El alojamiento de Nelson Mazquiarán es un oasis en medio del macizo del Deseado. Patagonia en estado puro.
Nelson Mazquiarán es patagónico hasta la médula. Creativo, curioso e incansable, este oriundo de Río Mayo, Chubut, orienta todas sus actividades bajo un mismo lema: diversificación productiva con cuidado de los recursos naturales.
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Así, además de la producción agropecuaria en Santa Cruz y su provincia natal, lleva adelante con sus hermanos dos empresas innovadoras: Proyecto Guenguel y Orizon. Guenguel (“panza blanca” en tehuelche) tiene como gran protagonista al mamífero salvaje más típico y más chúcaro de la región: el guanaco, cuyo pelo es el segundo más fino del mundo. Los Mazquiarán fabrican preciosos sombreros con su lana mediante un manejo adaptativo y un uso sustentable del animal: vale decir, lo esquilan vivo y lo dejan libre.
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Orizon es un agua mineral natural proveniente de un manantial situado en tierras todavía vírgenes de productos químicos. Pero, en materia de emprendimientos, el “niño mimado” de Mazquiarán es el Rancho Patagónico: un auténtico rancho ambientado en los años 40, inmerso en un paisaje que “propone un viaje a la Tierra antes de que existiera la humanidad”.
Un lugar donde el tiempo se mide en millones de años
Dos rutas de partida conducen al Rancho Patagónico: la RP 12 desde Pico Truncado y la RN 3 (la famosa Ruta Azul) desde Caleta Olivia, que surca la estepa en paralelo al mar como una recta casi perfecta. Ambas se cruzan en algún momento con la RP 49, de ripio. Y el paisaje comienza a cambiar: el terreno moteado de coirones se vuelve sinuoso y ondulante y aparecen manadas de guanacos (el macho guiando a su harén de hembras y sus chulengos) y choiques de a pares o solitarios que corren alarmados como si el viento mismo los persiguiera.
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Los cerros bajos cortados a pico evocan siluetas enigmáticas y el color de la tierra pasa del amarillo al ocre y después al naranja, por momentos con franjas de un blanco cegador. Una polvareda divisada a lo lejos o las huellas dejadas por alguna camioneta son la única señal de presencia humana en la inmensidad sobrecogedora. Las curvas y contracurvas del camino acompañan la sensación de estar viajando, no solo en el espacio, sino en el tiempo. Y algo de eso hay: este lugar se mantiene tal como era (o casi) hace millones de años.
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La vida en el rancho
Conocedor de estos pagos por haberlos transitado “desde siempre”, Nelson dice que cuando llegó por primera vez a lo que hoy es el Rancho Patagónico (una construcción entonces en ruinas) se sintió literalmente cautivado por la energía del entorno, por su belleza visual, por la pureza del aire.
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“Aquí la naturaleza es reina y señora. La idea es reencontrarse con uno mismo, lejos del ruido mundano y cerca del corazón”, afirma y le brillan los ojos. Le llevó tres años armarlo y cumplir su objetivo: que los huéspedes tuvieran la experiencia de vivir como vivían los lugareños en los años 40. Por eso el rancho tiene tres partes: una de adobe (que por el momento funciona como despensa), otra de chapa acanalada y otra de cemento, ya que así se ampliaban las casas a medida que aumentaba la familia. Hay una galería con grandes ventanales orientada al norte, la calefacción es a leña y las salamandras están siempre encendidas en todas las habitaciones (salvo que el calor arrecie).
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El propio Mazquiarán hizo la mesa de la cocina con las tablas del piso original y el aparador a la vieja usanza campera: con las bisagras del lado de afuera. También organizó la biblioteca con ayuda de sus hijas Sofía, Camila y Naique, viajeras empedernidas que le traen libros cada vez que vienen a visitarlo. Los dos dormitorios principales tienen camas de bronce, cómodas con tapa de mármol y jofaina, farol de noche y aperos gauchos. Los bautizaron Amanecer y Atardecer porque uno recibe la salida del sol y el otro mira al ocaso. Hay una tercera habitación, muy espaciosa, con ocho camas, ideal para grupos de amigos o familias numerosas.
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“Acá no vas a ver ni una sola cosa que no sea de los cuarenta”, se enorgullece Nelson. Y damos fe: incluso la cocina de cuatro hornallas data de esa década y el café del desayuno se sirve en jarritos de loza amarilla con bordes verdes. El menú es casero y bien criollo —locro, carbonada, guiso carrero, puchero, asado a la estaca— y también incluye pastas, pizzas y opciones vegetarianas (avisando por anticipado).
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“La mayoría de la gente viene por unos días para desenchufarse”, comenta Nelson. Y de hecho, en el rancho –situado en el corazón de una estancia de 10.700 hectáreas– no hay señal de wifi. En caso de necesidad, se puede usar la de los caseros Ángel y Susana Flores, que saben hacer sentir en casa a los huéspedes. Susana es oriunda de Pico Truncado y Ángel de Río Pico, están casados desde hace 30 años y tienen su propio rebaño de ovejas, su huerta y sus gallinas ponedoras.
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Ella es la artífice de los manjares que sirve en la mesa de la cocina o, si el tiempo lo permite, afuera en el fogón. Él oficia como guía si cuadra la oportunidad: desde un paseo a pie hasta la aguada grande, “un sendero en subida que lleva derechito a un manantial de agua dulce”, hasta las ruinas de una casa que, según dicen, perteneció a unos alemanes y está envuelta en un halo fantasmal. Los avistadores de aves pueden pasar horas buscando chingolos, agachonas y comesebos silbones entre los molles y los calafates. Y si bien algunos no andan de día ni se ven a simple vista, por los caminos hay huellas de pumas, zorros grises y maras.
Bonus track: El Bosque Petrificado
A 38 km del Rancho Patagónico, siempre por la RP49, una experiencia imperdible: visitar el Parque Nacional Bosques Petrificados de Jaramillo. Una inmensidad desértica que pone a prueba la imaginación. Porque en el Jurásico Medio Superior este páramo de colores cambiantes era un bosque húmedo donde imperaban las araucarias mirabilis (del latín, “admirables”) de mil años de antigüedad, más de tres metros de diámetro y casi cien metros de altura... tanto era así que los gliptodontes apenas llegaban a la base de sus frondas.
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También abundaban los helechos y las benettitales (similares a las cícadas y popularmente consideradas ancestros de las palmeras) y todo tipo de aves, peces, animales terrestres e insectos propios del verde y del agua. Hasta que unos 165 millones de años atrás cayó el meteorito que provocó la extinción de los dinosaurios. La actual cordillera de los Andes emergió de las profundidades con sus volcanes en erupción, la lava derribó a su paso las portentosas araucarias y las cenizas volcánicas las sepultaron. Con el correr del tiempo (nuevamente hablamos de millones de años) y los fuertes vientos fueron aflorando los troncos petrificados que hoy se ven en el Jaramillo: el más grande tiene 47 metros de largo y 1.80 m de diámetro. Un cartel en el sendero recuerda: “Silenciosos pero no mudos, estos árboles petrificados fueron testigos de la formación de los continentes, la extinción de los dinosaurios, la aparición y la evolución del humano en la Patagonia”.
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Rancho Patagónico. Estancia El Pirámide. RP49 entre RN3 y RP12. T: (0297) 624-7253 contacto@ranchopatagonico.com www.ranchopatagonico.com Abierto de octubre a febrero (inclusive). $30.000 por día para 4 personas con pensión completa.
Monumento Nacional Bosques Petrificados de Jaramillo. 47°40′0.12″ S, 68°10′0.12″ W mnbp-apn@hotmail.com Entrada gratuita. En temporada alta (del 1 de octubre al 31 de marzo) abre de 9 a 19; en temporada baja (del 1 de abril al 30 de septiembre) de 10 a 17. No olvidar llevar agua mineral, provisiones y combustible suficiente para el trayecto: la estación de servicio más cercana está en Fitz Roy, a 140km.
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