San Martín, del otro lado
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Como hombre adulto licenciado en la UBA es un poco vergonzante reconocer cuánto sé sobre José de San Martín. Son conocimientos, diría, como de revista Billiken: que nació en Yapeyú; que lo rescató el soldado heroico Cabral en la batalla de San Lorenzo; que cruzó los Andes en un caballo blanco (parece que en realidad estaba enfermo y lo hizo en mula); que liberó Chile y Perú; que se juntó con Simón Bolívar y se exilió en Europa; que quiso volver y no bajó del barco para no participar de la guerra civil; que le escribió unas máximas a su hija Merceditas y que murió en Boulogne Sur Mer. También que estaba en los billetes de 5 pesos, pero la inflación lo volvió a matar. Y que los militares hicieron toda una línea en papel moneda con diferentes colores que tenían un retrato de su vejez. A mí mamá le parecía mal, prefería al San Martín joven.
¿Pero por qué peleaba para independizar al país? ¿Qué intereses defendía? ¿Y por qué la Argentina terminó dividida de Uruguay, Paraguay, Chile y Bolivia? Siempre me pregunté qué dirían los libros de Historia española sobre la independencia de los países americanos. Seguramente verían una gran tragedia, una terrible derrota. Hace poco se editó en el país el libro Geo Hispanidad, del militar español Pedro Baños que cuenta justamente eso, cómo se lo ve del otro lado: “La desintegración de la Monarquía española en América fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo XIX”, lamenta.
Según el autor, Bolívar y San Martín actuaron de acuerdo con los ingleses -que nos querían vender manufacturas- y los criollos más ricos de Buenos Aires y Caracas -que buscaban exportarles materias primas a los británicos-. Y eso significó el empobrecimiento de ciudades no portuarias, que no estaban tan de acuerdo con separarse de España. “El foco rebelde del Río de la Plata se mantenía firme, en buena medida porque pudo financiar el esfuerzo de la guerra gracias a la intensa actividad comercial del puerto de Buenos Aires con Brasil y los británicos, y a la ayuda financiera directa de Londres. Los británicos estaban muy interesados en reemplazar a los españoles en América, mediante la implantación de un imperio informal que les permitiera acceder a sus recursos naturales sin tener que hacerse cargo del pesado lastre de la administración y defensa del territorio”, afirma Baños en el libro.
El autor español (que aboga por la unión de la comunidad hispana para tener una voz en el nuevo orden mundial) elogia las habilidades castrenses de San Martín: “Su dilatada experiencia militar sin duda lo ayudó a dirigir una de las mayores proezas de la historia de las guerras de la independencia de la América española: el cruce de los Andes”, pero critica su accionar.
“La aspiración de mantener la unidad hispanoamericana fue compartida por destacados líderes insurgentes, que, paradójicamente, la estaban combatiendo con las armas. Caudillos como San Martín y O’Higgins expresaron la necesidad de mantener la unidad de la América española, al tiempo que la estaban minando desde abajo, aspirando a reconstruir en el futuro lo que ya existía en el presente”, escribe Baños, para quien las guerras de la independencia llevaron a las nacientes naciones latinoamericanas a décadas de guerras civiles y a la dependencia económica, primero de Gran Bretaña y luego de Estados Unidos.
Como a cualquier argentino de bien, las críticas al Santo de la Espada me sublevaron. San Martín es el prócer número 1 de este bendito país y se lo venera, desde el conocimiento o desde la (relativa) ignorancia, como pasa con los ídolos. Desde la mesa del Bar Roma, tradicional pizzería del Abasto, llega el remate que ilustra esta afirmación: cuelga de una pared un enorme cuadro del Libertador. Debajo, en menor tamaño, aparecen dibujados los campeones del mundo Mario Kempes, Diego Maradona y Lionel Messi. Más Argentina, imposible.
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