El insólito caso de tres hermanos separados de chicos que se reencontraron después de 44 años
Carina Rosavik y Carolina Sangiorgi detectaron su coincidencia genética en 2022, y ahora hallaron a un tercer hermano
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MAR DEL PLATA.- Una siempre sintió que quienes la criaron no eran sus padres biológicos y en 1999 emprendió el desafío de bucear hacia sus orígenes. La otra siempre tuvo clara que fue adoptada pero también sintió la inquietud de identificar el vínculo de sangre. Ambas coincidieron en la sospecha de ser hijos de desaparecidos durante la última dictadura pero los análisis dieron negativos en procura de dar con su ascendencia.
Poco después la suerte cambió: en 2022 se detectó 99,9% de coincidencia entre los datos genéticos de Carina Rosavik y Carolina Sangiorgi. ¿Se puede esperar algo más y puede haber una alegría mayor que encontrar a una hermana después de 40 años? Sí, un tercer hermano. Es Carlos Piñero, el menor, y los tres se acaban de encontrar, conocer y abrazar por primera vez en Mar del Plata.

La confirmación les llegó casi en forma simultánea mediante aviso desde la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi), el organismo oficial que trabaja a partir de denuncias sobre personas que tienen dudas acerca de su verdadera filiación.
Fue mucha ansiedad, reconocen, porque no hubo en esos mensajes muchos adelantos de mayores advertencias más allá de que había alguna novedad. Y del sábado que recibieron la comunicación al lunes, que fue la fecha prevista para comentarles de qué se trataba, admiten que vivieron 48 horas entre intrigas y tensiones.
“Y bueno, al final me tocó esto”, dice Carlos, sonriente, mientras señala, abraza y luego besa a sus hermanas de sangre a orillas del mar y sobre la misma playa Bristol donde hace dos años y medio ambas habían brindado una entrevista a LA NACION para contar su reciente, sorprendente y celebrado reencuentro.
Búsqueda
Aparte de la genética, reflejada en rasgos físicos y gestos, la coincidencia entre los tres se da en esas dudas que ya de grandes empezaron a sentir respecto a saber quiénes eran de verdad. Y los tres, nacidos entre 1977 y 1979, no tardaron en sospechar que quizás algo habían tenido que ver con las consecuencias de la última dictadura militar, los nacimientos en centros de detención y las apropiaciones que se dieron por aquella época.
Los tres, también, dieron negativo en los cotejos de aquel primer paso que decidieron mediante Abuelas de Plaza de Mayo. Esto no los quita de aquella hipótesis, ya que sus muestras solo fueron comparadas con aquellas limitadas con las que cuenta el banco de datos de la entidad.
Carina reside en Córdoba y tiene 48 años. Es adoptada y a diferencia de sus hermanos, a ella la fueron a buscar a su casa desde Abuelas de Plaza de Mayo, conocedores de sus dudas y fechas que la incluían dentro de las chances. Cuando tenía 23 años se hizo un test de ADN y desde entonces empezó a rastrear desde dentro del grupo cordobés conocido como “Nosotros”, también de búsqueda de identidad.
Carolina está casada y vive con esposo y dos hijos en Mar del Plata. Suma 46 años y es la que tiene un poco más claro su recorrido: sus padres adoptivos, de San Cayetano, la fueron a buscar a la Casa Cuna de La Plata y la inscribieron en el Registro Civil. “Siempre supe que fui adoptada”, recuerda y cita que allí donde la entregaron había sido anotada como NN, sin ninguna otra referencia de una posible existencia de hermanos. “Adoptada fui hija única”, remarcó. Siempre recuerda la felicidad de su madre adoptiva apenas confirmó la existencia de una hermana de sangre.
Y Carlos, de 45, tiene domicilio en Ezeiza, provincia de Buenos Aires. Allí vive con su pareja, Bárbara, y sus gemelas que presenta como “hijas del corazón”.

Fue su mujer, precisamente, la que más lo alentó a desentrañar esas dudas que le pesaban sobre su verdadera identidad. Sobre todo cuando sus padres de crianza ya habían fallecido y se quedó sin chances de un cotejo genético directo. “Pidieron ser cremados”, recuerda a LA NACION y lo plantea como sospecha de una decisión que tomaron para que, llegado el caso, no pudiera avanzar por ese camino.
¿Por qué dudaba? “Yo tenía tres partidas de nacimiento, todas con nombre diferente, y nunca me la daban, así que algo raro había”, detalla sobre esos primeros pasos que lo llevaron a cuestionarse. Tras la muerte de los padres consiguió que sus tres hermanos, ahora confirmado que fueron de crianza, le dieran esa documentación que necesitaba para poder casarse.

Con ese puñado de dudas firmes fue a Conadi: confirmaron que no aparecía en registros y al tercer día ya le estaban realizando la toma de muestras para iniciar el rastreo desde el Banco Genético que tiene el organismo, el mismo que ha sido fundamental también para ubicar a tantos hijos de personas secuestradas y desaparecidas durante el último gobierno de facto.
La primera novedad que tuvo fue negativa y correspondía al testeo que se hace sobre la base del banco de datos de Abuelas de Plaza de Mayo. También Carina y Carolina, cada una por su lado, empezaron por allí, con similares resultados. Una en 1999, la otra en 2005.
La siguiente escala es un programa que se habilitó hace poco para “Mamás que buscan”, que abrió ese abanico de búsqueda e incluyó a hermanos. “Ahora hay una máquina alemana que es mucho más moderna y permite encontrar las coincidencias mucho más rápido”, dice Carina, que no solo fue allí a buscar su identidad sino que terminó involucrándose en la ayuda e investigación de otros casos.
Comerciante y coordinador de guardia de un hospital, fanático de Nueva Chicago, a Carlos se le nota la felicidad en el rostro y cada gesto. “Fue increíble, a primera vista”, cuenta del primer contacto que tuvieron, que fue por videollamada. Todos ya habían tenido la novedad de Conadi sobre el tercer hermano, restaba conocerse.
El momento de los abrazos
El cara a cara, el momento de los primeros abrazos y besos, fue en Mar del Plata. Carolina y Carlos pronto establecieron complicidad y generaron una visita de Carina, que viajó y llegó desde Córdoba sin saber que los tres, al mismo momento, se iban a conocer.
La sorpresa fue un poco más allá porque juntas llamaban a Carlos para que viniera a Mar del Plata, y él por teléfono decía que le era imposible porque debía trabajar. A los dos minutos entró por la puerta de la casa de Carolina. “Fue espectacular, muy emocionante”, contaron a LA NACION. “Si sabía que eran ellas dos ni siquiera buscaba”, bromea Carlos y las abraza, y las besa. Y les tira un chiste tras otro.

Hubo, durante estos días, mucho paseo y salida. Y todo con fotos y videos, como para cargar un álbum familiar que durante más de cuatro décadas lo tuvieron en blanco. Carlos se había juramentado no volver más a Mar del Plata después de un esguince a metros de lobo de mar de piedra, en la rambla. “Tuve que regresar, obligado”, dice. Y serán varias visitas más.
“Y los tres somos Car”, remarcan sobre la coincidencia en el inicio de sus nombres de pila, como si necesitaran algo más que reafirme ese vínculo que arrancó en una muestra de ADN y certificaron cuando se vieron a los ojos y se sintieron hermanos de sangre.
¿Habrá alguno más? “Para mí no, ya está”, arriesga Carina, que es la que más se mueve con el tema y anticipa que la búsqueda en la que más expectativas tiene es en la determinar quién fue la madre. “El padre siempre es más difícil”, reconocen. “Hay mucho para investigar todavía”, advierte Carina y asegura que semejante misión es un muy complicado rompecabezas. “Ahora con Carlos tenemos una pieza más”, señala.
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