Cinco historias inspiradoras de las mujeres que lideran la conservación de los tesoros naturales de Argentina. Vida y compromiso de mujeres que están dejando una huella indeleble en la historia de la conservación en el país.
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A lo largo y ancho de todo el territorio argentino hay más de 18 millones de hectáreas protegidas que se distribuyen entre 42 Parques Nacionales, un Parque Federal, 7 Reservas, un sistema Nacional de Áreas Marinas Protegidas, 18 Reservas Naturales de la Defensa y 6 Monumentos Naturales. En total, nueve mujeres ocupan el cargo de Intendentas y están al frente de cada una de estas áreas protegidas, una tendencia que ha crecido en los últimos años, y que se suman a las 12 jefas de Guardaparques.
La primera mujer en convertirse en Intendenta fue Mariana Martínez, en 2011, cuando se hizo cargo del Parque Nacional Monte León, en Santa Cruz. Martínez, oriunda de El Calafate, se retiró hace unos años de la actividad, luego de prestar servicio durante 20 años.
“Desde el primer día de gestión trabajamos en incluir la perspectiva de género y diversidad en todas nuestras acciones, para que cada vez más mujeres se sumen a ocupar lugares de responsabilidad en nuestras áreas protegidas”, dice Sabrina Selva, jefa de Gabinete de la Administración de Parques Nacionales. “Hubo un crecimiento paulatino en los últimos años del personal femenino en nuestro cuerpo de guardaparques y brigadistas”, comenta.
Entre las 5 Intendentas entrevistadas para este especial, existe un hilo conductor que se balancea siempre entre el compromiso inquebrantable con la conservación, un amor profundo por la Argentina, el cuidado extremo de la fauna y la flora local y un conocimiento acabado del territorio que les toca supervisar.
Pero sobre todo, hay un rescate de sentido que la modernidad se empeña en desaparecer: la trascendencia. Nada en su labor es efímero. Todas saben que el esfuerzo que hacen hoy para preservar el valor ecosistémico de estos sitios, dará sus frutos en un futuro que disfrutarán las próximas generaciones.
Desde Misiones hasta Santa Cruz, pasando por Jujuy, Córdoba y La Pampa, estas mujeres al frente de parques, reservas y monumentos naturales son guardianas de los últimos bastiones de naturaleza prístina que quedan en nuestro país.
Gimena Martínez - Parque Federal Campo San Juan (Misiones)
Cuando en septiembre de 2022, Gimena Martínez recibió el ofrecimiento para convertirse en Intendenta del Parque Federal Campo San Juan, sintió que cerraba un círculo que había comenzado a abrirse nueve años atrás cuando decidió darle un volantazo a su vida. Hasta entonces, nada indicaba que su destino estaba ligado al mundo de la naturaleza y, mucho menos, a dirigir una reserva protegida.
Gimena nació y creció en Posadas, donde además se recibió como Contadora Pública. Pero bueno, se sabe que la vida no es un camino recto. “La verdad que yo no estaba muy metida en el ámbito de lo natural”, ríe. Todo cambió cuando, junto a su pareja, tomaron la decisión de ir a probar suerte a Iguazú. Enseguida consiguieron trabajo con los prestadores turísticos del Parque Nacional.
Entonces, los destinos se cruzaron: la administración lanzó una búsqueda para un puesto de contador. Y Gimena entró, por primera vez, al sistema de parques nacionales. “No tenía mucha idea de adónde me estaba metiendo”, reconoce. “Fue muy movilizante encontrarme en una oficina en una de las maravillas del mundo”, cuenta.
Todos los días, Gimena iba a trabajar a un lugar al que visitan millones de personas. “Fue un privilegio trabajar ahí, no terminaba de caer nunca… de estar en una oficina encerrada ocho horas, a estar en la naturaleza”, dice. “Se te cruza un coatí, una serpiente, un pajarito… todos los días venía el mismo pajarito a visitarnos, se reflejaba en el espejo y lo picoteaba”, agrega.
Poco a poco, tomó conciencia de lo que significaba este trabajo. “Hice una diplomatura en manejo de conservación de áreas protegidas y empecé a ver un panorama más completo de lo que implica un parque protegido”, revela. “Salí de mi lugar de confort, de los números, y me metí con todo eso”, cuenta maravillada.
Como una secuencia natural, en medio de su fascinación, empezó a surgir una necesidad cada vez más fuerte: volver cerca de su ciudad natal, Posadas. La creación del Parque Federal Campo San Juan, ubicado a 60 kilómetros de la capital misionera, se presentó entonces como una posibilidad de concretar el regreso.
Pidió el traslado y en julio del 2022 llegó a Campo San Juan, cuando todavía esta reserva no estaba abierta al público. Tres meses después, le ofrecieron ser intendenta. Y no lo dudó. En el transcurso de nueve años, a Gimena le cambió totalmente la vida. “Nuestro primer desafío fue justamente abrir el parque al público. El 7 de enero de este año pudimos hacerlo, fue una emoción enorme”, dice.
Campo San Juan tiene 5131 hectáreas y es la “primera área protegida del sistema nacional en conservar una muestra representativa de la ecorregión Campos y malezales, que representa menos del 1 % del territorio nacional”, indica la web oficial. “Misiones es selva, cataratas y más selva, pero también tenemos los campos y esa es la razón de existencia de esta reserva”, explica Gimena. “Conocer todo esto fue maravilloso”, asegura.
Además de proteger especies de fauna con distinto grado de amenaza, Campo San Juan alberga restos materiales del antiguo Ingenio Azucarero San Juan, que va a cumplir 140 años y fue declarado Patrimonio Cultural y Turístico de la provincia de Misiones.
“Llevo a Parques Nacionales como una bandera”, dice Gimena con orgullo, y agrega: “Yo no me imaginaba trabajar de esto y fue la mejor sorpresa que me dio la profesión porque si no hubiese contadora, nunca hubiera llegado acá”.
Para Gimena es un verdadero privilegio formar parte de una institución que “tanto hace por el futuro de toda la humanidad” y “también es un privilegio estar en lugares donde sólo podemos ir quienes somos agentes de conservación”. “Nuestro trabajo es que estos lugares mantengan sus especies de flora y fauna de la mejor manera, que mis hijos puedan venir a pasear acá dentro de 50 años y puedan decir: ‘Mi mamá trabajó acá y yo vine cuando tenía siete años’”, cierra.
Viviana Antoci - PN Lihué Calel (La Pampa)
La primera vez que Viviana Antoci pisó el Parque Nacional Lihué Calel fue en un viaje escolar de sexto grado. Aquella pequeña no tenía en mente dedicar su vida al incansable trabajo en Parques Nacionales ni mucho menos convertirse en la Intendenta de este parque. Pero sí corría por su cuerpo una irrefrenable pasión por la naturaleza, la observación y la curiosidad. De aquella visita, le quedaron imágenes imborrables: la tierra roja en medio del desierto pampeano, los guanacos y el infaltable caldén.
“El contacto con la naturaleza siempre me llamó la atención. Me gustaba estar en el campo, tuve una infancia muy en contacto con los bichos, nunca les tuve miedo… siempre me gustaron los animales, la flora y el aroma de la naturaleza”, dice Viviana, quien nació en General Pico y creció en la capital, Santa Rosa.
Cuando terminó el secundario, Viviana se fue a Neuquén para hacer la Licenciatura en Turismo, en la Universidad Nacional del Comahue. Sabía que su vida no estaba detrás de una computadora. Necesitaba algo que le garantizara el contacto con la naturaleza y que incluyera lo social y lo cultural.
La Universidad la sumergió en un mundo de prácticas y proyectos, y fue en el Parque Nacional Lago Puelo donde Viviana experimentó por primera vez la fusión entre conservación y turismo. Un desafío que parecía inmenso, pero que la atraía como un imán. “A partir de esta experiencia, ya sabía que esto era lo que quería”, cuenta.
Totalmente compenetrada, Viviana se fue a vivir a San Martín de los Andes, donde trabajaba ad honorem en el PN Lanín, mientras administraba un complejo de cabañas y daba clases en la universidad. Entonces la vida la puso frente a un dilema: de un lado, una tentadora oferta para irse a trabajar en conservación a Costa Rica; del otro, una vacante en el Lanín.
“Decidí quedarme, aposté por esto y no sé cómo explicar lo gratificante que es”, dice. Viviana tomó el desafío de crear el plan de gestión del PN Lanín, un proceso de planificación participativo, con capacitaciones y talleres con alrededor de 600 participantes. En el camino, se enamoró de un guardaparques, Robinson. Juntos, se fueron a Los Alerces. “Mientras estábamos ahí, recibí una propuesta para venir a Lihué Calel. Y justo yo estaba queriendo volver a mi tierra, para estar cerca de mis padres”, cuenta.
Lo que Viviana más extrañaba de La Pampa eran las tormentas, el olor a tierra mojada y de los eucaliptos y, sobre todo, ver el horizonte que se expande y expande alrededor. “El aroma pampeano… no lo puedo describir, me siento en casa”, resume.
En noviembre de 2019, se convirtió en la Intendenta de Lihué Calel, que en mapuche significa “sierras de la vida”, un parque de 32.514 hectáreas que emerge desde la estepa en la zona centro-sur de la provincia de La Pampa, y que contiene un microclima húmedo que contrasta con la aridez de la llanura.
Este es el único PN de la provincia. “Es monte, espinal y las sierras y es un parque que tiene mucha vinculación con las comunidades originarias porque durante la Campaña del Desierto fue refugio para muchos de sus integrantes. Es un lugar donde la tierra te atrapa”, asegura Viviana, entusiasmada.
En Lihué Calel se suelen ver pumas. Antes se acercaban más al campamento, pero como ahora hay más vizcachas, guanacos y ñandúes, tienen el alimento garantizado. “La reconstrucción del hábitat es una cosa hermosa de presenciar”, dice la Intendenta.
“Los guanacos siempre andan entre la gente, les encanta ponerse al lado de los foodtrucks; los lagartos colorados también son muy sociables y posan para la foto. Hay muchísimas aves, está el gallito copetón que es nuestro emblema. Las vizcachas siempre andan entre las carpas, los zorros, hurones… es muy lindo ver la reacción sobre todo de los niños”.
“Trabajar en parques es una vocación”, no duda Viviana. “Nos desvivimos por este trabajo que nos apasiona y que nos va a trascender. Todos los parqueros llegamos a la misma encrucijada: cómo hacemos para dedicarle menos tiempo a parques y más a la familia”, resume, y agrega: “Es mucho esfuerzo por algo que tal vez no vamos a ver los resultados”.
Para ella, ser “parquero” es sobre todo confiar en los compañeros. Una ligazón que de afuera puede apreciarse como una especie de cofradía. “Es que de golpe te encontrás solo ante la naturaleza y tenés que confiar mucho en quienes tenés al lado”, explica.
En mayo del 2020, encontraron a una puma entrampada. Un vecino había puesto una trampa de oso en el alambrado. La puma tenía la pata destruida. Todo el personal del parque se movilizó para salvarla. Y lo lograron. Es más, pudieron llevar al responsable ante la Justicia, que fue condenado a pagar la cuota alimentaria del animal, de por vida. “Fue un fallo histórico”, dice Viviana. La puma -bautizada Unelén- pasa hoy sus días bien cuidada en el refugio Pumakawa.
Carina Rodríguez - Monumento Natural Laguna de los Pozuelos (Jujuy)
Cada vez que Carina Rodríguez sale de recorrida para monitorear los nidos de los flamencos altoandinos, siente que todo esto tiene sentido. La inmensidad cordillerana que se abre delante suyo, a 4 mil metros de altura, la soledad del viento y el cielo azul intenso y brilloso. “Lo más lindo de Laguna de los Pozuelos son los flamencos; todavía hoy me sigo sorprendiendo… es hermoso”, dice.
La vida de Carina siempre estuvo ligada a la Puna. Nació en Salta capital y desde pequeña participó en proyectos relacionados con el ambiente. Algo ya tiraba para ese lado. “Siempre me gustaron las áreas protegidas, la naturaleza y la vida en el campo que conocí a través de la familia de mi papá”, cuenta.
Carina estudió ingeniería en recursos naturales y medio ambiente, y siempre tuvo un ojo puesto en el quehacer de Parques Nacionales. Comenzó a vincularse, como la mayoría, a través de un voluntariado en la Regional NOA, donde conoció de cerca cómo funcionaba todo. Y quedó maravillada.
En paralelo, mientras iba haciendo su camino en la institución, llegó a presidir la ONG Centro de Desarrollo Rural y Urbano Sostenible (CEDRUS), mediante la cual también realizó trabajos en conjunto con los parques de su provincia.
“Hice la tesis de grado en Pozuelos porque, cuando estaba como voluntaria, podía participar de proyectos de investigación que se realizaban y me invitaron a integrar un estudio de flamencos altoandinos. Esto fue en el 2005″, recuerda. Luego, tuvo un paso por el PN Los Cardones y El Rey. Ya entonces supo con certeza: “Lo que más me gusta de mi tierra es la gente”.
Carina asegura que “no fue fácil entrar a Parques Nacionales” y que el “gran desafío es trabajar la conservación con la gente”. “En el norte el trabajo es articulado con las comunidades originarias, el desafío es mostrar que eso es posible”, cuenta.
Su relación con Pozuelos comenzó a consolidarse cuando fue designada al frente del departamento de conservación del parque. Era sólo cuestión de tiempo. Apenas el anterior Intendente dejó su cargo, se lo ofrecieron a ella. Desde enero del 2022, es la Intendenta del Monumento Natural Laguna de los Pozuelos, una reserva de 16 mil hectáreas ubicada en Jujuy, que alberga un aves puneñas, como la avoceta andina, la guayata, el pato puneño, la gaviota andina, el chorlito puneño y la gallareta gigante. “Teníamos muchos proyectos en marcha, así que decidí aceptar”, explica.
¿Qué significa para ella este puesto? “Un gran compromiso con la institución, con las áreas protegidas. Esto no es un trabajo, es una vida”, sentencia. La consciencia plena de que lo que están haciendo hoy es para garantizar un futuro. Acá, no existe lo inmediato. “Protegemos la fauna y la flora, dialogamos con las comunidades, no es un trabajo cualquiera”, agrega con severidad.
Carina agradece la posibilidad que le ha dado la vida de dedicarse a lo que a ella le apasiona. Pasar tiempo en la naturaleza, explorar lugares inhóspitos (como cuando le tocó hacer un relevamiento en el PN Baritú, un lugar aislado, un santuario al que se llega sólo a través de Bolivia) y garantizar el porvenir de paisajes que conmueven. “Mi gran desafío como intendenta es poder hacer las cosas que siempre quise hacer, es una oportunidad para brindar todo lo que sé para conservar y cuidar este lugar”, cierra.
Natalia Ceresoli - PN Traslasierra (Córdoba)
Cuando Natalia Ceresoli era pequeña, su familia tenía un plan absolutamente tentador: viajar por lugares recónditos de la Argentina en plan de camping. Esa temprana y profunda experiencia en el territorio forjó en ella un espíritu absolutamente encadenado a la naturaleza. Es más: ya sabía que quería ser guardaparque. “Era obvio el camino, pero bueno, siempre hay desvíos”, dice, entre risas.
Nacida en Santa Fe capital, Natalia estudió la Licenciatura en Biodiversidad. Cuando terminó la carrera, se fue a trabajar a la ciudad de Formosa, donde se enganchó con la Fundación Eco, que trabajaba con los ecosistemas del lugar. En el noroeste formoseño, se vinculó con una comunidad en Vaca Perdida, donde monitoreaba cuevas de tatú carreta.
“Las comunidades aborígenes me rompieron la cabeza”, dice. Inquieta, se anotó en una beca doctoral del CONICET, para trabajar en dos áreas protegidas. Allí cruzó caminos con Matías, con quien tendría dos hijos. Vivieron en el PN Pilcomayo, donde él era guardaparque, y luego en la Reserva Natural Formosa. El trabajo en Parques Nacionales estaba al caer.
Viviana entró a PN como personal del área de conservación de la dirección Regional NEA. En ese interín, se separó y, en 2013, se fue a vivir a Salta para trabajar en el PN El Rey. Para los chicos, la infancia fue cargada de naturaleza, de chapoteo en el barro, el contacto con la fauna, la curiosidad interminable de un niño ante lo indescifrable.
En El Rey trabajó también en el área de conservación, hasta el 2021. En el medio se puso en pareja con Julio, a quien le propusieron ser intendente de PN Traslasierra, así que decidieron irse para Córdoba. Julio fue intendente hasta marzo de este año, cuando lo designaron director regional de operaciones, a cargo de la logística de 14 áreas protegidas.
Entonces Natalia se convirtió en Intendenta de Traslasierra casi sin proponérselo. “Nunca me había imaginado que iba a estar al frente de un parque”, reconoce. Pero hay una fuerza mayor, algo movilizante, que atrapa a quienes se sienten tocados por el fuego de esta labor: “El trabajo no es rutinario, aprendés constantemente, no sólo en cuestiones de ambiente, sino sociales, la vinculación con pobladores… siempre está la oportunidad de abrir la cabeza y aprender de los errores”.
“Hay que proteger por el desconocimiento general que hay sobre la importancia del chaco árido”, explica acerca del parque que está dirigiendo y que se extiende sobre 44 mil hectáreas al oeste de Córdoba, casi pegado a La Rioja. “Tiene un rol a escala macro, pero en general no es querido porque hace mucho calor, muchas espinas, el monte es cerrado, hay mucha tierra”, explica, aunque advierte: “Esa imagen en realidad esconde un tesoro del país, una fuente de servicios ecosistémicos muy importantes para el resto de la región, que vive gracias a esto”.
“Ayer caminamos unos 10 kilómetros por una serranía hasta el límite del parque y volvimos. Lejos de ser una tarea pesada, la sensación fue ‘qué lindo que podemos hacer esto’; pudimos ver los distintos ambientes, unos paisajes hermosos… muchas veces no se valora lo que no se conoce. Es así. Es invaluable”.
Mariela Gauna - PN Monte León (Santa Cruz)
Mariela encontró su conexión primordial con la naturaleza en su ciudad natal, Carlos Paz. Desde pequeña, la curiosidad la llevó a explorar cada rincón de las sierras y a aprender sobre la flora local. “De chiquita escuchaba con atención para qué servían las plantitas que nos encontrábamos”, comenta con una sonrisa, recordando cómo aquellas lecciones de supervivencia infantil la marcaron profundamente.
Su inclinación por la naturaleza la llevó a cursar una licenciatura en Turismo, donde encontró una plataforma para tejer historias y desentrañar los secretos de la Argentina. “Siempre quise conocer el país a fondo, contarlo y mostrarlo”, dice. El destino tenía un plan: cruzarse con Carlos, un guardaparque apasionado con quien compartían la misma pasión. Juntos emprendieron su viaje hacia Iguazú, donde la naturaleza presentaba retos en forma de turismo masivo y caza furtiva.
La experiencia en Iguazú se convirtió en fundacional para Mariela. A través de las empresas que operaban en el parque, encontró su vocación en la conservación. “Fue un gran lugar para aprender”, reflexiona, mientras relata cómo aquel período en Iguazú se convirtió en su propio curso acelerado de turismo de naturaleza.
Sin embargo, su viaje no se detuvo ahí. La oportunidad de regresar a Córdoba se presentó con el PN Quebrada del Condorito, donde comenzó a realizar un voluntariado ad honorem mientras criaba a sus dos hijas. Pronto, se abrió una posibilidad para entrar al departamento de uso público del parque. Y no la desaprovechó: “Quería trabajar en parques, quería ser de parques”.
La pasión de Mariela no conocía límites. Los Alerces, en la Patagonia, se convirtió en el próximo destino, un lugar de complejidades diversas que la desafió a coordinar conservación y uso público. Aquí, su compromiso y pasión la llevaron a crecer, aprendiendo a trabajar en armonía con las comunidades locales y enfrentando los retos de la sustentabilidad junto a los prestadores turísticos.
La vida, con sus giros inesperados, la llevó finalmente a Monte León, un Parque Nacional de 62.169 hectáreas que se extiende en el límite entre dos ambientes disímiles, el mar y la estepa. El parque la recibió con su majestuosidad y diversidad, y Mariela se enamoró de inmediato. Desde la sede administrativa en Puerto Santa Cruz, dirige el PN Monte León con una dedicación inquebrantable. Cada día es un nuevo capítulo en su historia de amor con la naturaleza y su misión de protegerla.
“Argentina es un mosaico de experiencias y amistades”, reflexiona Mariela. Cada encuentro, cada desafío, contribuyó a su crecimiento y aprendizaje. Sin embargo, Mariela sabe que la labor esencial de Parques Nacionales va más allá de las experiencias individuales. “Proteger el ambiente, empoderar a las comunidades locales y promover un turismo sostenible son nuestras misiones”, explica, convencida.
Para ella, este trabajo “te puede abrumar o motivarte, ser una chispa”. “A mí cada día esto me enamora más”, dice, sin dudarlo. Y cierra: “Agradezco a la vida que Parques Nacionales se haya puesto en el camino y que nos haya cobijado. Sentimos la obligación de devolverle a la sociedad porque todos los argentinos merecemos tener las áreas protegidas funcionando”.
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