Mitos, carne y mucha cerveza: así se vive la llegada de los Hell’s Angels a la Argentina
Provenientes de unos 20 países de todo el mundo, se reunieron en La Plata para su convención anual
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LA PLATA.— Caminan en grupos de tres o cinco, con chalecos de cuero repletos de insignias y parches. No pasan desapercibidos entre los platenses, que los observan con una mezcla de intriga y fascinación. “Parecen vikingos”, comenta una mujer al cruzarlos.
Son parte del Hell’s Angels Motorcycle Club (Club de Motociclistas Ángeles del Infierno), que este año eligió a la Argentina —y, por primera vez, a La Plata— como sede del World Run, la convención anual del grupo.
“No los conocía, pero uno les tenía miedo porque se hicieron muchos posteos alertando a la gente”, cuenta Rocío Nazareth Mintegui Cesar, de 22 años. “Me puse a investigar de dónde venían y para qué. Se decía que venían a traficar drogas o armas, que eran criminales, pero no me parece que sea así”.

Desde que llegaron, Rocío, animada por la curiosidad, intenta acercarse a ellos para hablar y pedirles firmas. Lleva consigo un manojo de billetes de 20, 50, 100 y 200 pesos. El jueves a la tarde, consiguió el primero firmado por un canadiense. “Es una locura ver ese grupo, todos juntos, yendo en lo mismo. Son una banda, una subcultura. Tienen sus reglas y castigos, pero no son tan malos como los pintan”, agrega.

Fundados en California en 1948, los Hell’s Angels son mucho más que un grupo de motociclistas: una hermandad internacional con códigos, jerarquías y normas estrictas. Sus miembros, en su mayoría hombres que manejan Harley-Davidson, se reconocen por los chalecos de cuero —los icónicos patch vests— que no solo los distinguen, sino que también revelan su rango y el país del que provienen.
En el centro de la ciudad, de día y de noche, se ven grupos caminando con chalecos que exhiben insignias llegadas desde Hungría, Rumania, Chile, España, Turquía, Suiza, Bélgica o Francia.
Alrededor de la Plaza San Martín, se escucha más de una vez a jóvenes preguntarles: “¿Nos podemos sacar una foto con ustedes? ¿De dónde vienen?”. Los hombres se detienen, posan y sonríen para las cámaras. Mientras se sacan las fotos, charlan en un inglés mezclado con gestos. Muchos no hablan español, pero lo intentan: “No hablo mucho español… but lindo país”, dicen.
En los bares, los hombres —grandes, de piel clara y, en su mayoría, tatuados— comparten comidas, ríen y charlan entre ellos. Pero hay algo que nunca hacen: hablar con la prensa.
“No hablamos con los medios, es así”, aclaran varios miembros. Acusados en múltiples ocasiones de actividades delictivas y asociados por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos a una “banda criminal”, prefieren no dar más luz a esos asuntos.

Su mala fama se consolidó tras el festival de Altamont, en 1969. Los Hells Angels fueron contratados por los Rolling Stones para encargarse de la seguridad del show a cambio de cerveza. El día del concierto, había unas 350.000 personas y, antes de que comenzara el recital, los motoqueros ya estaban ebrios, golpeando a los asistentes sin control.
En medio del caos, uno de sus miembros apuñaló a un joven afroamericano frente al escenario, mientras la banda tocaba Under My Thumb. Aquella tragedia con cuatro muertos, cientos de heridos transformó la imagen del grupo en símbolo del “lado oscuro” de la contracultura.
Algunos miembros, muy pocos, se animan a desmentir las acusaciones. “La prensa nos presenta como un grupo criminal por historias que ocurrieron en nuestros países de origen, y por cosas muy antiguas. Pero acá estamos de vacaciones, no estamos haciendo nada malo. La gente es muy amable, nos gusta la comida, amamos las motos, la vida. Los medios nos dan una mala imagen, pero en realidad somos buena onda”, explica un motoquero francés.

Tiger Sigma, una mujer de Myrtle Beach, en Carolina del Sur, fue una de las pocas que habló abiertamente. “Me encanta la Argentina, de verdad. Me gusta la gente, la comida, especialmente las empanadas”, cuenta con entusiasmo.
Hace 20 años que participa del World Run, la gran reunión anual del club. Pero este viaje tuvo un giro inesperado: su esposo fue deportado, apenas llegó al país, debido a una antigua condena penal en Estados Unidos.
“La Argentina tiene una ley de tolerancia cero con los delitos graves, incluso si ocurrieron hace 40 años, así que lo enviaron de regreso”, sostiene. A pesar de todo, decidió quedarse: “Es mi cumpleaños y nuestro aniversario número 31. Él me dijo: ‘Andá, disfrutá, nos vemos cuando vuelvas’”.

En el mercado gastronómico Baxar, ubicado en la calle 50 y la avenida 51, en el centro de La Plata y a pocos metros de la plaza San Martín, varios grupos suelen congregarse allí desde temprano y quedarse hasta el cierre. Los encargados y los empleados viven una semana frenética.
“No se van nunca. Cuando cerramos, tenemos que invitarlos a irse porque no se van. Son muy educados y hablan con todo el mundo. En ese sentido, la verdad es que nosotros no tuvimos ningún problema”, cuenta Delfina Irala, encargada del restaurante La Cabrera.
“Son divertidos y buscan mucho sociabilizar; si les das conversación, se quedan charlando horas. Les gusta compartir la comida, la bebida. Les encanta que en un solo lugar tengan todo: desayuno, almuerzo, cerveza”, cuenta.
Irala reconoce que la llegada de los Ángeles del Infierno fue “una inyección económica” en tiempos difíciles: “Gastan muchísimo, y eso para nosotros es buenísimo. Nos está ayudando bastante; venimos de unos tiempos complicados en cuanto al consumo”.

Desde el lunes comenzaron a llegar a la ciudad de las diagonales. Según estimaciones de las autoridades policiales, arribaron alrededor de 1500 integrantes, que se concentran en dos hoteles: el Grand Brizo, ubicado en la calle 51 entre 9 y 10, y el Land Plaza, sobre la calle 6.
Vinieron a La Plata para realizar su convención anual, el World Run. Originalmente iba a llevarse a cabo en la ciudad de Buenos Aires, pero “por cuestiones de habilitación” se trasladó a Berazategui y finalmente fue cancelada al no conseguir el aval de las autoridades.
“Ellos viajaron desde todos lados. Los hoteles están colapsados. Suspender no se va a suspender, algo van a hacer. Hay que contenerlos, porque son muchos y muy activos; acá, por día, pasan más de 200 motoqueros”, comenta Irala.
Según Sigma, ya encontraron el lugar, aunque no sabe exactamente dónde. “Es una cosa de hombres, no nos cuentan a nosotras, las mujeres”, afirma.
Hoy y mañana son los días de festejo y reunión. “No voy a andar en moto porque no tengo la mía acá. El sábado iré adonde vaya el grupo, estaré para festejar”, añade.

En Baxar, todos los locales coinciden en lo mismo: los Hell’s Angels son, definitivamente, numerosos, pero excelentes clientes. “Lo que comen de carne es impresionante”, cuenta Eliana Guerra, de 29 años.
Los pedidos más repetidos: Coca-Cola Zero, cerveza y porciones enormes de asado. “Son re amables, re buenos. La gente los mira con miedo porque tienen cara de malos, pero para mí son simpáticos”, agrega.
Ignacio Acosta, de 27 años, empleado en el local de Estela, admite que esta semana fue una locura. “Nadie se esperaba tanto movimiento. Nos quedamos sin stock dos días seguidos. Piden cerveza, cerveza y más cerveza. Y con el calor, peor. Pero son muy simpáticos, cero problemas. Tienen un aspecto que impone, pero son superamables”, afirma.
“Todos hablan en inglés entre ellos, aunque algunos tienen acentos rarísimos: británicos, alemanes o como si fueran cordobeses”, añade entre risas.

Los motoqueros se distinguen por su fraternidad, algo que impresiona a los empleados y a los vecinos. “No todos se conocen, pero se tratan como hermanos. Es increíble. Se cruzan, se miran el chaleco y ya hay una conexión”, describe Acosta.
Los saludos entre ellos son casi un ritual. “Se mezclan entre nacionalidades, no importa de dónde vienen. Se saludan todos igual, con un abrazo de costado, mejilla con mejilla y el brazo en la cintura. Vienen de distintos lugares y se cruzan con otros miembros a quienes saludan como si fueran hermanos de toda la vida”, observa Carlos Madama, el maître de la confitería París.
Hasta el domingo, La Plata será el escenario de una postal inusual: la de cientos de Hell’s Angels recorriendo sus calles.
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