- Ayer, además de retar a los argentinos por comprar dólares, en vez de quedarnos con los pesos que todos los días se desvalorizan un poco más, el presidente Alberto Fernández nos explicó que hay dos proyectos de país en pugna: uno progresista, representado por el gobierno, y otro conservador, representado por quienes se oponen a lo que está haciendo el oficialismo.
- Cada tanto, repasamos aquí cada una de las políticas centrales del Gobierno. Y cada tanto, revisamos la definición de las palabras. Es porque queremos saber si estamos locos, si las cosas se dieron vuelta y no nos enteramos, o si el significado de las palabras y los hechos siguen siendo los mismos que antes de la pandemia.
- Es evidente que el Alberto Fernández modelo 2020 defiende la versión de progresismo, que es sinónimo de igualitarismo. Repito: igualitarismo, algo muy distinto a la búsqueda de la reducción de la desigualdad. Es, para qué negarlo, una expresión de deseos muy populista y muy hipócrita. Al Presidente le da vergüenza la opulencia de la ciudad, entonces quiere quitarle algo de lo que supone le sobra para dárselos a otros, a los que siempre les falta. ¿Creerá de verdad que ese ejercicio paternalista y demagógico nos hará a todos iguales, como por arte de magia?
- Si todos fuéramos iguales, cualquiera, por ejemplo, podría estar en su lugar y él podría estar en el lugar de cualquiera. Progresismo real, en cambio, es otra cosa. Es crecimiento. Es mérito. Es aumento de la riqueza individual y colectiva. Es crecimiento del patrimonio material y cultural y no tiene un solo motor que lo empuje. El Estado no puede manejarlo todo, porque termina siendo tan pesado y burocrático que no termina beneficiando a nadie.
- No está mal que el Estado regule parte de la economía. Lo que está mal es que se transforme en el centro de todo. Que ahogue el sector productivo con cientos de impuestos y miles de regulaciones. No es progresista ni moderno que el jefe de Estado esté todo el día con el dedito levantado retándonos y diciéndonos qué tenemos que hacer y qué no tenemos que hacer. Como si comprar dólares para defendernos de la inflación fuera un delito.
- Ahí tenés, para no irnos a la prehistoria, lo que pasó con el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE). En este Gobierno pseudoprogre e igualitarista estuvieron cuatro meses para acomodarse y empezar a pagar en tiempo y forma. Recién ahora parece que la mayoría está recibiendo el IFE con no demasiado tiempo de demora.
- Pero cuando los casi 10 millones de argentinos que lo necesitaban los terminen de cobrar: ¿qué efecto progresista y enriquecedor va a tener en sus vidas? ¿Te parece con sinceridad que gente que trabajó toda su vida va a sentirse y ser mejor porque el Estado le facilite el equivalente a 70 u 80 dólares por mes, sin una contraprestación a cambio?
- Entonces, el IFE de progresista no tiene nada. Es un parche a la necesidad extrema. No hay nada más conservador y reaccionario que repartir algo necesario y urgente, pero durante años y años. Eso no es progresismo, ni siquiera es peronismo. Es limosna, te vuelve un inútil. Te embrutece.
- Y si quieren saber cómo funciona la economía real crucen los datos de quienes reciben el IFE, con el de los argentinos que estuvieron comprando unos pocos dólares para que no se lo coma el león de la pobreza. Los van a encontrar a todos ahí. Ahora volvamos al concepto de qué es lo progresista y que es lo conservador.
- Hablemos de las tomas. No hay nada más conservador que usar a los pobres para que ocupen las tierras, que ya tienen dueña o dueño, pedirles el voto, mandarlos con su familia a resistir hasta generar una situación de hecho y, cuando pasen las elecciones, abandonarlos a su suerte. Lo progresista, lo moderno de verdad son los planes rectores de urbanizaciones de barrios humildes, como los que existen en la ciudad de Buenos Aires.
- Planes que incluyen títulos de propiedad y pagos mínimos de hipotecas. Construcción de barrios populares donde se empieza a comprar y vender en blanco, porque se entiende que la economía formal es la que termina de ayudar al prójimo a vivir más y mejor.
- ¿Qué es progresista y qué es conservador? Progresista es respetar la división de poderes y no defender a los funcionarios corruptos, aunque sean de la misma fuerza política.
- Progresista es no manipular las estadísticas del Indec, ni dejar de medir la pobreza cuando te conviene. Progresista es no mentir, ni cambiar de idea cada cinco minutos; es asumir los errores de gestión y no echar la mitad de la culpa a la pandemia y la otra mitad a un gobierno que ya no está más.
- El gobierno de Alberto Fernández, el gobierno de Cristina Fernández es un gobierno conservador, con discurso progresista. Porque apoyar hoy las banderas del feminismo, la separación de la Iglesia del Estado, la diversidad sexual y las políticas de género no tiene ningún costo, más allá de la asignación presupuestaria.
- Incorporar el lenguaje inclusivo en los textos oficiales tampoco tiene costo alguno, y no nos va a hacer mejores de la noche a la mañana. Progresista sería, para el Presidente y para el Gobierno, sacarse de encima a Cristina Fernández como líder absoluta y poco democrática, salir a disputar políticamente el poder a los chicos grandes de La Cámpora, hacer política con nuevas ideas y no al compás del látigo y la chequera.
- Progresista sería no amenazar con un juicio político al presidente de la Corte solo porque convocó a sus pares para tratar el apartamiento de tres camaristas, que no son obedientes a los caprichos de Cristina.
- Progresista y revolucionario sería empezar a cumplir las dos grandes promesas de campaña que todavía siguen ahí, colgadas del pincel de un discurso cada vez más hueco. Una: empezar a encender la economía. Y dos: ubicarse por encima de la grieta, la venganza y el capricho de la impunidad.
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