Revolvía la basura en un club de barrio cuando la rescató, pero la vida en la calle le jugó una mala pasada: “Le prometí que iba a estar bien”
Cuando la sacó de la intemperie, pensó que lo peor había pasado; pero un nuevo desafío puso a prueba el amor y la determinación de una mujer y su perra
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Como tantas otras tardes, ese día pasó por el club de barrio con la esperanza de encontrar algo de comida en las bolsas de basura que el lugar descartaba. Durante el verano, se sentaba cerca de los contenedores y esperaba pacientemente para poder tomar, con suerte, algún resto. Pero los días cálidos pronto terminaron y dieron paso al frío intenso y las lluvias.
“Siempre la observaba y pensaba en ella cuando estaba en casa cerca de la estufa. Una tarde helada de lluvia intensa, no pude sacar su triste imagen de mi cabeza. Y tomé la decisión de ir por la perra. Mi hija me acompañó. La encontramos acurrucada en la puerta de las oficinas del club: nos vio y corrió al auto y desde ese instante no nos separamos más”, recuerda Laura Márquez.

Los primeros días en la casa de los Márquez, Morita -como habían bautizado a la perra de pelaje oscuro- se dedicó a comer, descansar en una cama que habían preparado especialmente para ella y a reponerse de la dura vida en la calle que había conocido. Durante ese tiempo de recuperación, compartía sus días con los otros animales que también vivían en la casa. Hacía vida de perro feliz: jugaba, paseaba, recibía atención y caricias y dormía calentita bajo techo.
Hasta que un día, algo ocurrió en su columna que no le permitió mover sus patas traseras. El camino que entonces fue necesario recorrer se hizo largo: visitas a diferentes médicos veterinarios, resonancias, tomografías, análisis y consultas con neurólogos. Su pronóstico no era bueno.

“Morita pasó meses acostada en un colchoncito sobre pañales. Se alimentaba bien pero su mirada me hacía saber que extrañaba correr y pasear con sus amigos. La tristeza empañaba sus ojazos marrones. Pero yo le hacía saber que todo iba a estar bien. De día colocaba una toalla bajo su panza y ella caminaba con sus patas delanteras. Luego la alzaba para que hiciera sus necesidades en el pasto. De noche dormía a su lado cuidándola y antes de cerrar los ojos le susurraba al oído: te vas a poner bien”.

Pasaron los días, las noches, las estaciones. Y Morita todavía no lograba mover sus patas traseras. “Un día mi hijo, que en ese momento estaba terminando la carrera de veterinaria, me llevó con Morita a un lugar donde la midieron y le hicieron un carrito a su medida. La alegría a partir de ese momento era inexplicable. Por fin corría en el parque con sus pares”.
Cantidades de botitas y medias agujereadas eran renovadas diariamente por Laura para que Morita estuviera cómoda y pudiera moverse según sus necesidades. “Arrastraba sus patitas ya que yo me negaba a atarlas a los costados”. Todos los días, los tres integrantes peludos de la casa paseaban con Laura o su hija: cruzaban calles, corrían por el parque y olfateaban árboles.

“Una mañana, mientras la higienizaba, noté que tenía un reflejo de marcha leve, muy leve. Todos me decían que no era nada, sino mis ganas de que Morita caminara. Pero tanto ella como yo sospechábamos lo que estaba ocurriendo, nuestras miradas se entrecruzaban con complicidad. Día tras día su reflejo aumentaba, daba pasitos con el carrito. Luego la sostuve sin él y la acompañé en sus caminatas. Ya movía suavemente su larga cola y una mañana me vino a visitar caminando y tambaleándose. Mis lágrimas caen recordando esos momentos de felicidad".

Fueron meses muy duros: poner, quitar el carrito al menos tres veces al día con sus respectivos arneses, eran parte de la rutina. Estas patologías requieren cuidados extremos de higiene y era necesario respetar horas de descanso, alimentos y agua. “Pero aprendimos. Y la amamos con el alma”.
Morita volvió a jugar a correr y saltar junto a su familia por muchos años más hasta que una tarde de mayo se levantó de su colchoncito y se desplomó en los pies de Laura. “Murió a mi lado, tenía trece años, fue su último acto de agradecimiento. Hoy descansa bajo un jazmín. Morita nos enseñó a todos que nada está perdido, que se lucha con valentía y fortaleza. Como dijo Ernest Hemingway, el mundo nos rompe a todos, luego algunos se hacen fuertes en sus partes rotas“.
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