusión de soul jazz e influencias de Coltrane, Miles Davis y Weather Report.
A Rift in Decorum: Live at The Village Vanguard (2017). Grabado en vivo en un templo del jazz, como tantos clásicos del género, muestra toda la versatilidad del trompetista Ambrose Akinmusire, nacido en 1982. Alterna temas frenéticos y lánguidos que llevan el sonido al límite.
Dreams and Daggers (2017). Cuando fue grabado, Cécile Mclorin Salvant, nacida en Miami en 1989, ya había llamado la atención por su voz y un estilo comparable a Sarah Vaughan, la artista que más influyó en ella. Es, como Gregory Porter, una de las voces del jazz vocal del siglo XXI.
Equilibrium (2002). El sitio musical Pitchfork afirmó sobre este álbum del pianista Matthew Shipp que "está tan precisamente construido que cada nota invita a la atención". Una de las mejores obras de uno de los músicos que conmovió a la escena del jazz en el nuevo siglo.
Seven Days of Falling (2003). Los pianistas suecos que componen el Esbjörn Svensson Trio asombraron al mundo al ubicar su disco en el más alto nivel de los ránking de jazz a comienzos de siglo. Una prueba de que la música negra norteamericana es cada vez más universal.
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