En su piso de Libertador, la socialité y su heredera se entregan a una charla imperdible
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Se miran a los ojos y la chispa se enciende, hasta dejar una estela de confianza y admiración, sensaciones que se confirmarán durante la charla. A Rossella della Giovampaola y a su hija María Toscana Garfunkel (31) las separa un océano (Tosky, como la llaman sus afectos, vive hace años en Londres), y acaban de reencontrarse en Buenos Aires. En realidad, esta es una escala previa a Punta del Este, donde pasarán Navidad y las vacaciones juntas. “Hace diez años que no venía a Buenos Aires (donde nació y vivió hasta los 8 años) y quería ver los jacarandás en flor, son mi recuerdo más lindo. Por eso lo primero que hicimos con mamá fue salir a caminar”, le cuenta a ¡HOLA! Argentina María Toscana, que está casada desde 2021 con el financista y matemático británico Xander Alari-William, y con quien a partir de abril se instalará en Nueva York. “Él va a hacer un MBA en Networking. Amo esa ciudad, desde los 11 a los 13 iba dos meses con mamá y hacía un summer camp. Estoy muy entusiasmada”, dice. Y, al ser consultada, agrega: “Yo sigo con mi doctorado de investigación en Sociología y trabajo con adolescentes que perdieron a uno o dos padres. Me focalizo en las relaciones sociales, con amigos principalmente. El año pasado hice la investigación de campo y ahora estoy en la parte de análisis. Y enseño Sociología de la Infancia”. Ya con Rossella en la biblioteca, las dos mujeres se entregan a una charla donde los recuerdos, las risas y la emoción revelan lo más profundo: que siempre estuvieron firmes, la una para la otra.

–¿Nunca les pesó ser las dos solas?
Rossella: Jamás, ella me lo hizo fácil. No me costó hacer nada que tuviera que ver con mi hija. Ni siquiera en la adolescencia, donde es normal enfrentarse a los padres, porque nunca fue algo violento.
Toscana: Me empecé a dar cuenta de todo lo que mamá hizo por mí ya de grande. Tengo 31 años, ella tenía 35 cuando enviudó. Y si me estoy dando cuenta ahora es que ella no me lo hizo notar.
–¿Qué les gusta y qué les cuesta de la otra?
Rossella: Admiro muchísimo a mi hija. No reniego de mi vida, pero si tuviera otra haría muchas cosas que hizo ella. Está bien plantada, es cristalina, va al frente. A veces puede ser un poco inflexible… [Se ríe].
Toscana: Vos también hiciste muchísimo, mamá; por ejemplo, levantaste todo y nos mudamos solas a Uruguay.
Rossella: A sus 15 años me dijo que quería terminar el colegio en Londres, dio miles de exámenes, no conocía a nadie… Lo pienso y digo: “Fui una madre horrible”. Pero ella está agradecida. Después se fue a Italia, porque cuando estaba terminando el secundario el profesor de Economía la animó a estudiar. Y estaba el karma del padre que había sido economista, entonces fuimos a la (Universidad) Bocconi de Milán. La aceptaron, pero al cuarto día dejó. Se inscribió en Idiomas y Literatura Extranjera, que es donde yo tengo mi doctorado, ella eligió la universidad estatal y lo hizo brillantemente.
–¿Cómo es la dinámica entre ustedes?
Toscana: No somos de llamarnos todo el tiempo, sólo si es urgente. Nos dejamos audios que no se cierran, es comunicación abierta.
Rossella: Y viajo cada dos meses. Ella es la escala final porque aprovecho y visito en París a mi hermana.

–A las dos se las ve prolijas, impecables. ¿Siempre compartieron ese sentido estético?
Toscana: Tuve una época más hippie, hoy miro las fotos y digo: “¿Cómo no me decía nada?”. Usaba unos pantalones rarísimos de Bob Marley mezclados con cualquier cosa, un desastre.
Rossella: Fue una época, podía ir con un ananá en la cabeza que yo no abría la boca. Mi hermana Patricia me insistía que le dijera algo, pero creo que hay etapas que hay que atravesarlas.
–¿Y cuándo cambiaste?
Toscana: Cuando terminé el secundario. Y cuando conocí a mi marido. Es como que siempre me sentí un poco incómoda con las cosas de marca, iba sólo a los negocios de segunda mano. Cuando lo conocí a Xander empezamos a ir a lugares lindos, a tener una vida más adulta. Me encontré.
Rossella: La moda es una forma de comunicación, sobre todo en la etapa de crecimiento de una mujer. Se ve que ella, con Xander, encontró la plenitud. Pero ella de chiquita ya era fashionista. Tengo un recuerdo de sus 7 años, llevándola a comer a Hangawi, un restaurante coreano y vegetariano en Nueva York donde te sacan los zapatos al entrar. Yo le había comprado un vestido largo de Sonia Rykiel y unas botas y ¡ella se veía tan cómoda!




–¿Qué otras cosas comparten?
Toscana: Un buen plan es ir a algún museo y salir a almorzar. Como papá murió cuando yo era muy chica, éramos nosotras solas. Ese restaurante de Nueva York sigue siendo de mis preferidos.
Rossella: ¡Me gusta compartir todo con ella! Es una excelente compañera. En la etapa en la que ya no estaba Jorge y todavía no había conocido a Gustavo (Yankelevich, su pareja), hasta la llevé a un retiro de yoga. ¡Parecía pasarla bien!
–Recién mencionaron a Gustavo. ¿Cómo es tu relación con él, Toscana?
–Divina. Claramente me costó al principio. Yo le decía a mi mejor amiga: “Ah, pero no es mi papá”. Y ella me decía: “Pero no está tratando de ser tu papá”. El quiebre fue el viaje a Disney que hicimos por mis 15. Fuimos con mi mejor amiga, con Romina y sus hijos, y Tomás y Sofía. Lo pasamos súper y es como que se cerró la familia. A la vuelta me instalé en Londres y a los tres meses murió Romina. Por supuesto que ese dolor nos unió todavía más.

–¿Cómo fue pedirle que te lleve al altar?
Rossella: ¿Puedo contarlo yo? Estábamos en Punta del Este almorzando. Y ella, a los que estábamos en la mesa, nos iba diciendo: “Vos, mamá, vas a hablar; vos, fulano, vas a leer”, y así. Hasta que mi cuñado, que es muy conciliador, le dijo: “Bueno, Tosky, Gustavo algo también tiene que hacer…”. [Se ríen].
Toscana: Y yo lo miré a Gustavo y le pedí que me lleve al altar. Para mí era obvio. Sé que los meses previos estaba nervioso y se repetía que tenía que caminar tranquilo porque sentía que en el casamiento de Romina había ido muy rápido. Lo hizo perfecto. Fue un lindo regalo que haya aceptado.
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