
El pirquinero Contreras, un buscador de fulgores
Nació en Nereco -provincia de Neuquén- y empezó a trabajar en las minas a los 18 años.; ahora tiene 78 abriles y está casi sordo por culpa de un zumbido de dinamita; una nueva historia de vida al costado del camino
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Huinganco está más allá de la imponente Cordillera del Viento. Para llegar a ese pueblo hay que cruzar esa inmensa espina dorsal de piedra, donde se confunden cadenas de montañas, raudas nubes y remolinos de nieve.
A la sombra del cerro Corona, muy cerca del Río Neuquén, vive Ramón Contreras, un viejo pirquinero. De su voz se desprenden más silencios que palabras, en su frente se acumulan los rayos de mil mediodías y por sus brazos venosos corre el pulso del arroyo, ese mismo que baja del deshielo.
Nació en Nereco -provincia de Neuquén- y empezó a trabajar en las minas a los 18 años. Ahora tiene 78 abriles y está casi sordo. Un zumbido de dinamita lo persigue desde hace años.
Arrancar el brillo del río. Trabajó muchos años "apatronado" en la mina. El hombre asegura que allí las condiciones de empleo estaban lejos de ser las mejores. Muchos empleados murieron a causa de explosiones y otros tantos asfixiados por el gas. "Después de una voladura me cayó un pedazo de cerro encima y quedé todo lastimado", recuerda. "Por suerte mis compañeros pudieron sacarme vivo de abajo de las piedras".
Después de tantos años de flagelo decidió trabajar por su cuenta y se volvió pirquinero, buscador de oro. La palabra pirquinero proviene de "pirca", término que designa a una pared de piedras. Muchos aseguran que así se les llama a los trabajadores del oro porque construían muros de rocas para contener la arena que removían.
La palabra pirquinero proviene de "pirca", término que designa a una pared de piedras. Así se les llamaría a los trabajadores del oro porque construían muros de rocas para contener la arena que removían
El trabajo es sacrificado. Comienza cuando amanece y termina con la puesta de sol. Se estima que revolviendo una tonelada de arena apenas es posible encontrar tres o cuatro gramos de oro. Sin embargo, para lograrlo hay que vivir prácticamente en la montaña, hundiendo las manos en aguas heladas donde se cuela el oro con unos fuentones llamados chailas. Finalmente, después de varios días de trabajo, hay que buscar un comprador. "El orito que sacaba lo vendía al bolichero o a un relojero", explica el pirquinero.
Según Contreras "todos los ríos tienen oro pero el asunto es saber dónde buscarlo". Para él las cordilleras también lo tienen. Sin embargo, explica que "lo difícil es hallar los guaicos, o las vetas donde se asientan las arenas con oro". Para encontrar estos lugares hay que escalar hasta lo más alto de la montaña. Otra alternativa es sacarlo con pala, echarlo en el plato minero y zarandearlo.
Pero el mejor método es usar mercurio porque se adhiere al oro y cuando se lo calienta, éste se evapora. "Yo junto el oro con el mercurio, lo estrujo en un trapito y eso es lo que vendo". Como una revelación de su secreto, Ramón asegura que "después de las tormentas se saca oro más lindo y también se encuentra en los arroyos secos".
Matías Fariña, el ingeniero responsable del vivero local recuerda que don Rogelio Figueroa, un pionero fallecido hace unos años, "compró el primer camioncito con una lata de leche Nido llena de pepitas de oro que de a poco le había ido comprando a los pirquineros de la zona".
Solo con su mulita. Atahualpa Yupanqui conocía el alma del paisaje como el corazón de los hombres. Sabía del minero, de sus quebrantos y tesoros. Ese poeta indio escribió en El canto del viento : "El minero no anhela disfrutar el oro. Su dicha es descubrirlo. La muestra que en su mano brilla, vale todo el palacio de los que tienen el oro sin haberlo soñado, ni buscado, ni sufrido. Hay domadores bravos que nunca tuvieron un caballo suyo. El minero es así, doma el misterio y se queda dormido sobre su potro de piedra solitaria".
Como una revelación de su secreto, Ramón asegura que "después de las tormentas se saca oro más lindo y también se encuentra en los arroyos secos".
Más de una vez Contreras fue sorprendido allí arriba por el atardecer. Arremangado lo abordó la noche, confundiendo el brillo de la luna con el del metal, buscando entre las venas blancas de la montañas su pan de piedra que aún no llegaba con el torrente.
Ahora don Contreras está jubilado pero su vieja mula blanca aun lo espera dormitando. Por muchos años fue ingresando sereno en la montaña, piedras lo vieron subiendo con un silbo esperanzado y bajando silencioso. Muchos años anduvo solo el pirquinero, viajando con su mula blanca entre las alturas y el viento. Su bestia sumisa lo llevó serena, uniendo su destino de sacrificio al de su jinete.
Una tarde cualquiera irá con su animal de tiro a presentarse por última vez a la montaña. Con sus manos duras y vacías, testimonio franco de su vida, rogará que ser llevado junto a su mula, para seguir hurgando en la altura. Quién sabe, tal vez encuentren en la altura, junto a las estrellas, el brillo que tanto buscan.
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