Rania al Yassin –ahora Rania de Jordania– tenía 21 años cuando llegó a Amán, capital del reino hachemita, para trabajar en una multinacional. Entonces no podía imaginar lo que le depararía el destino en aquella ciudad exótica y desconocida en el corazón de Oriente Medio, en la que se enamoraría del príncipe Abdalá –hijo del rey Hussein I y su segunda esposa, la británica Muna-al Hussein– y, tras una boda de ensueño, se convertiría en la reina más joven del mundo, a los 28 años, en la mujer más influyente de Jordania, en "reina de estilo" copiada por mujeres de todo el mundo, y en un ícono de modernidad en el mundo árabe.
Mi príncipe azul
Hija de la diáspora palestina (su padre era un médico originario de Tulkarem, en el norte de Cisjordania bajo la ocupación israelí, y los suyos conocieron en carne propia lo que significaba ser "refugiados"), nació en Kuwait el 31 de agosto de 1970 Estudió en la Universidad Americana de El Cairo –su familia se trasladó a Egipto tras la invasión de Irak–, donde se graduó en Ciencias Empresariales, y una vez en Amán trabajó en el Citibank y en Apple. Pocos meses después de su llegada a la capital jordana, en el verano de 1992, Rania conoció en una comida al príncipe Abdalá bin Al Hussein, hijo del entonces Rey, y ya nada fue igual. "Tenía una sonrisa tan grande y una energía tan contagiosa que nos llevamos muy bien –contó ella en una entrevista en el año 2016–. Y ya sabemos lo que sucedió después", agregó. El príncipe, que no estaba destinado a ocupar el trono, quedó fascinado con Rania y, tras un breve noviazgo, se casaron el 10 de junio de 1993 y empezaron a escribir este cuento de hadas moderno. Ella tenía 22 años; él 31.
La mágica boda, a la que asistieron miembros de todas las casas reales del mundo, se celebró en el Palacio de Zahran, en Amán. Bellísima, la novia impactó con un imponente y voluminoso vestido creado por Bruce Oldfield y un largo velo de seda que combinó con una diadema de cristal (y no con una tiara prestada, como es costumbre royal).
Al momento de intercambiar votos, ni Rania ni el príncipe Abdalá sabían que poco tiempo después serían los reyes de Jordania. De hecho, durante los primeros tres años tuvieron una vida normal en el departamento que el rey Hussein les obsequió como regalo de bodas, hasta que el 7 de febrero de 1999 recibieron una sorpresiva noticia: quince días antes de morir, el rey Hussein designó al príncipe Abdalá como su sucesor al trono, en una maniobra política destinada a quitar del medio a su propio hermano Hasan, a quien él mismo había nombrado heredero en 1965 en perjuicio de su primogénito. Pero recién el 9 de junio se celebró oficialmente la coronación y el marido de Rania se transformó en rey Abdalá II.
Para entones, el matrimonio tenía dos hijos: Hussein, nacido el 28 de junio de 1994 y heredero del trono, e Iman, nacida el 27 de septiembre de 1996. Otros dos nacieron después: Salma, el 26 de septiembre de 2000, y Hashem, el 39 de enero de 2005. El año pasado, en una entrevista con Hello!, la Reina confesó: "Después de tantos años de matrimonio siento que lo conozco y aprecio más hoy que nunca. Su apoyo, amistad y consejo me han ayudado a superar tiempos difíciles y me han impulsado a perseguir mis objetivos sin falta".
VIDA DE REINA
El 22 de marzo de ese año 1999, el rey Abdalá II proclamó Reina a su mujer. Un gesto muy significativo porque sin esa decisión, Rania sólo tendría el título de princesa consorte. En 2004, en otra demostración de lo importante que es ella dentro del reino hachemita, Su Majestad le otorgó el rango honorario de coronel de las Fuerzas Armadas. Pero nadie era más consciente de su rol clave para la corona que la propia Rania: el día de la investidura, la flamante Reina, que hasta esa fecha siempre se había mostrado como una clásica mujer de su país, dejó en evidencia un cambio revelador de lo que sería su estilo a partir de entonces cuando apareció ataviada con un impresionate vestido dorado con delicadas cuentas firmado por el libanés Elie Saab y con un maquillaje mucho más natural.
Su llegada al trono jordano fue una verdadera revolución. Economista, moderna, comprometida con los problemas de la mujer y de la infancia, la Reina ya tenía un sólido prestigio que después supo consolidar desde su posición de privilegio hasta convertirse en la mejor embajadora de las mujeres del mundo árabe (según la revista Forbes, es una de las cien mujeres más poderosas del mundo). Con inteligencia y sensibilidad, Rania ha llevado a los foros internacionales varios de los temas que son tabú en Medio Oriente, como la explotación infantil, y es una de las pocas líderes mujeres que participan en el Foro Económico Mundial de Davos donde suele abordar, entre otras cuestiones, el tema de la igualdad.
Embajadora de Unicef desde 2007, presidenta Mundial Honoraria de las Naciones Unidas para la Educación de las Niñas, también apoya la labor de instituciones como la Jordan Cancer Society y preside organizaciones benéficas como la Jordan River Foundation (fundada por ella en 1995 para ayudar a los más desfavorecidos de su país). Además, trabaja mucho en pos de la tolerancia y de la construcción de puentes entre las diferentes religiones –un tema de tensión permanente en la región–, porque sabe que cada una de sus actuaciones, discursos o apariciones públicas atraen a los medios y millones de ojos se posan en ella. Incansable y solidaria, su tarea fue reconocida en repetidas ocasiones por varios líderes mundiales, en especial su labor de promoción y ayuda humanitaria y sus esfuerzos por llamar la atención sobre la difícil situación de los refugiados del mundo, mejorar el acceso a la educación y promover la aceptación entre todas las culturas.
REINA EN LAS REDES
Acaso bien asesorada o movida por su propia intuición, Rania fue pionera en el uso de redes sociales y nuevas plataformas para dar visibilidad a sus mensajes y proyectos y ahora tiene una legión de "súbditos" virtuales: más de 10 millones de seguidores en Twitter, más de 6 millones en Instagram y decenas de miles en Facebook y Youtube. Otro dato que ayuda a dimensionar la visión y el compromiso de la reina de Jordania.
La misma que, contra los estereotipos sobre Oriente, nunca usa velo salvo para visitar una mezquita. "En Occidente la gente cree que el velo es un símbolo de opresión. No es verdad, siempre que la mujer lo vista por convicción", dijo. La que pide que a las mujeres árabes se las juzgue por lo que tienen dentro de la cabeza y no sobre ella. La que seguramente mientras sopla las velas de su torta de cumpleaños pedirá tres deseos que no serán para ella sino para los refugiados y los huérfanos que viven en zonas de guerra, para los jóvenes que no tienen acceso a la educación y para las mujeres que viven a diario situaciones de violencia. "Algunas personas toman el logro de una meta o alcanzar un hito como una señal de que pueden reducir la velocidad", dijo Rania el año pasado. "Pero para mí es una motivación para volver a correr los postes del arco un poco más lejos y poner mi mirada en hacer más".
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