Alberto Fernández, ante un mundo hostil y reacio a prestar dinero
El próximo gobierno, cualquiera sea su titular, enfrentará un cuadro económico de extraordinaria complejidad. Entre otras penurias, alta inflación, con el consecuente aumento de la pobreza; atraso en los precios energéticos, sobre todo de los combustibles; un mercado de cambios intervenido, con restricciones que tal vez sean mayores que las actuales, y un desequilibrio en las cuentas públicas bastante superior a lo pactado con el FMI.
Este panorama se agrava por un factor determinante: la clausura del financiamiento externo. La última fuente que quedaba, el Fondo, acaba de cerrarse y solo se rehabilitará después de una trabajosa negociación.
Este paisaje sería preocupante aun si en las elecciones generales ganara Mauricio Macri. Pero las inquietudes de los agentes económicos se refieren a Alberto Fernández. Porque es quien tiene más posibilidades de triunfar. Y porque es quien más incógnitas plantea sobre la orientación de sus políticas.
Fernández inspira en empresarios y banqueros preocupaciones similares. La más inmediata tiene que ver con el ritmo de sus decisiones. Resulta comprensible que no pueda explicitar su programa antes de las elecciones. Aunque se lo perciba como el nuevo presidente, tiene las limitaciones discursivas de todo candidato. Por lo tanto, la expectativa que existe en el mundo de los negocios es que el 28 de octubre formule las ideas centrales de un plan e identifique a quien será su ministro de Economía. El presidente de una de las principales empresas del país lo explica de este modo: "La encrucijada es tan compleja que Fernández no tiene la ventaja de otros presidentes: tomarse hasta diciembre para armar el equipo y definir las medidas; va a tener que hacer todo cuanto antes".
Esta recomendación es más enfática cuando se habla de finanzas. Fernández va a encontrar severos problemas para solventar las cuentas públicas. El Fondo no desembolsará un solo dólar sin acordar un nuevo programa. Ya no sería un stand-by, sino un EFF (extended fund facility). Esta receta permite reprogramar los vencimientos de la deuda con el organismo a cambio de un inventario de ajustes que ataquen las que, se presume, son las causas de los desequilibrios.
El otro capítulo de este planteo financiero fue esbozado varias veces por el candidato: la reprogramación de la deuda privada. Fernández recibe todo el tiempo a funcionarios de bancos y fondos de inversión, algunos de los cuales le han dejado propuestas por escrito. Esos ejecutivos suelen llegar a través de dos puentes. Uno, formal, es Guillermo Nielsen, aun cuando las versiones más insistentes indiquen que podría ser presidente de YPF. El otro, informal, es Javier Timerman, un amigo del candidato con larga trayectoria en Wall Street.
Fernández deja, en general, la impresión de tener clara la dimensión del problema. El modelo ideal con el que razona es el que puso en práctica Uruguay en 2003: un canje de bonos voluntario, en el que se reprogramaron los vencimientos sin recorte alguno. Tuvo la peculiaridad de que el Fondo aportó los recursos para un pago inicial en efectivo destinado a estimular la operación, que se realizó en solo dos meses. La virtud de este esquema es que difiere por completo de un default. Sin embargo, en algunas conversaciones que ha mantenido Fernández, este antecedente aparece como utópico y se sugiere algún recorte, que no se aplicaría al capital, sino a los intereses.
Algunos financistas sospechan que sería el propio Fondo el que impulsaría esta opción, para justificar un nuevo cronograma de vencimientos para sus propias acreencias. Es lo que sucedió en 2015 con Ucrania. Uno de los financistas que viajaron desde Londres para ver al candidato comentó a LA NACION: "Una quita, aunque sea sobre los intereses, sería negativa. Sobre todo por los antecedentes de la Argentina. Pero debo confesarle algo difícil de admitir. Ningún país generó la expectativa ni tuvo tanto acompañamiento del mercado financiero como su país. Por eso los grandes fondos perdieron mucho dinero. Algunos, el 50% de lo invertido. Y ahora están dispuestos a que se les dé algo con tal de no perder todo. ‘Si te vas, dejame aunque sea una caja de bombones’. Pero esto no habría que decírselo a Alberto".
Quienes analizaron estos problemas con el candidato se llevaron la impresión de que tiene un diagnóstico correcto. Sobre todo sobre la celeridad con que debe realizar la operación. El interrogante es otro: si logrará construir el consenso interno para ejecutarla sin disidencias estridentes. Hasta ahora Fernández expuso un discurso moderado, sin desatar en el kirchnerismo objeción alguna. Aun cuando allí militan economistas cuyo credo puede resumirse en este tuit de la diputada Fernanda Vallejos: "Un Estado soberano no necesita pedir dinero prestado porque lo puede crear".
Es significativo, porque Vallejos se postula para la presidencia de la Comisión de Presupuesto y Hacienda de la Cámara, que se convertiría con ella en la junta promotora de una hiperinflación. Seguro es un malentendido. Allegados a Cristina Kirchner, y también a Axel Kicillof, cuya voz en ese sector es decisiva, entienden que "Alberto va a tener que designar un ministro de Economía que sea muy aceptable para los mercados". Imaginan, quizás, a alguien ajeno a su actual equipo.
Sería un error, sin embargo, suponer que la moderación o radicalidad de un argumento económico se puede calibrar en términos absolutos. Siempre está en relación con las dificultades de financiamiento. El gradualismo de Fernández, que hace un mes podría ser considerado "razonable", en el actual contexto económico puede sonar casi "populista". El primer ajuste siempre es conceptual.
A esta modificación de las circunstancias hay que agregar algunas limitaciones que Fernández padece en el contexto general. La más evidente es el malestar que se advierte en el máximo nivel internacional. El ejemplo más reciente llega desde el Banco Mundial. Hace una semana, su presidente, David Malpass, celebró una reunión de la que participaron por teleconferencia todos los empleados de la entidad. Cuando alguien le preguntó qué actitud tenía hacia países de alta volatilidad, como la Argentina, Malpass contestó que estaba "frustrado" con el país, porque había tomado medidas antiliberalizadoras, no había avanzado en el frente fiscal y había establecido controles de capitales, que una vez que se adoptan son difíciles de retirar. Malpass dijo que no avanzaría con préstamos a nivel nacional y que se limitaría a créditos a provincias o municipios, para el combate a la pobreza. Terminó su catarsis deseando buena suerte a la oficina de Buenos Aires.
El episodio es relevante porque Malpass fue quien, como segundo del Tesoro de los Estados Unidos, avaló el año pasado el crédito de 45.000 millones de dólares que el Fondo aprobó para la Argentina. Si sus criterios siguen siendo escuchados en esa secretaría, el próximo gobierno encontrará un clima adverso en un lugar estratégico para la relación con los organismos multilaterales de crédito. Entre ellos, el FMI. En rigor, en el Fondo no necesitan de la presión norteamericana para endurecerse. El caso argentino es motivo de una gran controversia que tiene como blanco a Alejandro Werner, el responsable del Departamento del Hemisferio Occidental. Es curioso: el propio Fernández coincidió con esos verdugos cuando reprochó a Werner financiar a la administración Macri sin controlar el destino de los recursos.
Otra coordenada adversa que debe contemplar Fernández cuando se imagina en el poder es la presencia de Donald Trump en la Casa Blanca. La primera derivada de este dato es que cualquier dependencia del financiamiento chino debe ser evaluada con cautela. Más allá de que los chinos ya se quemaron con leche en Venezuela y ahora pretenden obtener, a cambio de sus créditos, garantías reales: petróleo, gas o minerales.
Además, Trump padece de cierto daltonismo. Ve un mapa en blanco y negro en el cual Fernández es el candidato de Cristina Kirchner. Y Cristina Kirchner es una aliada de los dictadores de Cuba y Venezuela. En este marco, la salida de John Bolton es anecdótica. El nuevo encargado de América Latina en el Departamento de Estado es Michael Kozack, quien llega con la bendición de Elliot Abrams, el delegado de Trump para la cuestión venezolana. Acotado por su propio frente interno, Fernández confía en que estos halcones entiendan que él, al decir que el gobierno de Nicolás Maduro tiene un "sesgo autoritario", está dando varios pasos hacia la derecha.
Es posible que, dados los antecedentes kirchneristas, que incluyen el decomiso de material estratégico de un avión militar estadounidense y el entendimiento con Irán, y teniendo en cuenta las necesidades financieras del país, Fernández deba decir que el presidente de Venezuela es Juan Guaidó. A la luz de este problema, el candidato de la señora de Kirchner debe haber festejado cuando Maduro le devolvió un "estúpido" por la calificación de "autoritario". Anteayer, durante una visita de varios dirigentes peronistas a Washington liderada por Juan Urtubey, el segundo del área Américas del Departamento de Estado, Kevin O’Reilly, preguntó sobre la posición del grupo frente a Venezuela. La respuesta, breve y unánime: hacemos propio el Informe Bachelet. Ese informe consigna, entre otras aberraciones, la desaparición de opositores. Le será difícil a Fernández insistir en que en Venezuela no impera una dictadura. Y le será también difícil que quien sería su vice acepte un cambio de postura.
Fernández debe luchar contra otra adversidad en sus relaciones con Washington. Es probable que, para formarse una imagen de él, Trump tenga como fuente a Jair Bolsonaro. También a su hijo Eduardo, que será embajador en los Estados Unidos, y a su canciller, Ernesto Araujo, que lo visitan con frecuencia. Es difícil encontrar en Brasil un antecedente para el riguroso alineamiento de Bolsonaro con la Casa Blanca. Y Bolsonaro ve en Fernández a un enemigo declarado.
El candidato del Frente de Todos se ha convertido en un defensor sistemático de Lula da Silva, cuya prisión describe como una arbitrariedad imperdonable. En Brasilia no entienden que esa es la manera que tiene Fernández de defender a su compañera de fórmula. Como tampoco Fernández entiende que, con la vindicación de Lula, cuestiona el núcleo argumental en el que Bolsonaro sostiene su poder. El gobierno brasileño acaba de registrar lo que interpreta como la última agresión: una entrevista a Lula realizada en la prisión de Curitiba por Nicolás Trotta y Gisela Marziotta. Trotta, que se postula para el Ministerio de Trabajo, y Marziotta, que es candidata a vice de Matías Lammens para el gobierno porteño, militan junto al sindicalista Víctor Santa María, a quien Fernández encomendó, entre otras faenas, desterrar al macrismo de Boca Juniors.
No debería sorprender que el canciller Araujo, que la semana pasada, por cuarta vez en lo que va del año, visitó Washington, siga caracterizando a Fernández como una mamushka: "Lo abres y adentro están Cristina Kirchner, Lula y Chávez", dijo hace 15 días. El candidato debería contemplar que a este problema político se le suma otro, económico. Además de una enemistad ideológica con Bolsonaro, él enfrenta una contradicción económica con Paulo Guedes, el megaministro de Hacienda de Brasil. Guedes, un defensor a ultranza del libre comercio, se propone avanzar en el acuerdo con Europa y negociar varias cláusulas de apertura con los Estados Unidos. Al final de ese proceso, imagina una especie de Brexit: Brasil abandonaría el Mercosur no para aislarse, como Gran Bretaña, sino para bajar barreras arancelarias. Este proceso brasileño es, si resulta exitoso, el principal desafío que afrontará cualquier gobierno argentino en el mediano plazo.
A la luz de estos conflictos y dificultades determinantes para las necesidades financieras del próximo gobierno, hay tres designaciones que, en el caso de Fernández, son cruciales: la del canciller y la de los embajadores en Washington y en Brasilia. Aunque Fernández insista, como viene haciendo con sus interlocutores extranjeros, en que su gestión será peronista, no kirchnerista, esos tres funcionarios tendrán mucho que explicar.
Más leídas de Política
“Bajar al recinto con certezas". Menem explicó por qué aceptaron reducir la cantidad de artículos de la reforma laboral
Lleva 28 años como gobernador. La Corte reactivó el caso que cuestiona la reelección indefinida de Insfrán
En Diputados. El oficialismo consiguió el dictamen sobre el paquete fiscal, que incluye la reversión del impuesto a las Ganancias