Nerd is the new cool: una tarde sumergida en Comic-Con
Lo primero que me llama la atención al ingresar al predio de Costa Salguero, vacío todavía este viernes feriado de sol, es que está lleno de niños. Nenes y nenas en edad de jardín de infantes, incluso algunos bebés que van en cochecito, con algún sombrero o vincha haciéndose eco de los disfraces que llevan sus hermanitos mayores: princesas, zombies, caballeros Jedi, pequeños personajes de Game of Thrones o algún videojuego. La Comic-Con –el evento de cómics, cine, TV y cultura pop más importante del país– es para mi sorpresa un evento familiar. Quienes hayan ido a alguna de las ocho ediciones anteriores de la feria en Argentina probablemente no se asombren, pero la última vez que frecuenté la movida geek, hace unos quince años, este tipo de eventos –además de ser infinitamente más modestos– estaban completamente dominados por varones de 15 a 30 años cuyas familias ni comprendían ni intentaban comprender sus obsesiones con el animé, las cartas magic, los juegos de rol y demás "nerdeadas" que ellos solían consumir.
Desde entonces, evidentemente, las cosas cambiaron mucho: nerd is the new cool, dicen las remeras, y el gusto por las historietas y los superhéroes ya no conoce fronteras de sexo ni edad.
Martín, de 10 años, empezó a venir el año pasado "por las películas de Marvel", me cuenta. Su papá tiene una remera alusiva a las artes marciales: jura que él no lo inició pero últimamente le estuvo mostrando algunos episodios de Dragon Ball Z. Freno también a un par de chicas de dieciséis años que vinieron con la madre de una de ellas. La chica se llama Martina, está maquillada como una zombie y es más bien tímida. "Venimos hace muchos años porque a ella le encanta la historieta, le encanta dibujar", dice la madre hasta que las chicas se animan a contar un poco más. "Yo vengo por las series, Westworld, Game of Thrones", dice Ana, la que no está pintada: "La que sabe de cómics es ella". Se ríen cuando les pregunto si al resto de sus compañeros de colegio les interesan este tipo de cosas: "Las series quizás sí", dice Martina, "el resto nada".
Surfeo los stands de remeras, posters, libros y figuras de acción hasta llegar al escenario principal: a las 12.30 está anunciada la final nacional de la Yamato Cosplay Cup, una de las copas de cosplay más importantes del país. "Cosplay" es una contracción de "costume play" (juego de disfraces) y es una especie, efectivamente, de concurso de disfraces, con la particularidad de que los disfraces apuntan a una representación lo más fiel posible de algún personaje de ficción.
El evento no empieza puntual así que aprovecho para hablar con los concursantes que ya rondan el escenario. Me acerco a dos chicas que conversan, vestidas, alguien podría decir, "de época" o "de princesas", pero en realidad ninguna de las dos cosas: reconozco el vestido de Ciana Parker (30, diseñadora gráfica) del personaje de Jennifer Lawrence en Los juegos del hambre. Eliana Asat (24, empleada de comercio) me explica que el suyo está basado en un animé. Las dos son del sur del país y compiten hace cerca de seis años. "Se armó un grupo muy lindo con los demás finalistas", me dice Eliana. No entraron ni por el animé, ni por las series ni por los juegos de rol: empezaron porque les gustaba disfrazarse y hacer sus propios disfraces desde chiquitas. Pasa una tercera chica, disfrazada también, pero que no compite sino que está en el jurado: Eliana le comenta que perdió peso y el corsé le queda un poco raro. "Para eso yo siempre lo hago bien corsé viste, con una ballenita que sobre para que lo puedas ajustar si subís o bajás de peso", le aconseja.
La competencia arranca finalmente una hora tarde: hay gente, pero no tanta. "La Comic-Con es una cosa enorme ahora, pero el cosplay sigue siendo algo muy de nicho", me comenta un chico que saca fotos mientras me ve intentar entender la atmósfera. Anticipando que a las 15 arranca un panel que quiero ver me compro una hamburguesa cerca del escenario: vi un stand de comida orgánica en otro pabellón, pero no quiero irme muy lejos.
Vuelvo justo para enterarme de que Eliana se queda con la Yamato Cosplay Cup 2018.
Los pasillos de la feria están mucho más llenos que el escenario y el auditorio. Empiezo a comprender el mix de públicos, la diferencia entre los núcleos duros de fans que esperan ansiosos una competencia o la charla de un ilustrador y los consumidores más ocasionales que vienen a divertirse o a ver de qué se trata. En la misma feria, entonces, conviven experiencias, universos más bien indie (los cosplayers, los fanzines) con las grandes empresas: los stands HBO, Flow, Sony y muchas más compiten por la atención de los asistentes, y la acreditación de prensa que llevo colgada atrae a los promotores como un talismán. Les aviso que paso cuando termine la entrevista a Rodrigo Santoro, uno de los invitados internacionales más esperados que está por arrancar en el escenario principal.
Los que preferimos las comedias románticas a la ciencia ficción lo conocemos a Santoro de Realmente, amor; a algunos les sonará también de Lost, pero la mayoría de los presentes lo vio por primera vez en Westworld, una de las series insignia de HBO en esta Comic-Con, donde Santoro encarna a Héctor Escaton. En un excelente español, el brasileño Santoro contesta con amabilidad e inteligencia las preguntas del periodista Alexis Puig sobre los desafíos de su trabajo: "Es muy difícil, se vuelve una cosa a veces mecánica, actuar todo ese mundo que ven ustedes delante de una pared verde", dice. Cuando le preguntan si los autores abren a debate las decisiones de su personaje, se ríe: "No sé lo que va a pasar en la serie, nunca nos dicen nada. Llego, me dicen ‘haz esto’, lo hago", explica, "pero yo uso eso como actor. Justamente yo hago de un host (un androide creado artificialmente), que no sabe por qué hace las cosas que hace, como un autómata... así que esa dificultad, esa ignorancia, la uso en mi trabajo, en mi personaje".
Aprovechando la inmersión me voy de ahí al stand de HBO, cuya atracción principal es un laberinto inspirado en Westworld. Entro detrás de un grupo de chicos de nueve o diez años que van con la mamá de uno; ellos divertidos, ella preocupada porque llevamos ya unos buenos diez minutos dando vueltas sin encontrar la salida, el laberinto está bien armado a pesar de no ser muy grande. Cuando finalmente logro salir paso por el stand de Flow, que tiene un juego de terror en el que podés "salvarte" si respondés correctamente unas preguntas sobre series. No llego a entrar, prefiero dar unas vueltas más y elegir una remera de algún cómic para mi novio; pero mientras miro a un par de adolescentes que salen del juego entusiasmadísimos pienso que ese espíritu de la trivia y la erudición, ese orgullo de conocer de memoria intrincados mundos ficticios hasta el último detalle (incluso en la era en que todo se puede encontrar en Google) es de las cosas más auténticas y hermosas que tienen para ofrecerle, todavía hoy, los fans de la cultura pop al mundo.
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