Coronavirus. Fortines con frazadas y almohadones, el refugio que arman los chicos y recomiendan los expertos
WASHINGTON.– Mi amiga me manda una foto de su living: un montículo de frazadas verdes y amarillas envolviendo una y flanqueado por una pared de almohadones. "Tengo que encontrar una abertura para colarme adentro", me pone en el mensaje de texto que acompaña la foto.
Esa montaña de ropa de cama es el fortín de su hijo, el que construyó el primer día que tuvo clases a distancia, donde se refugia a leer cuando no tiene clases online, y donde también duerme algunas noches.
El encierro es difícil, y para protegerse de ese mundo de covid-19 que parece fuera de control, los chicos construyen fortificaciones y refugios seguros en cualquier parte de la casa, sea el dormitorio, el living o el lavadero.
Salvo por alguna salida en auto con su familia, hace semanas que Malia Mitchell, de 9 años, no sale del departamento de dos ambientes donde viven con su familia en la localidad de Farmington, Michigan. Entiende lo que pasa, pero está muy preocupada por la salud de sus abuelos y bisabuelos.
Así que detrás del sofá del living Malia construyó una fortaleza, "mi casita", como ella la llama, llena de peluches, mantas acolchadas, un cargador de iPad y una provisión inagotable de golosinas. Es su lugar para encontrarse con sus amigas en FaceTime, escapar de la mirada de los padres, comer y dormir.
"Me ocupa la mitad del living, pero mejor dejarlo donde está", dice su madre, Kenita Ware. "No tenemos mucho espacio, pero siento que ella necesita su propio lugar, aunque más no sea para procesar lo que está pasando, o poder estar sola un rato."
Parte de la infancia
Los fuertes, fortines, refugios y fortalezas siempre han sido parte de la infancia, dice David Sobel, profesor emérito de la carrera de educación de la Universidad Antioch y autor de Los lugares especiales de los niños: el rol de los fortines, refugios y casas de bosque en la mediana infancia. Sobel investigó la función que cumple el juego con fortines en el desarrollo niños de todas las culturas, y descubrió que es un tipo de juego universal impulsado por una "disposición biológica genética" en el momento en que los niños desarrollaron un "sentido de sí mismos" separado de sus padres.
Sobel descubrió que los niños empiezan a construir fortificaciones en interiores desde los 4 años, y que alrededor de los 6 o 7 años empiezan a aventurarse al exterior para construir refugios, casas en el árbol, y otras estructuras fortificadas, ya de manera más independiente, una práctica que se extiende hasta después de los veinte años. Tanto metafórica como físicamente, construir una fortificación refleja el crecimiento de los niños como individuos, dice Sobel, ya que "construyen un hogar fuera del hogar", libre del control parental. Las fortalezas, además, fomentan la creatividad. "Ahí adentro ocurren cosas mágicas", agrega.
Y todas esas fortificaciones comparten un mismo rasgo: son construidas a mano, con algún grado de secretismo, y "desde adentro se ve el afuera, pero desde afuera no se ve el adentro". Son un entorno física y emocionalmente seguro. "Es el lugar donde uno quiere estar solo, donde observar sin ser visto", explica Sobel.
El interior de esas fortalezas es el mundo privado y seguro de los chicos.
"Me siento en un lugar seguro, mi propia burbuja calentita", dice Greyson Drewry, una chica de 11 años de Port Townsend, Washington. "No te afecta nada de lo de afuera. Hay una pared que te separa del mundo."
"Afuera está todo mal, pero ahí adentro estás segura y nadie se preocupa por vos", agrega Greyson. "Si te encerrás en tu cuarto, tu familia se preocupa, pero si te metés en tu fortaleza todo el día, no dicen nada."
A Tiffany, la madre de Greyson, le parece bien, y dice que una competencia de construcción de fortines que le dieron como tarea escolar le levantó mucho el ánimo a su hija. Drewry dice que a su hija le cuesta mucho el aprendizaje a distancia, ya que "es de las que aprenden haciendo, a través de las manos y el tacto". Agrega que su hija siempre buscó refugio en "nidos" y fortificaciones, por lo general en momentos de estrés. Para la competencia escolar, Grayson transformó su cuarto en una carpa color rosa pastel construida con sábanas y almohadas, todo sostenido con un palo central. Lo decoró con fotos, grabó un video de bienvenida y se pasó todo el día adentro. "¡Lo necesitaba!", le dijo a su mamá.
Sobel agrega que en estos días los chicos tienen más tiempo para ser creativos. Y por más que protesten, sus cerebros en desarrollo están ávidos de un descanso de tanta computadora. Las fortificaciones también alientan el juego, que es especialmente beneficioso en momentos de tensión como estos. ¿Pero los refugios de la cuarentena son diferentes en algo a los tradicionales fortines de los días lluviosos o los fines de semana con los primos?
Todo es diferente
"Es lo mismo, pero intensificado", dice Emily King, psicóloga de niños de Raleigh, Carolina del Norte. "Los niños le dan sentido al mundo a través del juego. En cuarentena, todas nuestras necesidades se amplifican". La construcción de fortines y refugios puede ayudar a los niños a procesar esta perturbadora nueva realidad en sus propios términos, a través de la imaginación y lo que es más importante, bajo control.
"Todo es diferente", dice King. "Están enfrentando la incertidumbre sin saber cuánto va a durar esto, y con tantos cambios disruptivos, los chicos sienten lo que sentimos todos: una gran pérdida."
Desbaratada la rutina familiar, los chicos tienen que aferrarse a algo. "Lo que ellos crean en el mundo de la imaginación les parece seguro y predecible", dice King. "Y cada vez que vuelven a entrar a su fortaleza se sienten reconfortados, porque todo está donde lo dejaron".
Las fortificaciones también ayudan a los niños a regular el cuerpo y las emociones. Estar en un lugar encerrado y oscuro, donde el sonido y las sensaciones táctiles están amortiguados puede ser especialmente terapéutico para niños con algún trastorno del espectro autista, o aquellos que tienen déficit de atención, desórdenes del proceso sensorial o ansiedad.
Carol Stock Kranowitz, educadora y autora de "El niño desfasado", dice que las fortificaciones ayudan a los niños a reiniciar sus cuerpos y cerebros estresados. La oscuridad en el interior de esos fuertes bloquea los estímulos innecesarios y potencia los necesarios, como el confort físico y la soledad.
Alerta máxima
En el mundo del covid-19, nuestro sistema nervioso está en alerta máxima. Venimos al mundo preparados para defendernos de las amenazas ambientales, que resultan mucho más agudas para los niños con problemas sensoriales. Nuestros cerebros reaccionan con "auto-terapia" para protegernos, dice Kranowitz. Y la auto-terapia también puede tomar una forma entretenida y tranquilizadora, como la construcción de fortines. "Es algo primario", dice Kranowitz.
Y agrega que todos podemos reconocer en nosotros mismos ese impulso de construir un fuerte. "Responde a una necesidad de seguridad y control. Siempre buscamos comodidad. Necesitamos un restablecimiento del orden. Y con el covid, todo eso se potencia". El que come chocolate, comerá más chocolate que de costumbre, al que le gusta caminar, caminará más, y el niño que construye fortines construirá fortines más sofisticados, y tal vez se mude a vivir adentro durante un tiempo.
¿Cuánto tiempo es demasiado para que un chico pase adentro de un fuerte? King sugiere a los padres que monitoreen el tiempo en el fortín como un "termómetro de síntomas" que den más pistas sobre cómo están lidiando sus hijos con la cuarentena.
King, Sobel y Kranowitz concuerdan en que esas fortificaciones pueden servir para reforzar la conexión entre padres e hijos, pero con una condición: los que están a cargo son los chicos. Los padres pueden ayudar a construir, y pueden entrar siempre y cuando los inviten.
"No se metan con esas construcciones", dice King. "No intenten ocuparlas, ni alterarlas, ni desmantelarlas. Y mejor todavía si los chicos quieren hacerle mejoras, para que sea más cómodo: es de ellos."
(Traducción de Jaime Arrambide)
The Washington Post
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