A qué edad dejar a los chicos ir a la escuela o viajar en transporte público solos
Entre el estrés de los padres y los hechos de inseguridad, los primeros pasos de la autonomía se dan cada vez más tardíamente
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Sofía Giustiniano tiene 13 años y el año pasado les pidió a sus padres volver sola a su casa del colegio, cuando todavía estaba en séptimo grado. Ellos la miraron con desconfianza al principio, pero después estuvieron de acuerdo, aunque el temor por la inseguridad les cerraba el estómago. “Mis compañeros todos vuelven solos”, dijo ella. No era tan así. Entonces Romina, la madre, le propuso que fueran de a poco. ¿Cómo saber si estaba preparada? El primer mes la esperó en la esquina. Después, a un par de cuadras. “Esas tres cuadras me daban mucho vértigo. Me sentía grande. Pero a la vez, tantas cosas que me decía mi mamá, tantos consejos, me ponían nerviosa. Después me acostumbré, y me gusta. Siento que confiaron en mí. Aunque a veces me insisten en que les comparta la ubicación en tiempo real antes de salir, ahora que estoy en la secundaria voy y vengo sola”, cuenta Sofía.
No es la única familia que enfrenta este dilema, pero no todas lo resuelven de la misma forma. Principalmente, porque los frecuentes casos de inseguridad, como los que en los últimos días tuvieron a los adolescentes como víctimas de robos violentos, entre otras razones, hicieron que la generación actual demorara más que las anteriores ese paso de autonomía, como señalan los especialistas, que de alguna manera simboliza el fin de la infancia y el comienzo de la adolescencia. “No es fácil para los chicos vivir con esta dualidad. Por un lado, les pedimos que sean responsables, pero no siempre les damos espacio para que desarrollen esa autonomía o no les enseñamos a ser autónomos. Y la inseguridad no ayuda”, señala Susi Mauer, psicóloga especialista en niñez y adolescencia.
“A mí, el celular me lo dieron cuando tenía ocho años, pero la SUBE todavía no me la quieren dar. Mis papás me llevan y me traen. Si es por el barrio, como ir a la casa de un amigo, voy caminando. Solo alguna vez viajé en colectivo para ir al club, pero porque iba con mi primo que es más grande”, describe Franco Solís, de 14 años, que vive en Villa Luro. “No me molesta que me lleven al colegio. Al contrario, cuando voy solo o con amigos mi mamá se pone tan intensa con el seguimiento con el celular que prefiero que me lleve”, dice Bautista R., que va a cumplir 15 años el mes próximo.
Miedo
Desde hace tres meses, Jennifer y Gastón, padres de Melina Tonelli, de 12 años, tomaron esa decisión que venían postergando por la pandemia: que su hija se vuelva sola cuando sale del colegio. Las instrucciones son muchas: no sacar el celular en la calle, no hablar con desconocidos, no desviarse del recorrido y, sobre todo, dejar siempre activada la localización. “Yo voy siguiendo su recorrido desde la aplicación. Recién cuando veo que llegó a casa respiro aliviada. Hay que empezar a soltar un poco, pero la calle está peligrosa, no es como cuando yo era chica. Y cada vez que aparece una noticia de un caso de inseguridad con un adolescente nos replanteamos la decisión”, admite Jennifer, que tiene 37 y trabaja en un centro de estética.
Hace dos semanas, cuando se conoció el caso de Joaquín, el chico de 12 años al que balearon en la cara en un intento de robo mientras volvía a casa del colegio, Jennifer sintió que colapsaba. Lo mismo que en los últimos días. “Es un estrés. Todo el tiempo. Porque es grande para algunas cosas y chica para otras. Y a los chicos los roban a cada rato”, se lamenta.
Algo parecido comenta la mayoría de los padres y las madres que en este tiempo atraviesan ese proceso de autonomía: mucho estrés en ese proceso de soltar a sus hijos. Tomar un colectivo, volver solos del colegio, tener llaves de casa (y no perderlas) eran cuestiones que para las generaciones anteriores llegaban con el ingreso a la escuela secundaria. Una transición hacia la vida adulta que conllevaba cada vez más responsabilidades. “Pero por distintos factores sociales y por la inseguridad, esa autonomía para los chicos de esta generación llega cada vez más tarde”, apunta Mauer.
En cambio, el celular y la vida social en las redes llega mucho antes de que siquiera se asomen a la vida autónoma. El teléfono es aquello que los padres les piden que no se olviden cuando salen solos, que lo carguen, que tengan crédito. Y el hecho de que casi todos los adolescentes tengan uno los convierte en el objetivo predilecto de los delincuentes.
“La autonomía no aparece de un día para el otro. Es importante el rol de los padres en el acompañamiento de la construcción de esa autonomía que los adolescentes necesitan desarrollar. Todos recordamos la primera vez que viajamos en colectivo, cuando nos acompañaron hasta la parada y nos dejaron ir solos. Cuando nos fueron enseñando a ir solos a comprar, a mirar antes de cruzar. Es un rol que los adultos tenemos que recuperar y no delegar todo en el control a distancia del celular”, detalla Mauer.
Una encuesta presentada por Unicef la semana pasada indica que en el país un 13% de los chicos se queda solo en casa mientras sus padres trabajan. Es el 17% en los hogares monoparentales. Además, otro 10% queda al cuidado de un hermano o hermana (generalmente hermana) que tiene menos de 18 años (se eleva a un 13% en los hogares monoparentales). Y estos números se duplicaron en la pandemia.
“La demora o no en la llegada de la autonomía está muy determinada por la clase social y depende de los recursos de cuidado que haya hacia el interior de la familia. En clases más acomodadas llega de manera tardía, con chicos de 17 años que no toman colectivos, y en sectores populares muchas veces de manera anticipada, con chicos de 12 que quedan a cargo de hermanos menores. Lo importante es pensar qué es lo deseable para ellos. Y esto sería que todos ganen autonomía a edades razonables. A los 11 o 12 años no es lo ideal que el padre lleve a su hijo al colegio, al que podría ir caminando solo, pero por la inseguridad en muchos casos no es posible. Lo deseable sería que existieran corredores escolares seguros. Porque los chicos necesitan ganar seguridad en su autonomía. Pero cuando ocurren hechos de inseguridad, las familias empiezan a demorar los procesos de autonomía”, sostiene Ianina Tuñón, socióloga y responsable del Observatorio de la Deuda Social de la UCA.
La licencia antes que la SUBE
“Hoy, hay chicos de 20 años que nunca tomaron un colectivo solos, que si se pierden sin el celular no sabrían volver a su casa, que crecen en circuitos que los padres consideran seguros. Hay chicos que aprenden a manejar antes que a tomarse un colectivo. Es un error demorar tanto los procesos de autonomía. Es un proceso de inclusión en una sociedad diversa. Cuando un chico toma un colectivo, descubre que existe un otro. El espacio público tiene que volver a ser un lugar de encuentro”, indica Tuñón.
Carolina C. es la madre de Lola, de 15 años, y de Agustín, de 12. Viven en Villa Devoto y desde hace algunos meses, su hijo más chico empezó a volver solo del colegio. Ella lo acompaña a la mañana, pero él vuelve solo al mediodía para almorzar; después regresa a la tarde con su madre y, cuando termina la doble jornada, vuelve otra vez solo. “Vamos de a poco. Cuesta soltar, porque a uno le da temor. Hay momentos en que las calles del barrio quedan desiertas, no hay un alma, pero por otra parte pienso que es necesario. Yo siempre les cuento a ellos que nosotros nos la pasábamos dando vueltas en la calle después de salir del colegio, con los amigos, pero que ahora es otra época. No se puede. Y me da pena que se pierdan eso que era la mejor parte de ir al colegio”, dice. A Lola, la mayor, como va a un colegio más lejos, la lleva y la busca el padre. “Colectivos se toma con amigas, en grupo. Sola, jamás”, aclara Carolina.
Mateo R. tiene 17 años y cursa cuarto año. En 2021, se fue de viaje con la familia de un amigo a Londres y, antes del volver, se quedó tres días solo en Roma para conocer. “Es muy loco porque en la ciudad no lo dejo ir solo en colectivo ni hasta Palermo, pero allá aprendió a moverse rebien, siempre con el celular. Fue una superexperiencia”, relata Romina, su madre. Justamente, la demorada autonomía llega con el celular como protagonista y gran aliado de los padres.
“Pero hay algo que no se puede delegar y es el rol de los padres acompañando y enseñando, construyendo confianza. Hoy los padres confían más en el celular que en sus hijos. Esta demanda de que les compartan la ubicación confunde el dispositivo con el hijo. Entonces, si se quedó sin señal o sin batería, si se lo olvidó, parece que fuera el fin del mundo. Y no. Pensemos que las generaciones anteriores crecieron sin celular”, indica Eva Rotenberg, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y directora de la Escuela para Padres.
“¿Cuáles son los niveles de autonomía si los monitoreamos todo el tiempo? No sirve. Como sociedad tenemos que ganar nuevamente el espacio público, porque los chicos pierden una posibilidad única. ¿Qué pasa si se pierden en la ciudad? ¿Y si los roban? Es un riesgo, pero también se pierden la posibilidad de conocer caminos, personas y realidades que no conocerán de otra manera. Tenemos que preguntarnos si vamos a seguir tomando medidas privadas o si vamos a exigir al Estado condiciones seguras, si vamos a reconquistar el espacio público. Estamos perdiendo algo fundamental en el desarrollo social de nuestros chicos. Es un derecho de los chicos al que estamos renunciando”, sentencia Tuñón.
“Es muy despierta”
La familia de Camila Chávez, de 12 años, llegó a la Argentina en 2019, desde Venezuela, cuando ella tenía 9. Cuando sus padres comenzaron a trabajar, ella empezó a quedarse en casa y a prepararse sola para ir al colegio, en Villa del Parque. Caminaba tres cuadras hasta el trabajo de la madre y las dos se iban juntas hasta el colegio. El año pasado, con las clases presenciales llegó el momento de hacer el camino sin compañía. “Hubo que preparar a Camila para retirarse sola. Le enseñamos: tenía que hacer tres cuadras hasta Nazca, cruzar la avenida y tomar el colectivo 110. Después, bajar y caminar tres cuadras hasta casa. Ya cuando estaba finalizando el año, pidió ir sola también. Al principio la acompañaba a la parada, ahora ya va sola. Eso sí, nos comparte su ubicación en tiempo real a través del WhatsApp y yo veo todo su movimiento hasta que llega al colegio”, cuenta Dennyliz, la madre. Desde hace algunos meses, también empezó a viajar sola para ir a inglés, en el barrio de Paternal. A la vuelta, la madre la va a buscar “porque a esa hora ya está oscuro”, dice. “Pienso que me animé porque es muy despierta para las direcciones, se orienta y conoce las calles. Además, donde vivimos es concurrido; si no, me habría costado un poco más soltarla”, explica la madre.
La autonomía se enseña y se aprende. No llega sola con la edad, plantea Rotenberg. “Parece una obviedad, pero no lo es. Algunos padres se la exigen a los chicos cuando, de pronto, los ven grandes. Pero desde el momento que van de la mano en la calle, los padres les enseñamos a mirar al cruzar, a prestar atención en las cocheras. Si uno ve que cuando tiene 11 o 12 años es responsable con sus cosas, está orientado en tiempo y espacio, tiene idea de la hora y no pierde sus pertenencias, es un chico que probablemente esté preparado para volver a casa solo con los cuidados del caso. No hay que adelantarse. Y a partir de allí, hay que ir enseñándoles hábitos seguros para que tampoco ellos sientan miedo de salir. Primero que vaya solo hasta la esquina, después al kiosco de la vuelta, después caminando solo al colegio y más adelante a tomar solo el colectivo. Y hay que prepararlo para saber qué hacer si le roban o si se pierde. Anticiparse a qué eso puede suceder”, recomienda.
“¿Cuándo es el momento adecuado para darles más libertad en función de que logren sus espacios de individuación e identidad?”, pregunta Adriana Ceballos, directora de Ecofam, escuela de coaching de familia. “En este sentido, nadie como nosotros, los padres, para percibir el momento adecuado. Cada hijo o hija son diferentes: de a poco y de acuerdo con su personalidad y estilo, lo encontraremos, sin precisar edades. Depende también del barrio, de los vecinos, de la cercanía del colegio o del kiosco. Una vez que acordamos la salida o la permanencia en casa sin un adulto, es importante saber dónde va y quién lo o la acompaña, y considerar todos los recaudos. Cuando atravesó la puerta es tarde. Entonces, lo mejor es confiar en lo que le hemos enseñado, porque seguramente de estos recursos aprendidos hará uso, si se encuentra en medio de una difícil situación en la que tiene que decidir. Luego quedarnos tranquilos a la espera de la consigna, porque un llamado puntual, un mensaje de texto o un beso al entrar tarde a casa, pueden ser prudentes y evitan el estrés”, responde.
“Lo importante es que comprendan que no es control lo que estamos ejerciendo, sino pautas para generar seguridad mutua, en función de la realidad en la que vivimos y la sociedad que nos toca. Nosotros tranquilos, ellos tranquilos”, agrega Ceballos.
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