La difícil tarea de poner límites: los cuatro errores que cometemos a la hora de decir que no
Cada uno cuenta con la libertad de elegir qué quiere para su vida y qué no; pero al manifestárselo a los demás es preciso ser claros para evitar confusiones
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He escuchado a muchas personas decir que les resulta difícil poner límites. Hoy me gustaría invitarte a reflexionar sobre este tema. En primer lugar, es importante mencionar que los límites no nos limitan, aunque esto parezca un juego de palabras. Por el contrario, nos liberan, ya que nos permiten elevar nuestra autoestima y nos ayudan a disfrutar de mejores relaciones interpersonales.
Ahora bien, no todos los límites son iguales, puesto que existen distintos tipos. Veamos:
1. El límite confuso
En este caso, “Yo soy vos, o vos sos yo”. Se trata de un apego excesivo y ansioso donde la persona cree que el otro es una extensión suya; o es ella misma quien se convierte en una extensión del otro.
2. El límite rígido
Aquí la persona levanta un muro invisible a su alrededor porque tiene miedo a ser lastimada. Vive en modo de “constante ataque y defensa”. Como resultado, cuando va a poner límites, lo hace con agresividad.
3. El límite permeable
Este tercer caso es todo lo contrario al anterior. La persona dice que no, pero, si el otro le insiste un poco, termina diciendo que sí. El hecho de que fije un límite permeable dependerá de cómo se sienta (por ejemplo, si siente miedo o no) y del nivel de insistencia de la otra parte.
4. El límite distante
Por último, la persona expresa: “Quiero a todos lejos; no quiero tener intimidad con nadie”. Así que vive poniendo límites en un intento de mantener a todo el mundo a distancia. En el fondo, actúa así porque está cansada de confiar en los demás. Muy probablemente haya sido traicionada o herida en el pasado.
Todos los seres humanos necesitamos tener límites en nuestra vida. En especial, a partir de la infancia y hasta la edad adulta. Pero estos deben ser saludables. Para ello, es preciso aprender a utilizar el “Sí” y el “No” en nuestra cotidianeidad.
Siempre es uno mismo el que decide quién entra en su círculo de intimidad afectiva y quién no. Cada uno cuenta con la libertad de elegir qué quiere para su vida y qué no. Elegimos qué pensar o creer, qué sentir, qué decir y qué hacer. Es por ello que, para llevarnos bien con quienes nos rodean, los límites deben ser claros y precisos.
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