Mundo chárter: un espacio con códigos propios
Como en un transporte escolar, pero para adultos, miles de personas comparten a diario su intimidad en las combis que los llevan al centro
-Tenés que poner 25 pesos.
-¿Por?
-Es el cumpleaños de Estela. El martes. Para el regalo.
-¿Quién es Estela?
-La del asiento del fondo, que sube en la rotonda.
-¡Ah, Estela! Claro, tomá.
Este diálogo fue oído en un chárter, ese transporte privado grupal que se ha instalado como un modo alternativo al transporte público para acercar al centro de Buenos Aires a decenas de miles de oficinistas desde distintas zonas del conurbano, muchos residentes en barrios privados. Y tiene características que naturalmente hacen de cada chárter un mundo, dado que suele ocurrir que todos los días son las mismas personas, a la misma hora, las que comparten hasta dos horas de viaje, en el que el intercambio social fluye naturalmente.
La imagen evoca a los transportes escolares, pero con adultos. Cada chárter tiene su clientela clásica, cotidiana. Rutinaria, pero con vida propia a la vez. A bordo, según cuentan algunos pasajeros, se refleja la sociedad y la vida misma. "Con el tiempo te hacés algunos amigos. En una época, los viernes traíamos una picada, la poníamos al lado del chofer y nos acercábamos todos a los asientos de adelante", cuenta Ana, que viaja hace 20 años en el mismo chárter, e incluso, con algunos de los mismos compañeros de pasaje. "Hemos visto pasar todas las emociones de la vida. Compartimos nacimientos, casamientos, cambios de trabajo, enfermedades, e incluso alguna muerte."
Natalia tiene 35 años y viaja desde Victoria, en la zona norte del Gran Buenos Aires, hasta Recoleta. Y confirma que el vínculo que se genera a bordo de chárter, con sus "compañeritos", suele ser intenso. "Incluso con el chofer. Nosotros hemos llegado a festejarle el cumpleaños. Le poníamos el bonete, decorábamos con guirnaldas la camioneta y así viajábamos. En la Lugones la gente nos miraba raro", recuerda.
La afinidad que se genera entre los pasajeros producto de la convivencia forzada y crónica invita a algunos a mantener diálogos telefónicos sin reparos. "Durante el invierno, es muy común escuchar a una pasajera que es pediatra, que recibe las llamadas clásicas de las mamás preocupadas porque sus hijo tiene fiebre. Te das cuenta porque lo único que escuchás es «dale cada seis horas el Termofren», o «nebulizalo, ponele tres gotas», «si no le baja, bañalo»", afirma Diego, abogado en la zona de Retiro y quien, según señala, suele ser testigo de todo lo que ocurre, sin involucrarse.
Es que la dinámica social que se manifiesta durante el viaje presenta distintas aristas. Para Ana, como histórica pasajera, "en el chárter hay códigos que deben respetarse. Si alguien no quiere hablar o no se integra, no debe ser molestado. Eso sí, integrarte al grupo del chárter no es fácil. Hay costumbres muy arraigadas, personajes muy instalados. Y sobre todo, lugares asignados. Aquí nadie es dueño del asiento, pero más o menos...", concluye.
Los vínculos que se generan a veces, incluso, superan la amistad. "Hemos visto alguna pareja que se ha formado en el chárter. Era muy obvio -asegura Ana, la voz de la experiencia-. Al principio, subía cada uno por su lado. Se sentaban separados. Luego se sentaron juntos. Cada vez más risas. Y de bajarse en destinos distintos, empezaron a bajarse juntos." ¿Con eso alcanza para confirmarlo? "No, al final hubo ya acercamientos más intensos, aunque refugiados en los asientos de atrás", sentencia.
Emanuel, un habitual pasajero de chárter que viaja todos los días desde la zona sur, confirma esta teoría: "Le pasó a alguien muy allegado a mí, que aún hoy sigue viajando. Se enamoró de una pasajera, en un momento difícil de su matrimonio, y ahí están hoy. Pasa como puede pasar en cualquier lado. Él se separó, y viajan juntos en el chárter, con todo blanqueado. Si se casan, los pasajeros del chárter seremos los primeros en tirarles arroz".
Daniel, de 63 años, no es un pasajero común. Además de ser financista, es mago. Y su grupo de amigos del chárter se enteró de eso en una salida que organizaron. "Nos juntamos con los del chárter una noche en la casa de una de las chicas. Y de la nada me puse a hacer magia. ¡No lo podían creer! A veces, ahora, cuando el tráfico nos deja varados, y los humores se resienten, me piden que haga un par de trucos. Voy adelante y los hago."
La condición básica para que surjan grupos, amistades, enemistades y situaciones disímiles parecería ser la continuidad de las mismas personas en el chárter, un espacio que día tras día les sabe más propio. "Como en todo grupo social, aparecen los líderes. Algunos se dan por antigüedad, y otros por personalidad, pero de uno u otro modo siempre están. El mejor modo de integrarte en un grupo de chárter es a través de él", confiesa Patricia, de 45 años, que aparenta ser quien manda en su chárter, que todos los días une Pilar con Buenos Aires.
Claro que no siempre la vocación de los pasajeros es la de la integración y la amistad efusiva. El viaje en chárter, con la comodidad que otorga ir sentado, tranquilo y sin preocuparse por nada, también puede ser un momento de introspección. Así lo confirma Luis, un ejecutivo que trabaja en Monserrat, charterista de la primera hora, cuando dice: "Me cuesta entender tanta interacción y diálogo a esta hora de la mañana. Yo subo al chárter, me siento, y el andar me va llevando a un estado de serenidad, reflexión. Incluso si puedo dormir, lo hago. No genero ni el mínimo contacto. Puede ser un viaje de ida...".
Entre los desafíos que tiene la comunidad de pasajeros cotidianos de un chárter, el celular a bordo encabeza la lista. Es que no son pocos los que -naturalmente- aprovechan el viaje para resolver cuestiones personales o laborales, incluso actuando como si nadie más estuviera alrededor. "El celular fue una intromisión no deseada en nuestro espacio -declara Norma-. Escuchás que la gente discute con sus parejas, o a un ejecutivo recomendar inversiones a su cliente, o a una amiga contarle una pena amorosa a otra amiga. Y se quiebra el clima de tranquilidad con el que a mí me gusta viajar."
Ariel es chofer de chárteres desde hace casi dos años. Según explica, la continuidad de la misma gente a bordo de su chárter le permite descifrar cómo está cada uno: "Yo me doy cuenta en el instante en el que suben. Les veo la cara, escucho cómo saludan, si dialogan con el de al lado. Trato de no decirles nada, pero si me dan lugar, les digo: «Qué carucha que tenemos hoy...»".
Ese vínculo tan estrecho incluso puede perdurar cuando alguien deja de viajar. "Yo me hice amigos en el chárter que hoy ya no viajan y nos seguimos viendo", dice Daniel. Natalia recuerda que cuando se alejó un mes por una operación todos los días recibía mensajes de texto de la gente del chárter. Pero con un detalle: "Me los mandaban sólo durante el horario del viaje. Mi asiento vacío era la señal".
Sin embargo, Ana, desde zonas cercanas a la sabiduría, recomienda que todo quede a bordo. "Aquellos grupos que en el chárter eran fieles, intensos, unidos, cuando quisieron trasladar esta relación al mundo real, les costó. Pareció forzada. Es que el chárter es el chárter. Es el paraguas que nos une. Y lo que pasa acá arriba, queda acá."
Eduardo Ceccotti