“Nos vemos en el Rodi”. Abrieron en el 67, cuando los clientes tomaban mucho whisky y cerraban a las 5 de la mañana; hoy todos quieren sus “combinados”
Llegó de Pontevedra, España, a los 12 años con su familia, y siempre recuerda la enseñanza de su padre: “Las cosas hay que ganárselas trabajando”
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“Nos vemos en el Rodi”, se suele escuchar decir a los parroquianos y vecinos. El bar ubicado en la pintoresca esquina de Vicente López y Ayacucho, en Recoleta, es un lugar de encuentro y tertulia. Por su historia, ya es considerado un ícono y mantiene su esencia a través de los años, lejos de las eclécticas modas del barrio. “Es un clásico. Vengo siempre”, dice Joaquín, un habitué, en tanto toma un café con leche con dos medialunas y lee, pausado, el diario. “¿Lo de siempre?”, le consulta Mario, el mozo, a una señora con anteojos. Al instante, marcha un jugo de naranja recién exprimido y medio tostado mixto. Mientras que afuera llueve torrencialmente, adentro el clima es cálido y se oyen charlas distendidas.
“Este bar es mi casa”
José García Iglesias, de 78 años, uno de los cinco socios fundadores, recorre de un lado a otro del salón. Conoce cada rincón, aún más que el comedor de su propio hogar. “Este bar es mi casa”, afirma, mientras se ubica en una de las mesas rectangulares frente a la ventana. A su lado, colgadas prolijamente en la pared, hay fotografías con recuerdos: con su hermano, cuñados, los primeros años del bar y hasta una con Antonio Carrizo, que siempre pedía pastel de papas y lentejas. Tras beber un café, comienza poco a poco a recordar su historia. Nació en el municipio de Valga, Pontevedra, España y con 12 años se embarcó junto a su madre y hermanos rumbo a Buenos Aires. “Llegamos en mayo de 1956. Papá había venido en el 50 y ya estaba trabajando en un barcito en el barrio de Villa Pueyrredón. Mamá arrancó a ayudarlo con las comidas y con mis hermanos nos encargábamos de los mandados”, cuenta. Al tiempo, el carnicero del barrio lo tomó para hacer repartos. “Me ganaba unos 20 pesos de aquella época y también mercadería fresca para la familia. Paralelamente terminé la escuela en el turno noche”, dice.
Poco a poco su hermano, Manuel, incursionó en la gastronomía: primero en el sector de sandwichería en un bar del Microcentro y luego de mozo en una pizzería por Barrio Norte. Hasta que se le presentó la oportunidad de comprar el fondo de comercio de un bar, junto a otros socios españoles, en una pintoresca esquina de Recoleta. “El 31 de julio de 1967 arrancamos con la nueva sociedad. Le dejamos el nombre que tenía: Rodi”, rememora.
El fuerte de la casa era la cafetería y los sándwiches (exhibidos en las campanas). Por las noches, lo que más vendían era whisky. “Estábamos abiertos hasta las cinco de la mañana. Los clientes bebían mucho.”, reconoce entre risas. Durante los mediodías, solían acercarse a almorzar empleados de la zona: choferes de familia, pintores de obra, plomeros, electricistas, entre otros rubros. Uno de los platos estrella era el peceto con papas al horno.
El éxito del locro y el guiso de mondongo en las fiestas patrias
“Mi hermano me enseñó el oficio. Lo que he corrido por este salón”, recuerda José, entre risas. Arrancó a trabajar en el bar con 23 años. “Primero hice los francos, los domingos cocinaba y luego pasé al salón como mozo”, agrega. Todos los clientes que pasan lo saludan. Él les sonríe y los llama por su nombre. En la década del 80 “El Rodi” ya contaba con su fiel clientela en el barrio e incorporaron cada vez más platos a la carta. El menú se transformó en amplio y variado: pastas, carnes, pollos, pescados, platos con sellos españoles (como el pulpo), minutas, ensaladas y postres clásicos.

A fines de los 90, en el horario del mediodía, sumaron los llamados “Combinados”, una idea que trajeron de España. “Por la crisis se estaba trabajando muy poco y se me ocurrió probar estos platos. Se trata de alguna carne, pollo o milanesas acompañado de guarniciones variadas: ensaladas, puré, papas y huevo frito, entre otras. Cuando lo incorporé resultó un éxito: el 90% de los platos del mediodía que salían eran estos”, cuenta. El llamado “Combinado N3″ trae un bife de costilla de ternera, huevo frito, papas paille y ensalada de zanahoria; el número 8, milanesa de ternera con puré y ensalada de tomate y zanahoria. Los parroquianos ya se saben las combinaciones de memoria. Cuando baja la temperatura y en épocas patrias son un éxito el locro y el guiso de mondongo.

El amigo de la casa, Carlos Paez Vilaró, y otros famosos
Todas las paredes están decoradas con cuadros de Carlos Paez Vilaró (un amigo de la casa) , y fotografías de la familia y de clientes, muchos de ellos del ambiente artístico, la farándula y el deporte. Por allí pasaron Rodolfo Ragni, Palito Ortega, el maestro del ajedrez Bobby Fischer y la actriz de cine británica Jacqueline Bisset. " Juan Carlos Calabró y Antonio Carrizo venían a practicar algunas escenas de “El Contra” todos los jueves. Carlitos Balá, cada vez que pasaba por la puerta del bar gritaba: “Hay sopa”, recuerda José. La lista de habitués continúa con China Zorrilla, Oscar González Oro (fanático de las albóndigas del bar), Rita Cortese, Gastón Pauls y varios futbolistas: Roberto Perfumo, Enzo Francescoli, Gabriel Batistuta y Santiago Solari, entre muchísimos más.
Adrián, hijo de José, se encuentra detrás del mostrador acomodando las hojas del menú. De fondo se oye el teléfono, “Rodi, buen día”, responde al instante en tanto toma nota de un pedido para llevar: una milanesa napolitana con papas fritas y dos tortillas. Él se incorporó a trabajar en el bar justo un mes antes de que comience la pandemia. “El bar es como mi hermano mayor, papá ya lo tenía cuando nací. Iba al colegio que está justo enfrente. A la tarde, cuando terminaba de cursar, pasaba a saludar y ayudaba a armar las mesas. Después como premio me ganaba una gaseosa o un flan. Era su enseñanza: las cosas hay que ganárselas trabajando”, cuenta y recuerda un mural que habían pintado en la escuela con un dibujo del bar de la esquina y su padre parado en la puerta. “Es lindo poder continuar y honrar todo el esfuerzo que ellos hicieron”, afirma. Hoy, los hijos de los cinco fundadores continúan al frente del restaurante.
El humor de “Sacarina”
Muchos recuerdan la atención y el humor del mozo Oscar, al que le decían “Sacarina”. “Tenía mucha picardía. Los clientes se reían mucho con él”, admite García Iglesias. A su lado, Mario, acomoda las mesas para el horario del almuerzo y acompaña a una pareja a una mesa. “Trabajo acá hace más de 20 años. Primero arranqué de lavacopas y luego pasé al salón. Es muy lindo porque acá nos conocemos todos, es como una familia”, admite y marcha un flan mixto.
“Estoy en el Rodi”, dice un señor que acaba de sentarse en su mesa preferida cerca de la ventana. Afuera cambió el clima: ya dejó de llover y los tímidos rayos del sol se asoman por la distintiva esquina de Recoleta.
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