Es la última evolución de los deportes náuticos y el fenómeno que crece más rápido en los espejos de agua a nivel global; desde sus orígenes técnicos hasta su desembarco en la Argentina, radiografía de una disciplina que conquista por su accesibilidad y su magia
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Empezó casi inadvertido, pero en los últimos años, su silueta ha comenzado a dominar cada vez más el horizonte de ríos, lagos y mares de la Argentina. No es windsurf, aunque comparte el viento; no es kitesurf, aunque vuela. Es el Wing Foil, una disciplina que combina la libertad de un ala de mano (el “wing” con la tecnología hidrodinámica de una tabla con foil.

En pocas palabras: ahora el agua ya no se navega; se sobrevuela. A simple vista, parece un acto de equilibrismo futurista. El rider sostiene un ala inflable con sus manos, sin estar atado a la tabla, mientras esta se despega completamente de la superficie del agua. Lo que ocurre a continuación es pura magia: la fricción desaparece, el ruido del choque contra las olas se apaga y se alcanza una velocidad que permite “levar anclas” con la gravedad. Es el último grito de la evolución de la náutica, un deporte que transforma la resistencia en sustentación.
Para entender de qué se trata, nadie mejor que Cristóbal Saubidet —campeón mundial, referente de los deportes de viento y pionero de la disciplina en el país: “Es un deporte con una tabla, un foil y una vela (llamada wing) que se mueven logrando una velocidad tal que el foil hace despegar la tabla, permitiendo volar por arriba del agua”, sintetiza Tobal, como se lo conoce en el mundillo de la náutica.

A diferencia de sus predecesores, el Wing Foil ofrece una libertad inédita. Nicolás Ocariz, instructor y coach náutico en Rosario, destaca que es “uno de los deportes a vela más divertidos, accesibles y versátiles que existen hoy”. Al combinar elementos del kitesurf y el foil, permite navegar con libertad, de manera intuitiva y aprovechando al máximo incluso condiciones de poco viento, algo que lo diferencia radicalmente de otras modalidades que requieren tormentas perfectas para funcionar.
Aunque la imagen de un ala de mano parece futurista, la idea ya rondaba la cabeza de los diseñadores en la década de 1980. Sin embargo, faltaba la tecnología adecuada para que el concepto —literalmente— despegara. Según explica Ocariz, el precursor del wing moderno es Tony Logosz, diseñador de la marca Slingshot, quien en 2011 creó el primer prototipo inflable funcional llamado “Sling Wing”. Pero no fue hasta 2019 que se dieron las condiciones para salir a navegarlo. Saubidet explica que “empezó como un complemento del windsurf y el kite”, pero las marcas, que ya dominaban la construcción de cometas inflables, supieron “hacer la evolución” técnica necesaria. Con el impulso de figuras como Kai Lenny y el refinamiento de los materiales, el deporte se masificó globalmente.

La llegada del Wing Foil a nuestras costas fue casi simultánea con el resto del mundo. “Yo fui el primero en experimentar este deporte acá, ya que un local trajo su primera ala con ganas de empezar a venderlas en 2019”, recuerda Cristóbal Saubidet.
Su primer contacto con la disciplina tiene fecha y lugar exactos: julio de 2019 en Perú Beach, sobre la costa de San Isidro. “Soplaba un viento fuerte de tierra y hacía un frío infernal”, rememora Saubidet. Sin embargo, la sensación fue reveladora: “Lo que más me impresionó es que estás suelto, no tenés agarre. No hay sustento más que sentir el viento en la vela que te propulsa y te hace despegar, mientras vos mantenés el equilibrio”.
Desde ese invierno fundacional, la disciplina no paró de crecer. Ocariz, quien conoció el deporte a través de Saubidet y lo probó en 2021 viniendo del kitefoil, destaca que la transición fue natural y que el deporte llegó impulsado inicialmente por los distribuidores de kitesurf que vieron el potencial de esta nueva forma de navegar.
Una danza silenciosa

Si hay algo en lo que coinciden instructores y aficionados, es que el Wing Foil ofrece sensaciones que no se encuentran en otros deportes. “El windsurf perdió la onda, todo va hacia el foil. Esto es la evolución de la náutica. Volar por arriba del agua es algo inexplicable y, además, no hace ruido”, sostiene Saubidet.
Esa ausencia de ruido y de impacto es lo que enamora a los practicantes. Marina, una abogada de 42 años que se inició en el deporte para compartir una actividad con su pareja, describe su vivencia con una sensibilidad especial: “Nunca había practicado deportes de viento, pero me cautivó la sutileza, la ausencia del tironeo brusco y el no tener que enfrentar un roce violento con el agua. Es una danza sobre la tabla”.
Para ella, el primer vuelo fue un punto de inflexión tras un proceso de aprendizaje con frustraciones: “La tabla despegando, el silencio que aparece de golpe, la sensación de flotar en un plano invisible. Ese instante es pura magia. Libertad”.

Geraldine Cuesta, quien lleva cinco años practicando tras dejar el kitesurf, coincide en esa apreciación mística. “Parece que el mundo deja de girar y solo existe ese momento”, dice sobre el instante en que realiza una maniobra de cambio de dirección (trabuchada) suspendida en el aire. Para Geraldine, la magia reside en la versatilidad: “Soltar unos instantes el wing para dejarse llevar por una ola en el río o derivar kilómetros en el mar. El foil siempre encuentra una manera de divertirte”.
Ver a un rider volando a casi un metro sobre el agua a gran velocidad puede intimidar, pero la barrera de entrada es sorprendentemente baja. “No se precisa ninguna experiencia previa, ni requiere tener un buen estado físico. Todos pueden practicarlo. En la primera clase ya estás parado arriba de la tabla, y eso es lo que hace que el deporte sea tan alucinante”, asegura Saubidet.
Nicolás Ocariz respalda esta visión, aclarando que los requisitos físicos son principalmente el equilibrio y la paciencia. “Es un deporte técnico, pero accesible; no requiere fuerza extrema. Con una progresión ordenada, dentro de las primeras 6 horas de práctica suele alcanzarse el equilibrio básico y los primeros vuelos”, detalla el coach rosarino.
La clave para iniciarse es elegir el entorno adecuado. Saubidet recomienda aprender en lugares de agua calma, como lagunas o ríos sin corriente (menciona la zona de Adela, en Ruta 2 como ideal), y con vientos constantes. Una vez dominada la técnica, se puede pasar a desafíos mayores como el Río de la Plata o el Paraná en Rosario, donde Ocariz advierte que la corriente y el oleaje obligan a desarrollar una técnica más precisa.
El equipo: tecnología y costos

El set de Wing Foil se compone de tres elementos fundamentales: el Wing (vela inflable que se maneja con las manos), la Tabla y el Foil (el mástil con alas sumergidas).
Las tablas varían en diseño y tamaño (de 4.6 a 7 pies) y se adaptan al peso y nivel del navegante. “Una tabla con más litros facilita el aprendizaje, una más chica ofrece mayor maniobrabilidad”, explica Ocariz. Existen diseños específicos para Downwind (largas y finas), Surf, Freeride y Race.
En cuanto a valores y procedencia, es un deporte que requiere inversión. “Las tablas son importadas de Francia, Austria, Alemania, USA y China”, detalla Saubidet. “Una tabla puede costar alrededor de US$800 a US$1000 (construcción tradicional) y hasta US$2000 dólares si es de carbono”. Respecto a la industria nacional, hay contrapuntos: mientras Saubidet advierte sobre la calidad de las copias locales, Ocariz destaca que “en la Argentina ya se fabrican muy buenas tablas custom, de excelente calidad”.
La tecnología permite alcanzar velocidades notables. Mientras un navegante recreativo se mueve entre los 18 y 25 km/h, los riders avanzados o de modalidad Race pueden alcanzar picos de 60 km/h (unos 35 nudos). En cualquier caso, los expertos recomiendan tomar clases en escuelas que provean el material.
De esta manera, la versatilidad del Wing Foil —que permite salir desde un muelle, un barco o cualquier orilla sin depender de terceros— lo ha convertido en el deporte del momento. “Podés inflar el wing y partir desde donde el viento te encuentre. Esa posibilidad de moverme sola es una forma hermosa de libertad”, reflexiona Marina sobre la autonomía que ofrece. ”Es un deporte que hace que siempre estés con una sonrisa. No conozco persona que no haya probado el foil que no salga feliz”, concluye Saubidet.
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